En contra de mis deseos

Cap. 3: Paz

25 de diciembre del 2011

La navidad de mis nueve años no fue como ninguna hasta el momento, ese año no hicimos la cena navideña tradicional; el tío Ernesto trabajaba para la radio nacional «Rumba» y nos había invitado a participar de «Dale una mano a San Nicolás», llevando juguetes que traían personas de todo el estado a niños de bajos recursos, cuyos padres no tenían para cubrir un regalo para ellos.

Es decir que desde la mañana hasta muy de noche estaríamos de casa en casa, entregando juguetes y no en la nuestra, como cada año, preparando deliciosa comida, jugando con mis primos, ni mucho menos celebrando mi fiesta de cumpleaños; algo que en definitiva no me hizo ninguna gracia y estaba en especial molesta con mamá y papá.

Mi mal humor en el carro a nadie le importó; mientras yo abrazaba a mi peluche favorito, mis morochos jugaban en sus DS, papá y mamá hablaban al mismo tiempo que él conducía, y mi hermana menor, de menos de un año, dormía en paz en su asiento de bebé, con la boquita entreabierta soltando su chupón. Había crecido en ese tiempo, pero seguía tan chiquita, me sentía rara cuando mamá me invitaba a tomarle de la manita y ella cerraba sus deditos alrededor de los míos.

Más porque desde que llegó había sido tal cual me habían dicho mis hermanos: papá y mamá bien no tenían tiempo o estaban muy cansados. Si estaba cerca del bebé me alejaban para que no la despertara y, como la cuna estaba en mi cuarto, cuando se despertaba en medio de la noche luego no podía dormir.

Extrañaba como era antes.

—Luciérnaga —Miré mal a Camilo.

—¿No bajaras? —preguntó su morocho y negué, abrazando con más fuerza a mi peluche en el asiento.

Ellos se miraron inseguros, pero al final cerraron la puerta y siguieron a nuestros padres a la siguiente casa, mientras que yo me quedé sola en el auto, otra vez, viendo como mi tío Ernesto llamaba a la puerta. No sé cuántas paradas ya habíamos hecho, pero estaba cansada y tenía hambre, ese pancito en el almuerzo no me llenó, quería volver a casa.

Estaba resultado el peor de mis cumpleaños. La noche pronto llegaría, ¿cuántas casas quedaban?

—Eh, sobrina —Me llamó mi tío de pronto al llegar a otra casa.

Papá y mamá miraron por encima, desabrochándose el cinturón para salir a abrir la cajuela y sacar otro regalo, mis hermanos les siguieron y luego mamá vino por Isabel, mi hermanita, y la sacó en brazos sonriendo. Bufé, cruzándome de brazos alrededor de mi peluche.

—¿Qué? —susurré molesta.

—¿Por qué no vienes?

—No quiero —Ni lo miraba.

—¿Qué tienes? ¿Quieres contármelo? Has estado de mal humor todo el día y tus padres están triste porque no te estás divirtiendo con nosotros…

—¡¿Divertirme?! —Me solté de mi peluche y mi tío se echó para atrás, sorprendido por mi alzada voz—. ¡Hemos estado todo el día en el auto! ¡Odio esto, yo no quería venir, quería estar en casa!

—Pero, Luz… ¿Dónde quedó tu espíritu navideño?

—¡Esta es mi peor navidad! ¡Mi peor cumpleaños! —Me escurrí los ojos, secándome mis lágrimas de rabia—. Solo deseaba estar con ustedes en casa como cada año…

El carro quedó con el silencio apaciguado por el sonido de mis sollozos. Sentí la mano de mi tío Ernesto acariciar mi cabello hacia abajo, tratando de calmarme, pero estaba tan triste e irritada que pasó un buen rato para que lo lograra.

—Mira, hagamos un trato —dijo al cabo de unos minutos, haciendo que levantara la mirada—. Tú me acompañas a entregar este último regalo y te prometo que luego vamos a cenar algo rico en un restaurante que conozco, venden un helado delicioso también, ¿qué te parece?

Lo pensé un segundo y luego asentí, tomando la mano de mi tío para bajar del auto y dirigirme con él a la pequeña casa en que nos estacionamos al frente. Al llegar a la puerta me pasó el regalo que tenía debajo del brazo y tocó a la puerta.

Una señora de la edad de mi madre nos abrió con una sonrisa y pasamos. Había mucho ruido, varios niños ya estaban jugando emocionados con los regalos que les entregaron mis padres, mientras que ellos conversaban alegremente con un señor que debe ser el papá de esos niños.

Sentí un apretón en mi hombro y miré a mi tío, él me sonrió y usando sus ojos me señaló la esquina de un sofá, en donde una niña de más o menos mi edad veía triste a sus hermanos. Vi el regalo en mis brazos y comprendí que debía ser para ella; volví a mirar a mi tío y él asintió para que procediera con confianza.

Me encogí en mi lugar al caminar, sosteniendo nerviosa la caja de puntitos en mis brazos hasta llegar al sofá; el ruido en la sala censó y la niña me miró confundida hasta que cayó en mis manos. No lo pensé demasiado y se lo di tímidamente. Ella abrió la boca y lo tomó sorprendida. Con un gesto le di pase libre, algo en sus ojos se iluminó y tardó en tomar valor para romper el papel, abriendo la boca de par en par al ver una bonita muñeca con vestido rosa.

—¿Es para mí, de verdad? —Dudó todavía y asentí.

—Fe-liz navidad… —susurré no sabiendo que otra cosa decir.

Parece que fue suficiente para ella porque al volver a levantar la mirada saltó a abrazarme, diciendo muchos «gracias» de por medio. Quedé muy sorprendida y tardé en procesarlo, pasando mis brazos a su alrededor y devolviéndole el abrazo, mientras una risa se escapaba en mi boca y le respondía «de nada», con un extraño y cálido sentimiento extendiéndose en mi pecho.




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