En contra de mis deseos

Cap. 9: Serenidad

25 de diciembre del 2017

Llegado el lunes la emoción apenas si me dio para dormir, cuando me desperté aún era muy temprano, el sol y acaso se asomaba por la ventana, había muy poca luz y estaba nublado, el olor a tierra mojada era agradable e inquietante, me puso tan nerviosa que no pude conciliar el sueño.

O eso creí, sin darme cuenta mis parpados cayeron y no desperté hasta que dos pesos por igual se sentaran sobre mi cama. Me senté de un sobresalto y miré a ambos lados, respirando agitada antes de aventar mi almohada a uno. Dos adultos jóvenes, morenos y castaños, se rieron al verme.

—¡Si son…!

—¡Feliz cumpleaños, Luciérnaga! —Me abrazó Camilo mientras Carlos se retiraba la almohada muriéndose de risa.

—No puedo creer que nuestra hermanita ya tenga quince años.

—Y yo que ustedes ya estén en la universidad y sigan jodiendo tanto —Ahogué, sintiéndome aplastada entre los brazos del morocho.

—¡Ah, grosera! —Hicieron como que se ofendieron, pero volvieron a reír en cuanto rodé los ojos.

—Nosotros también te adoramos —Se rió Carlos, despelucándome.

—Eres la Luz de nuestras vidas, pequeñaja —Me besó melosamente la mejilla Camilo.

—¡Ya está, ya está! —Hice un gran esfuerzo para apartarlos y se rieron aún más.

Del otro lado de la cama, un chillido llamó nuestra atención. El cabello despeinado de Isabel sobresalió más que su cabeza, nos miraba con fastidio y gruñía por lo bajo.

—¿Quieren callarse? Algunos tratamos de dormir —Y antes de que pudiéramos responder o pestañar, ya se había envuelto como un rollo de sushi entre sus sabanas.

Los morochos se miraron, mientras que Carlos arrugaba su frente Camilo ensanchaba una diabólica sonrisa. No tardé en entender qué quería hacer: empezó a acercarse lentamente a la cama de Isabel y tomó su cuerpo enrollado entre sus brazos, subiéndoselo al hombro como saco de papas. Nuestra hermana respondió con un grito y empezó a insultar a Camilo; pataleó para que la bajara, pero tuvo un efecto contrario y el morocho perdió el equilibrio, cayendo los dos sobre nosotros en mi cama.

Todavía me sorprende que no se rompiera.

El alboroto atrajo la visita de nuestros padres y la abuela Devora, asustados y curiosos se asomaron por la puerta y vieron todo con los ojos bien abiertos. Papá negó con diversión, por el contrario de mi la abuela y mamá, que suspiraron resignadas, escuchándonos partir en risas. No teníamos remedio.

—¡Ya que están despiertos, arriba! ¡Hay mucho por hacer! —dijo mamá sobre el escándalo.

—¿Yo también? —preguntamos mi hermana y yo.

—¡Todos!

—¡Pero yo soy la cumpleañera! —dije super ofendida.

—¡Y yo estoy chiquita! —contraatacó mi hermana todavía más.

—¡Arriba, arriba, no hay excepciones! ¡No nos sobran manos hoy en esta casa!

Isabel y yo nos miramos y suspiramos, mis hermanos se rieron como nunca y papá y la abuela apenas si se contuvieron. En menos de media hora todos estábamos en la cocina terminando de desayunar para continuar con los preparativos que llevábamos desde hace semanas.

A las ocho llegaron mis tías y primas, se pusieron con los aperitivos salados; rato después aparecieron Mariana y su familia, ayudaron con los dulces, mamá y la abuela los guiaba. Una hora después, papá y mis hermanos se fueron con mis tíos y primos al salón para auxiliar a los decoradores, gracias al cielo se llevaron al molesto de Andrés y Toñito, y solo quedamos las chicas en casa.

Para no entrar en detalles, fue un día de locos. Cuando quedaban solo tres horas el caos allanó mi casa ya que de un momento a otro la sala se convirtió en un centro de belleza. No quedaba espejo sin usar, incluso mi hermanita se la estaba tirando de modelo desfilando alegremente su vestido.

Y luego estaba yo, a la que arreglarían al llegar al salón, tirada en el sofá después de bañarse, usando el teléfono mientras se cargaba y veía a todas correr de un lugar a otro, en tanto que muy relajada dejaba que se me secara una mascarilla. Ya me había afeitado las piernas, mis cejas las sacó mi prima Sofía —la estilista de la familia—, la hidratación terminaba de atender mi cabello y mis uñas no pudieron verse nunca más bellas.

—Parece que lo disfrutas —dijeron a mi lado.

Volteé y vi a mi abuela, ofreciéndome algo en un vaso. Lo tomé y el olor a ponche navideño me hizo abrir los ojos, Devora me guiñó un ojo de forma cómplice y sonreí tomándolo. Delicioso.

—¿Ya estás lista? —Le pregunté y ella asintió, tomando asiento al lado mío.

Su precioso vestido liso beige contrastaba su piel morena y su cabello castaño —teñido por supuesto—, el cual llevaba recogido dejando expuesto su cuello, siendo su única joyería los pendientes de sus orejas y su anillo de matrimonio.

—Milagrosamente, sí —Rió para sí, mirando el ajetreo de la sala—. No recuerdo haber visto una casa así desde que me casé con Ronald —Su sonrisa me transmitió mucha paz, así como tristeza—. Mis damas hicieron de mi cuarto un desastre con todos sus productos de belleza y cuando nos íbamos a la iglesia casi tropiezo con mi vestido.




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