En contra de mis deseos

Cap. 10: Comunicación

25 de diciembre del 2018

“Si las miradas mataran…”, pensé observando disimuladamente de reojo como cierta persona me recriminaba con su mirada, despectiva y molesta, desde hace ya media hora. Intenté concentrarme en mi teléfono, pero era difícil ignorar que Carmen se moría por dentro por alguna razón y quería hacérmelo saber; pero no era el lugar ni el momento, aparentemente.

¿Qué estaba pasando? Ni puta idea. Simplemente sentía que quería gritarme en la nuca cientos de cosas, pero se limitaba a mirarme de lejos mientras fingía hablar con nuestros primos y el molesto de Andrés; a quien, por cierto, tal vez el alcohol que me había rotado la abuela Devora ya me estaba haciendo efecto, pero me daba la impresión de que se sonreían mucho.

No me gustaba.

—Mío —dijo de pronto Sofía, quitándome mi vaso para tomar de él.

Entreabrí la boca sorprendida, no sabía si era por la declaración o porque me la devolvió casi vacía.

—Sí, claro, adelante —Reí disgustada, terminándome el ponche antes de que me robara de nuevo—. Ahora ve por los tequeños, chora.

Sofía se rió y negó.

—Solo si tú buscas más —Señaló mi vaso.

—Lo haría, pero perdí de vista a Devora hace rato —Chasqueé la lengua dando un vistazo corto a la cocina.

—Ahí te ves —Se alzó de hombros y rodé los ojos—. Que cosas…

—¿Qué? —Miré confundía y noté que veía a Carmen—. Ah, ya ¿Tú si sabes qué pasa con ella?

—Algo me dijo… —Hizo una mueca—. Pero ignórala, no tienes la culpa de nada.

—¿Eh?

Sh… oigan… —Escuchamos de pronto y miramos a ambos lados antes de encontrar a Mariana asomarme por la puerta trasera, haciéndonos un gesto para que la siguiéramos.

Sofía y yo nos miramos, sin dudar nos levantamos y sigilosamente nos fuimos de la vista de los adultos. En el patio trasero de la casa del lado, un grupo de adolescentes y, que sorpresa, mis hermanos mayores, ya nos esperaban sonrientes y listos para hacer girar la botella que había en medio. Sonreí al entender la idea y tomé asiento, un segundo después Mariana y Sofía me imitaron.

En vista que no comenzamos de inmediato, me disponía a preguntar cuando un par de pasos atrás nos alertaron y llegaron Carmen y Andrés a sentarse. Ella al lado de Sofía y él, al contrario, al costado de Camilo, casi de frente de mí.

El grupo era numeroso, para este año se unieron varios amigos de mis primas, así como otras invitadas de mis hermanos. Los míos, como cada año, eran simplemente Mariana y su familia; claro que si pudiera descartar a su insoportable tío que por alguna razón no dejaba de mirarme, con esa molesta sonrisita como si todo estuviera bien entre nosotros, no me quejaría.

Entorné los ojos, desviando la mirada de él. No, no me opondría ni un poquito.

El juego comenzó y el chisme se puso bueno. El mozo y adulto responsable era nada más ni nada menos que Camilo. Al frente de nosotros había de esos vasitos desechables que usan para vender café, solo que esto en vez de cafeína los llenaban con alcohol y el que fuera culpable de hacer algo en el “nunca, nunca”, tendría que beber.

Fácilmente, la mayoría fue perdiendo. Ninguno se salvaba de los temas de amoríos y crushes, y ya que estábamos más que todo “en familia”, se empezaron a lanzar puntas de quien-hizo-esto y quien-hizo-lo-otro, apostando y haciendo confesar algunas cosas solo para rascarlos.

Claro que sí, yo como la cumpleañera, no fui la excepción de esa jugarreta.

—Luz está muy calladita —Apuntó Camilo después de su último trago. Las risas se descendieron y todos empezaron a mirarme con malicia—. A que tas’ mintiendo, a’ carajita

—Adelante, lanza lo mejor que tengas —Me encogí de hombros, mirando retadoramente a mi familia y sus amigos.

Un grito unánime se alzó, aplaudiendo de la emoción. Afortunadamente, la música de las casas a nuestro alrededor estaba tan alta, que nadie adentro notó de nuestra pequeña fiesta de afuera.

—Muy bien, entonces…

—Espera… —Miramos sorprendido la interrupción de Andrés, quien ladeaba una maliciosa sonrisa—. ¿Me permites?

Nuestros ojos saltaron como pelota de pipón de un chico a otro, esperando la respuesta de mi hermano que, para mi desgracia, no fue más que otra sonrisa del mismo tipo. Maldije internamente al verlo asentí y todos volvieron a gritar.

—Muy bien, solo para la luciérnaga —Me crucé de brazos, regresándole la mirada de desafío—. Yo nunca, nunca me he puesto a llorar porque un marico me ocultó un regalo de mi mejor amiga.

Mariana se echó a reír y yo casi, casi, que le sigo.

—¿Te acabas de llamar a ti mismo marico?

—Nunca lo he negado —Me guiñó un ojo—. Yo nunca, nunca dije a mis padres que iría a cierta playa y terminé dando un tremendo tour por toda la isla.

—¡Y tú estabas ahí! —Me descrucé de brazos y lo apunté.

—Vale, entonces. Yo nunca, nunca me he escapado de clases para ir a una promoción de ropa porque no tengo nada que ponerme para la fiesta de esa noche, así no me dieron permiso.




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