En la Oscuridad, la Luz.

Capítulo 13: Nuevas Fronteras

El verano había llegado a San Miguel, trayendo consigo no solo el calor del sol, sino también un sentido de renovación y transformación. La comunidad había florecido en una mezcla vibrante de amor y apoyo, convirtiéndose en un faro de esperanza para aquellos que buscaban luz en sus vidas. Con cada nuevo día, Miguel se sentía más inspirado por la fortaleza de sus feligreses, quienes a través de sus luchas habían encontrado la manera de sostenerse unos a otros.

Sin embargo, en su interior, Miguel sabía que incluso la luz más brillante podía ser desafiada por las sombras. Aquella mañana, mientras se preparaba para la misa, una sensación de inquietud y responsabilidad comenzó a surgir en su corazón. Aunque había mucho que celebrar, había que reconocer que el camino aún estaba lleno de posibles pruebas.

Durante la misa, Miguel decidió compartir su reflexión sobre las nuevas fronteras que tantos en la comunidad estaban a punto de afrontar. “Hoy hablamos de crecimiento, de evolución”, inició su homilía, mirando a sus feligreses. “Estamos en un viaje transformador que nos llama a explorar no solo nuestras luchas, sino también nuestras oportunidades. Siempre habrá desafíos, pero a medida que avanzamos juntos, recordemos que cada nuevo paso puede llevarnos más cerca de la luz.”

Al terminar la misa, Miguel se acercó a un grupo de jóvenes que había estado trabajando en nuevas ideas para el próximo retiro. Luis, Joaquín y Claudia estaban entusiasmados por compartir lo que habían estado planeando.

“Padre, creemos que sería beneficioso ampliar el alcance de nuestro retiro a otras comunidades. Hay otros lugares que también sufren y que pueden beneficiarse de lo que hemos aprendido. Podemos llevar nuestra luz fuera de San Miguel,” propuso Luis, su rostro lleno de entusiasmo.

La emoción de los jóvenes era contagiosa, y Miguel sintió que esta era la respuesta al llamado dentro de su corazón. “Esa es una idea maravillosa, Luis. Expandir nuestra luz podría abrir puertas para más personas. Pero antes de lanzarnos, necesitamos asegurarnos de que estemos listos. Cada viaje hacia nuevas fronteras requiere preparación y fortaleza,” respondió Miguel con una sonrisa.

Los jóvenes comenzaron a discutir cómo podrían llevar a cabo el nuevo plan, y la energía era palpable. Hablaron de la posibilidad de recolectar historias de sus propias luchas y éxitos, de crear un programa que reflejara lo que habían compartido y aprendido en San Miguel. La idea de hacer una presentación significativa se convirtió en el núcleo de su proyecto.

Sin embargo, mientras la comunidad se preparaba para esta nueva aventura, Miguel no podía evitar sentir una pálida sombra al acecho. Aunque el deseo de ayudar a otros estaba presente, también lo estaba el temor de no ser suficiente. Este viaje hacia nuevas fronteras requeriría valentía, y Miguel preguntaba a sí mismo si tendría la fortaleza para guiar a su comunidad a través de ella.

En busca de claridad, decidió visitar a Sor Beatriz nuevamente, buscando el consejo que le había brindado en el pasado. Al llegar al convento, la monja lo recibió con su habitual calidez. “Padre Miguel, qué alegría verte. ¿Cómo va el espíritu de la comunidad?”

“Es un momento de gran crecimiento, pero también me siento algo ansioso. La idea de llevar nuestra luz más allá de San Miguel es emocionante, pero también me temo que no estaremos preparados para lo que pueda venir. ¿Cómo puedo asegurarme de que la comunidad esté lista?” le preguntó Miguel, sintiendo la inquietud en su pecho.

Sor Beatriz sonrió con sabia bondad. “El miedo a lo desconocido es parte del viaje, Miguel. Lo más importante es reconocerlo y saber que, aunque haya incertidumbre, el camino hacia la luz siempre está vigente. Tu comunidad ya ha demostrado su fortaleza, y tú también tienes la capacidad de brillar. Confía en el amor que han cultivado.”

Con su mente más clara, Miguel se despidió y regresó a San Miguel, sintiéndose renovado. Mientras caminaba, pensó en cómo podría equilibrar sus miedos internos con la responsabilidad que sentía hacia la comunidad. En la siguiente reunión, decidido a abordar el tema, reunió a todos los que habían mostrado interés en ampliar su alcance.

“Quiero hablar sobre nuestra próxima aventura,” comenzó Miguel, su voz llena de sinceridad. “A medida que nos preparamos para salir y llevar nuestra luz a otras comunidades, hablemos sobre lo que esto significa. Esto será un viaje que requerirá colaboración y compromiso de todos nosotros.”

Los jóvenes lo miraron, y Miguel sintió que la energía vibrante de apoyo comenzaba a fluir de nuevo. “No todo será fácil y habrá desafíos en el camino. Es natural tener miedo ante lo desconocido. Pero al recordar lo que hemos cultivado aquí, esa luz puede iluminar cualquier lugar al que vayamos.”

Las conversaciones fluyeron abundantemente, orgánicamente. Las ideas sobre cómo llegar a las comunidades, cómo escuchar sus historias y cómo ofrecer esperanza estaban surgiendo. Las historias que algunos querían compartir comenzaban a tomar forma, y el deseo de crecer juntos se volvió palpable.

“Podríamos compartir testimonios de nuestras propias luchas, intercaladas con el amor y la fe que hemos encontrado aquí,” sugirió Claudia, su voz llena de pasión. “Lo que hemos hecho aquí puede ser un modelo para otros. Quizás podamos ayudarles a ver que ellos también tienen una historia, un camino hacia la luz.”

Así, las ideas fueron tomando forma, y poco a poco el grupo se sintió más comprometido con la causa. Comenzaron a establecer un cronograma, contactando a otras comunidades y planificando cómo podrían organizar el evento con las personas a las que esperaban llegar.

Cuanto más trabajaban juntos, más conexiones se forjaban. La vulnerabilidad que habían compartido en San Miguel se estaba convirtiendo en una fuerza poderosa en cada aspecto de sus vidas. Los pasos hacia el nuevo objetivo nutrían no solo su deseo de ayudar a otros, sino también la luz que había florecido en ellos.




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