Los rayos impetuosos del sol se filtraban cálidamente por toda la habitación mientras una sensación de ahogo se profundizaba en mi pecho, otra vez había soñado con ella, con las promesas que le había hecho, con todos los planes que habíamos tenido juntos.
Ella solo se fue tan rápido como llegó a mi vida, como un soplo de aire fresco a mi existencia, una que no me pertenecía y que nunca me pertenecería.
Estaba atrapado, condenado a una vida a la cual nadie me había dado la oportunidad de elegir. Me hubiera gustado tener ese privilegio, a lo mejor en ese caso hubiera elegido otra opción, tal vez…ni siquiera valía la pena pensarlo, no había tenido la oportunidad de elegir en el pasado ni tampoco la tendría en el futuro.
Terminé de vestirme con la misma velocidad de habitual, todos los días era lo mismo de siempre: una rutina infernal que no tenía ruptura, una cadena de hechos repetitivos que llenaban de hastío mi pobre vida, pero nunca jamás debía de mostrarlo.
Mi nombre es Enrique Rivera, hijo de uno de los mafiosos más temidos y poderosos de nuestro país. Tengo 27 años, decir que era asquerosamente rico, era poco, tenía todo lo que el dinero podía comprar y un poco más.
Tenía todo, excepto aquello por lo que mi alma lloraba en silencio desesperadamente, aquello por lo que miles de personas habían luchado y que muchos habían muerto sin obtener: libertad.
Me sentía como el peor de los condenados saboreando algo que nunca podría obtener. Lo peor de todo es que no podía hacer nada, era un Rivera y como tal debía de seguir con nuestro legado.
Bajé las escaleras para encontrarme con mi padre y nuestro grupo, hoy tendríamos una misión muy importante que cumplir: entregar un gran cargamento de armas a uno de nuestros clientes preferenciales. Todo debía quedar impecable, como siempre.
—Todos los hombres están listos, solo esperan tus órdenesme —dice con orgullo mi padre.
Desde hace más de dos años me puso a cargo de todos sus negocios, para él es un orgullo verme continuar con el legado familiar. Para mí es una tortura continua, en cada misión, en cada paso arriesgado que damos, siento colgada en mi espalda las vidas de todos aquellos que están en nuestro grupo.
Ninguno de ellos tiene miedo, después de todo pertenecen a uno de los grupos mafiosos más poderosos.
Los miré uno por uno, claramente podía ver la adrenalina corriendo por sus venas, como si el peligro de la muerte no existiera, como si fuéramos inmunes a la misma.
—¡Solo esperamos tus órdenes! —dice con énfasis Fiallo, mi mano derecha, le hago un gesto con la cabeza mientras observo a mi padre y de esta forma damos inicio, otra operación del grupo XYZ está en marcha.
Tres horas después, estamos de regreso en mi casa, todos estamos celebrando el éxito que tuvimos mientras, otros resoplan porque no hubo peligro alguno.
La entrega en esta ocasión fue bastante fácil, después de comprar armas de forma ilegal la revendíamos a un costo mucho más elevado a un oficial de la policía. ¡Si, esos clientes pertenecientes a los cuerpos castrenses eran los mejores !
Mientras mi padre besa a su amiga de turno, el bullicio de la música inunda todo el salón y los demás beben como si de ello dependiera sus vidas, mi vida vuela hacia aquellos anhelos vacíos y perdidos de una vida nueva. Hacía una vida donde no hubiera armas, ni acciones ilegales, donde le perdías el miedo a la muerte por estar en constante peligro, donde eras libre de tomar tus propias decisiones.
Todos ellos me llamaban ”Jefe”, al igual que mi padre, pero en realidad era su esclavo, todas mis acciones estaban sujetas a ellos, a las de este mundo hostil al cual me vi arrastrado mucho antes de nacer.
No soporto más todo lo que estoy presenciado, finjo un dolor de cabeza y me preparo para dirigirme a mi habitación, en el camino me cuento con Ann, una mujer diabólicamente bella, con kilos enormes de belleza, toneladas gigantescas de encanto, y además pertenecía a mi mundo, solo había un pequeño detalle que me repelía por completo: lo extremadamente fácil que era.
—¿Te marchas tan rápido? —preguntó con una enorme sensualidad brotando de su cuerpo, en claro indicio de coqueteo
—Sí, y no tengo el más mínimo deseo de tener compañía
—Wow, que rudo, yo solo —intentó decir, pero le dediqué una mirada que estaba seguro hizo que mojara su ropa interior y no precisamente de excitación. Si, ese era yo, odiado por muchos y temido por todos. Una vez quise que fuera diferente, pero comprobé que no podía hacerlo, así que ahora solo me enfrentaba a mi destino.
Entré directo a mi habitación, y me encontré con la soledad enorme, esperándome, debería estar en la sala celebrando el triunfo de mi grupo, pero no podía, no cuando esta horrible sensación me atoraba en el pecho. Cuando quería cometer la peor de todas las herejías: llorar.
Me miré directo en el espejo en busca de todo aquello que decían los demás: para mi padre era su orgullo, para los demás su líder, para otros un enemigo mortal, para mí: un simple esclavo. Eso era lo que veía en el espejo, el reflejo de un hombre con el ceño fruncido, porque ni siquiera tenía la libertad de expresar sus sentimientos si es que siquiera le era permitido tenerlos.
Tomé una pastilla que me haría dormir inmediatamente, al menos en mis sueños ellos estarían, al menos ahí podía tener todo lo que me habían arrebatado. El efecto fue inmediato y pronto me encontré sumergido en la oscuridad del sueño.
Al día siguiente me levanté por un fuerte ruido que escuche, todo señalaba que era una muy fuerte discusión, me vestí a una velocidad olímpica mientras alarmas de preocupación retumbaban intensamente en mi cabeza, era más que obvio que algo malo estaba sucediendo.
—¿Qué está sucediendo? —pregunto rápidamente encontrándome con la mirada de mi padre y con nuestros hombres de confianza, los demás se habían marchado a sus respectivos hogares una vez la celebración había finalizado.