Sus labios sabían a gloria, la textura de los mismos era lo más sublime que había tocado. Podía decir que estaba en el paraíso, al menos eso pensé antes de sentir como mi boca era inundada de sangre producto de la fuerte mordida salvaje que me había dado.
Me separé a instante de ella para ver como literalmente el fuego salía de sus ojos, ¿pero qué se creía?, nadie jamás en me había rechazado, al menos no en ese plano y menos había emitido esa mirada como si recibir uno de mis besos fuera la peor plaga que podría existir sobre la faz de la tierra.
—¿Qué carajos te pasa? ¿Con qué derecho me besas? Me dijiste que todo era una farsa, ¿ESO TAMBIÉN INCLUYE TUS ASQUEROSOS BESOS? —¿Asco?, ¿mi beso le había resultado asqueroso?, me pregunté internamente.
La miré sin poder dar crédito a las palabras que habían salido de sus labios, lo peor de todo era que yo, uno de los mafiosos más importantes, no sabía qué responderle a la fiera indomable que tenía de frente.
—Eso te lo debía, ¿recuerdas que me pegaste sin merecerlo?, pues bien, ya estamos a mano —le contesté con la sonrisa más coqueta que tenía mientras volvía a preguntarme qué rayos me estaba sucediendo, ¿Cómo podía pasar de estar inmensamente triste, a querer echarla y luego a devorar sus labios sin piedad?
—E-s cierto mi hermana no está aquí —dijo entre dientes visiblemente molesta
—¿Eso es una disculpa? —le pregunté elevando una ceja
—¿Tienes la cara dura de pedir una disculpa después de lo que hiciste? —dijo centellando mientras una satisfacción inaudita se apoderaba de mí al ver que caía en mis provocaciones.
—Bueno, al menos lo intenté, además tu sonrisa “de Julieta”, me hizo empezar que me estabas invitando a que fuera tu Romeo
—¡Nada que ver! —vociferó al punto de provocarme sordera
—¡Ah, bueno, pues para la próxima sé más específica, al menos ya me tuteas! —Acto seguido salí de su habitación y de sus garras, con la mayor cara de estúpido que alguien podía tener, sin rastro alguno del enojo que tenía y sin haber llevado a cabo lo que tenía que hacer. Esa …fiera se quedaría unos días en mi vida, solo unos días, ya sabía dónde estaba su hermana, pero esa era una información que pensaba guardar para mí mismo.
El día transcurrió con toda normalidad hasta que llegó el momento en que me tocó hablar con Joe.
—¿Cuándo le dirás a tu invitada el paradero de su hermana?
—Por el momento no es necesario —respondí secamente
—Vaya, ¡entonces en verdad te interesa! —dijo con una sonrisa en sus labios
—¿A Qué RAYOS TE REFIERES? —le contesté molesto
—A lo que es obvio, esa joven de ojos marrones te tiene cautivado, sino mira todo lo que has hecho. De todo corazón me alegra
—¿Qué es lo que te alegra? Deja de decir todas esas estupideces, ¿Acaso crees que ya olvidé a Lorena?
—No, no tienes que olvidarla para volver a darte una oportunidad —continuó diciendo, pero sus palabras estaban removiendo algo dentro de mí, no lo permitiría
—¿Y con qué derechos me das esas opiniones?
—Con el derecho de ser tu amigo —me contestó algo sorprendido como si mi pregunta fuera tonta, elevando mi furor
—Te equivocas, ¡eres uno de mis hombres y yo soy tu patrón, tan sencillo como eso!, ¿Quedó claro?
—¡S-i, señor! —contestó antes de marcharse y dejarme envuelto en la seguridad plena de que acababa de cometer un terrible error. Joe y yo llevábamos 6 años conociéndonos, fue el único amigo que me quedó cuando la rivalidad se interpuso entre Paolo y yo.
El arrepentimiento ya se había apoderado de mí una vez las palabras habían escapado de mis labios, pero ya era demasiado tarde, ahora necesitaba darle tiempo antes de disculparme.
Por mi abuela santa que no comprendía lo que me estaba pasando, mis emociones se habían unido en un remolino intenso. Pasada de una emoción a otra en cuestión de segundos y lo peor de todo es que no sabía por qué, bueno, si sabía: el motivo tenía nombre y apellido y una mirada asesina que me fascinaba.
Estaba en un enredo que yo mismo había causado, lo peor de todo es que era más que obvio que estábamos en la mira.
Lucy
¡Nieto de su abuela!; me había mentido, ¡él ya sabía dónde estaba mi hermana! Lo había escuchado de los labios del mismo farsante que me había pedido que por favor fingiera ser la pareja de su jefe. ¡El muy maldito! Claro, había logrado convencerme, ya que todos sus argumentos eran válidos: su jefe me había rescatado, no me había dañado de ninguna forma y se había ofrecido a dar con el paradero de mi hermana.
Así que ingenuamente me había comprado el cuento de que era un mafioso diferente, ¡ja!; como si eso existiera. ¡Todos los hombres eran iguales y los delincuentes mucho peor! Y pensar que había sonreído como tonta cuando entró a mi habitación, ¿mi habitación? Ahora sí que me estaba volviendo loca.
El muy nieto de su abuela me había besado, un beso que obviamente no había correspondido, por muy guapo que estuviera no tenía ningún derecho a besarme sin mi consentimiento. Y ahora el muy cobarde me había mentido, sabía dónde estaba mi hermana. Tenía que encontrarla e irme de este lugar cuanto antes.
Una lágrima de indagación cubrió mis mejillas, estaba atada de pies y manos, pero no podía rendirme, Stacy me necesitaba y la vida feliz que anhelaba tener también.
Así que me dispuse a buscar por ese cuarto, algo que me ayudara con mi misión, minutos más tarde había dado con ello, no estaba del todo segura, pero no tenía otra opción
Mi padre, Joe y yo estábamos planeando una misión menor que se encargarían los demás de realizar. Cuando no era necesario no asistíamos a las operaciones. Los tres estábamos sumamente concentrados que no nos dimos cuenta hasta que fue…demasiado tarde.
Lucy estaba en frente de nosotros y nos apuntaba con una pistola, su mirada era de acero y había un fuego distinto al que ya había visto. Su lenguaje corporal era claro, la fierecilla estaba completamente enojada y cualquier palabra o movimiento en falso nos podía costar la vida.