—¿Paolo, pero tú, -tú es-tas muerto? — susurré preso de la estupefacción
—¿Creíste que de verdad estaba muerto? —susurró molesto antes de enseñarme una enorme bolsa y sacar de ella la cabeza de mi padre. Un fuerte grito escapó en automático de mis labios mientras una agitación sin igual se apoderaba de todo mi ser y luego…luego me desperté sudoroso de la cama, sin duda alguna esa había sido una de las peores pesadillas de mi vida.
Me levanté y encendí las luces de la habitación, al menos de esa forma podría hacer un contraste irónico de toda la oscuridad que había en mi ser. Aún sentía una ligera incomodidad en el hombro, pero no era nada comparado con el caos que había en mi mente, ¿Cuándo se supone que debería dejar ir a la fierecilla? ¿Hasta cuándo sería el ogro que la mantendría a mi lado? Una parte de mí estaba totalmente convencido de que estaba haciendo lo incorrecto, pero otra parte de mí, la irracional, se negaba rotundamente a dejarla ir tal como había hecho…con ellos.
Como si la hubiera conjurado con mis pensamientos la vi entrar con el mismo temple volcánico de siempre
—¿Cuándo podré volver a mi vida normal, cuando esto…va a finalizar? —preguntó, con una furia que trataba de simular, pero que sus ojos transmitían arduamente
—También te deseo buenos días —le conteste con una enorme sonrisa en mis labios, mientras irónicamente pensaba que tenía a miles de mujeres que se derretían por una sola de mis sonrisas, pero ella no hacía más que observarme con desdén y dedicarme una mirada que a leguas decía que mejor me valdría enfrentarme al demonio que a ella.
—¡Si cree que con esa maldita sonrisa va a lograr convencerme o amedrentarme está totalmente equivocado! —dijo de forma estridente, y yo no pude más que fascinarme por su valentía, aunque demostraría lo contrario
—¿Sabes que puedo mandarte a matar en cualquier momento?
—Sí, y no lo hará, ¿y sabe por qué? Porque le gusta jugar a ser Dios, a tener el dominio de las vidas de los demás en sus manos y todo para que, para alimentar su ego, ni siquiera soy bonita, ¿Por qué? ¿Por qué me quiere retener a su lado? Ya pagué con creces la bofetada que le di, ¿Por qué no se olvida de mí y mi hermana? Pero no se preocupe, le doy mi palabra de que haré de mi estancia aquí un infierno para usted —la mirada tan triste con las cuales había acompañado sus palabras había quebrado mi alma, no podía explicar con palabras todas las emociones que se habían removido dentro de mí y lo peor de todo era que tenía razón. La dejaría ir, solo la retendría una semana más para acostumbrarme a la idea de que no la volvería a ver, y no, no estaba enamorado, solo estaba conmocionado porque al tenerla cerca era como si los tuviera cerca de ellos.
Lucy
Ardía en deseos de cometer asesinato. ¡Ahora comprendía por qué era tan fácil acabar con la vida de alguien más! Era justo lo que quería hacer con ese demonio que tenía por nombre Enrique, cuya apariencia cada vez era más parecida a la de una deidad griega ¡Nooooooo!, ¿Qué estaba pensando?, me recrimine a mí misma al tiempo que veía a una mujer hermosa entrar a mi cuarto.
Se formó un silencio incómodo cuando estuvo frente a mí, analizándome como si fuera una mercancía a la venta. Intenté abrir mis labios para preguntar quién era, pero ella se me adelantó con una enorme sonrisa en su rostro.
—¡Hola!, soy Lorena y el jefe me envió para ayudarte
— ¿Jefe? ¿Ayudarme? — pregunté, sin entender nada
—Bueno, el jefe es su novio —pronunció algo estupefacta por tener que explicármelo —Y como le decía el jefe me ordenó que la llevara de compras —añadió mientras seguía recorriéndome con la mirada, de seguro se estaba preguntando que había visto su jefe en mí, ¡si tan solo supiera!
—Pues agradezco mucho tu gentileza, pero puedes decirle a tu jefe que no se me antoja ir de compras, cuando lo desee le diré. —dije, viendo como me observaba con la boca literalmente abierta
—Pero…—intentó decir, pero yo la frené en seco
—Pero nada, por favor Lorena márchate, deseo estar sola —sentencié algo brusca, recriminándome mentalmente, ya que la chica solo estaba cumpliendo “su trabajo” después de todo
Una risa boba se coló en mis labios al pensar la cara que pondría “el jefe” al ver que no cumplí sus órdenes. Estaba a punto de emitir otra cuando vi como Enrique, entraba hecho una furia y me observaba con sus ojos centelleantes. Lorena está tras él, visiblemente asustada, como si temiera que una catástrofe estuviera a punto de acontecer.
—¿Sucede algo? — pregunté, en un fingido tono de inocencia, lo que terminó por elevar su furia al extremo.
—¿Así que no quieres ir de compras?, ¿eh?, ¡no solo eso, sino que también harás el inmenso favor de informarme cuando desees hacerlo! ¡Sabes que, me parece estupendo! —dijo en un tono que no mentiré, provocó escalofríos en mí.
—Y-o-o — intenté decir, al tiempo que él como si estuviera poseído por mil almas oscuras, abría el clóset y destruía las pocas prendas de vestir que había en ellas. Luego fue a los cajones e hizo jirones toda la ropa interior, se dirigió luego a la gaveta y derrumbó todo su contenido.
Decir que estaba estupefacta era muy poco. El miedo ya había paralizado mi espina dorsal y este se elevó cuando tras terminar con su desastre posó su mirada totalmente eufórica sobre mí. No lo negaré, temí me golpeara, pero, en cambio, me sonrió y con un tono totalmente frío e increíble para su estado me dijo:
—¡Por favor hazme saber cuándo quieras ir de compras! —Después de sus palabras lo vi marcharse, mientras los desbocados latidos de mi corazón trataban de normalizarse. Mi respiración aún seguía agitada, por primera vez había visto a Enrique como lo que era: un mafioso
—¿Está bien? —pregunto en un susurro Lorena, quien parecía tan afectada como yo.
—Y-o-o —intenté decir por nueva vez, pero no fui capaz de emitir palabra alguna. Lorena me abrazó al ver mi mutismo, sorprendiéndome aún más de lo que estaba.