En las redes del Amor

Capítulo 11: Una dosis de tu propia medicina

De pronto me pareció volver a estar en la secundaria, frente a ellos…otra vez. Por un segundo fue como estar viviendo una especie de realidad alterna, una que había creído, dejado atrás…hasta ese momento.

Con cada palabra que salía de sus labios, el profundo ardor que ya había en mi pecho se intensificaba cada vez más. Deseaba responderle, impedir lo que estaba haciendo, pero solo pude quedarme paralizada, sencillamente estática ante sus palabras:

—Debo confesar que estaba algo asustada, pero ahora que te veo, no puedo evitar reírme. ¡Es imposible que Enrique se haya fijado en ti! ¡En una enana y además coja! Pero tengo curiosidad, ¿Por qué estás aquí? Bueno no importa. ¡Solo quiero advertirte algo: ¡no cometas el estúpido error de enamorarte, él es mío, exclusivamente mío! —Después del veneno mortal que había lanzado en sus palabras, se marchó con una sonrisa colgada en sus labios, mientras con un mar de lágrimas presente en mi rostro, me contemplaba en el espejo. ¡Ella tenía razón, Enrique ni nadie se fijaría en alguien tan poco agraciado como yo! Les ordené fervientemente a mis lágrimas que se detuvieran, pero estas simplemente se negaron a obedecerme.

 

Horas después Lorena ingresó a la habitación con una bandeja de comida, no había salido de la recámara después de lo que había pasado, no tenía ni la mínima intención de ver a nadie.

—Le traje algo para que coma un poco —dijo en un tono que indicaba lástima

—Por favor retírate —le demandé en un tono hostil, a lo que ella respondió con una mirada triste y luego procedió a retirarse, solo que en el último instante se giró para decirme:

—Sabe no sé lo que Ann le haya dicho, aunque es obvio cuál es su objetivo y con esa actitud usted solo está permitiendo lograrlo. —Sabía que sus palabras eran una especie de reto, y que no debía de caer en ellas, pero fue justamente lo que hice

—¿Y cómo puedo lograr que no lo logre? —Después de pronunciar esto último, un fuego ardiente se había expandido por todo mi corazón y de esta forma lo había sabido: ¡Ann acaba de pagar su pasaje para conocer el infierno y yo sería su guía turística!


 

Horas, ese era el lapso de tiempo que había pasado después que me había convertido o más bien mostrado como la bestia que era con la fiera. Todo había sucedido tan abruptamente que todavía no terminaba de procesarlo. Solo recordaba a Lorena diciendo que ella había rechazado ir de compras. ¡Por mi abuelita santa, todas las féminas amaban ir de compras! Mi furia había sido tal que había hecho trizas toda la escasa ropa que tenía en el closet, y luego me había dado cuenta de la realidad: ¡la había asustado!

Ella lo había simulado como toda una experta, pero los años en mi profesión me habían convertido en un experto en identificar un sentimiento tan vital como el miedo. Lo había visto demasiadas veces, lo había causado otras muchas otras.

Cuando un rayo de cordura había azotado todo mi cuerpo había sido demasiado tarde. Había intentado arreglarlo con un ramo de rosas, ¡pero había fallado estrepitosamente!: ¿Cómo iba a disculparme? ¡Maldita sea, era un mafioso y ella era mi rehén! Por eso solo le había entregado el ramo de rosas y había marchado como el cobarde que era.


 

Un día después todos estábamos en la casa, celebrando el gran triunfo que habíamos obtenido en nuestra última misión.  En otras circunstancias estaría tratando de disfrutar el momento que estábamos viviendo, con la hilaria del grupo, pero ahora que sabía que pronto dejaría de verla era como sentir una especie de daga hiriente clavada en el punto más sensible. ¿Cómo pudo apoderarse tan rápido de mis pensamientos? ¿Qué era lo que sentía realmente por ella?, porque no podía seguir diciendo a mí mismo que no sentía nada por ella.

Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando de repente la vi hacer acto de presencia. Todos los ojos estaban fijos en ella y no era para menos, estaba…estaba radiante, con ese vestido negro y el pequeño escote que revelaba el nacimiento de sus pechos. Su maquillaje era sutil, pero hacía resaltar la luz de sus ojos y los tacones que traía puestos habían elevado por mucho su estatura y su cojera era apenas perceptible.

Mi boca se quedó literalmente abierta mientras ella se dirigía con mirada decisiva hacia mí, ¿pero qué rayos estaba sucediendo, no pude evitar preguntarme mientras mi corazón amenazaba con salírseme del pecho. El aire llegaba con dificultad a mis pulmones, todo parecía una alucinación y empeoro cuando se colocó justo en frente de mí, ¿espera me estaba sonriendo? Estaba seguro de que en cualquier momento me levantaría y descubría que todo se trataba de un simple sueño, pero no importaba porque era el sueño más hermoso que había tenido en toda mi vida.

—¡Cariño, espero no haber llegado muy tarde! —dijo en el tono de voz más dulce que había escuchado en toda mi vida; mientras mis ojos la recorrían más de cerca

—Espero no interrumpir, ¿Enrique me acompañas en esta pieza de baile?, ya le hemos bailado, ¿te acuerdas? —dijo Ann con una voz seductoramente repulsiva, poniendo fin al mágico momento que estaba disfrutando. Al menos eso había pensado antes de ver como la pequeña fierecilla entrelazaba nuestras manos antes de dedicarle una mirada de ataque y decirle en una voz tan débil como un susurro y tan potente como un rayo:

—¡Mi hombre se acuerda a la perfección!, al parecer la que no se acuerda eres tú, ya que olvidas un pequeño, pero importante detalle: a mí.  ¡Antes no estaba, ahora sí, así que, si nos permites, ve a bailar con otro o sencillamente venos bailar!

Con la boca más abierta aún vi como la cara de Ann era transformada completamente antes de marcharse con el rabo entre las patas y dejarme con la hada hermosa que tenía enfrente. —¿Qué es todo esto? —no pude evitar preguntarle

—¿Acaso no soy tu pareja? —me contestó mientras entrelazaba sus manos sobre mi cuello, y el ritmo de mi corazón se disparaba al instante. ¡Ahora no quedaba duda, debía de tratarse de un sueño!




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