Seguí contemplando la hermosa iglesia frente a la cual estábamos. La misma estaba dentro de una pequeña comunidad alejada de todo. El templo constaba de dos niveles y las letras que daban la bienvenida estaban tintadas de un fuerte color rojo.
—¿Tu lugar favorito es una iglesia? —le pregunté sorprendida
—No solo es la iglesia, sino todo este lugar —dijo con una hermosa sonrisa dibujada en todo su rostro. Entró con ímpetu al templo mientras me llevaba a rastras consigo con una alegría contagiosa que solo se posee cuando se es un niño.
Después de que entráramos vi como un señor que parecía rondar los 40 lo abrazaba muy efusivamente, era obvio que se conocían. Luego su mirada se dirigió atentamente hacia mí y con una sonrisa cálida que me hizo sentir como en casa.
Aunque lo estaba presenciando todo, mi mente no encontraba una explicación lógica, ¿realmente estaba sucediendo todo lo que estaba contemplando con mis ojos?
Después de unos minutos en los que mi confusión aumentaba, Enrique tomó mis manos como la primera vez y juntos fuimos a recorrer todo el lugar. La aldea era más que hermosa. Las casas tenían un aire hogareño, todas eran muy parecidas. El lujo no estaba presente, en cambio, una enorme calidez invadía todo el lugar.
Pronto me olvidé de la incertidumbre inicial que me embargaba y contemplé con auténtico deleite todo el panorama que tenía enfrente de forma más genuina. Los árboles inundaban todo el alrededor y había niños por doquier que peleaban eufóricamente por sus canicas.
En una misma hilera estaban la farmacia, la heladería y una pequeña librería. La aldea era muy pequeña, y ciertamente existían lugares con muchos más atractivos físicos, pero el aire a libertad que se respira en todo el ambiente era inigualable. La sensación de paz se colaba en todos los rincones de ese pequeño lugar y eso bastaba para volverlo mágico.
—Entiendo por qué es tu parte favorito —le dije en un murmullo producto de la emoción
—¿Eso crees? —me pregunto, con una sonrisa burlona antes de añadir:
—Deja que veas mi lugar favorito de todo el lugar y luego podrás juzgarlo correctamente
—¿Y dónde está ese lugar? —no pude evitar preguntarle una especie de complicidad extraña que se había formado entre nosotros
—Si quieres verlo, tendrás que seguirme, deberás correr detrás de mí —dijo como un niño pequeño cuando le explica a su mejor amigo un juego novedoso
—¿No pretenderás que corra de verdad? —le respondí, pero él solo me dedicó una mirada que claramente decía que hablaba en serio mientras negaba vehemente con mi cabeza.
Negué rotundamente que correría como un infante. Él era mi enemigo y mi plan era vengarme de él. Pero pese a todas esas muy válidas razones, de pronto me encontré persiguiéndolo por todo el lugar ante la mirada expectante de los transeúntes. La brisa alboroteaba mi pelo mientras seguía en mi carrera, mis pies ágiles lo seguían por todo el sitio. Por un momento y solo por un momento, mi mente había regresado a la niñez, cuando perseguía a Steyci por toda la casa en nuestros momentos de juego.
Después de unos minutos llegamos al punto que me había indicado y tenía toda la razón, con solo verlo también se había convertido en mi lugar predilecto. Estábamos en frente de un pequeño parque de diversiones. Los juegos eran muy variados, desde juegos muy infantiles hasta los extremos como el martillo.
Las risas de los niños mientras correteaban y se subían en los diferentes juegos, el sonido alarmante de sus padres tratando de controlarlos hacía parte esencial de aquella escena. Todo era hermoso, incluyendo la mirada penetrante y llena de nostalgia que él tenía en su rostro.
Fue contemplándolo como una boba que lo comprendí, aquel lugar tenía un significado invaluable para él. No solo en el sentido físico, era como si ese sitio lo transportara a una época muy importante de su vida, tal vez a su niñez. Contemplando a esos niños también pude comprenderlo aún mejor, la niñez era la mejor etapa de la vida, donde la inocencia reina por doquier, al igual que la ignorancia de la crueldad del mundo.
Horas después estábamos de regreso a la casa. La mirada de Ann al vernos llegar valía por mil palabras, estaba furiosa y yo me complacía con ello, tal vez había más crueldad en todo mi ser.
—Hola, ¿todo bien por aquí? — pregunté con una sonrisa que delataba mi estado de felicidad
—No también como aparentemente lo estás tú —dijo ardida
—Así es la vida, la suerte de uno es la envía de otros —le contesté de forma activa, sin nisiquiera darle la oportunidad de contestarme, mientras me dirigía a mi habitación
Después de haber llegado a casa y presenciar como la fiera ponía en su lugar a Ann, me dirigí a mi despacho. Tenía unas cuantas cuentas por realizar cuando de repente vi a mi padre hacer acto de presencia. Su rostro estaba cargado de seriedad, así que me alarmé al instante.
—¿Sucede algo malo, padre? —le pregunté con algo de temor
—En realidad no —contestó
—¿Entonces? —le insistí con el mentón levantado
—Tu comportamiento con esa chiquilla está levantando comentarios y es normal, solo que me pregunto cuándo será la boda
—¿Boda? —repetí en automático sin poder dar crédito
—Por supuesto, es obvio que estás enamorado de ella, así que es mejor que se casen de una vez y me den un nieto
—¿Qué? —repetí
—Hijo le dijimos a los de la hermandad que era tu pareja, y ya lleva días aquí contigo y el trato que le das. Ya sé lo que me dijiste antes, pero te conozco, y bueno, sabes lo que implica que ella esté aquí tanto tiempo.
—Tienes razón padre, ya jugué con ella lo suficiente—dije con un tono desganado, tratando inútilmente de engañar a mi padre. Esa fiera había empezado a penetrar mi corazón, mi padre lo sabía. No obstante, fingió que me creía antes de marcharse y dejarme con mi soledad que de pronto se me hacía inmensa.