—¿Entonces no me dirás, es verdad que dudas en decirme? —insistió Enrique, provocando que mis dudas y mis miedos se mezclaran a una velocidad superior a la de la que transcurre la luz. Esta era mi oportunidad de decirle la verdad, pero un miedo atroz dominaba mis entrañas, no quería que muriera aquello que estaba empezando a nacer entre nosotros. Por eso, pese a que sabía que debía decirle la verdad, de mis labios brotaron las siguientes palabras:
—La verdad es que, aunque estuve a punto de morir, estoy en cierta forma agradecida con quien me disparó porque gracias a eso…bueno ahora sé la verdad de tus sentimientos. El efecto de mis palabras fue inmediato. La culpa me azotó sin piedad mientras el rostro de Enrique era iluminado como el de un niño ante su postre favorito. Sabía que estaba cometiendo un gran error, pero ya estaba hecho, ahora solo me quedaba seguir hacia adelante.
Tres horas después, estaba frente a la habitación de Axel, necesitaba salir de dudas de forma inmediata. Una cosa era que le dijera la verdad a Enrique por temor a perderlo, y otra muy distinta que me quedara con la duda de saber si Axel era el responsable de todo lo que había pasado.
—Vaya, pero si veo que estás muy recuperada, al parecer tienes más vidas que un gato —dijo en cuanto me vio
—¿Fuiste tú? —le pregunté de forma directa sin andarme con rodeos
—¿A qué te refieres? —preguntó con un gesto dubitativo
—¿Qué si fuiste tú quien atentó contra la vida de Enrique y en dicho intento casi me matas?
—¿Acaso estas locas? ¿Escuchas lo que dices? —preguntó escandalizado
—No estoy loca, solo recuerdo a la perfección tu odio hacia Enrique y tus deseos de hundirlo
—Deseos que si mal no recuerdo hace poco compartías —dijo, provocando que un fuerte sonrojo en señal de vergüenza inundara todos los pómulos de mi rostro
—¡¡Bien dijiste, eso era…antes, ahora quiero, te exijo que me digas la verdad!! —dije con una valentía que para nada sentía
—¡Tú no a mí no me exiges nada, pero soy un caballero y te voy a contestar! No fui quien te disparó, si hubiera querido asesinar a Enrique lo hubiera hecho antes, mi resentimiento contra él es porque tiene el amor de la mujer que amo, por eso quise hundirlo, pero nunca asesinarlo.
—¿Querías, es decir, ya no quieres hundirlo más? —pregunte entre dubitativa y alegre
—Sí, así es, ahora que estuviste en coma, a todos nos quedó claro el valor que tienes para él, aun para Ann, así que ahora tengo una oportunidad
—¿Y por qué debería de creerte? —le demande dubitativa
—No tienes que hacerlo, puedes hacerlo lo que quieras, ve dile todo a Enrique, pero solo ten presente algo, lo harás con bases infundadas y no solo yo pagaré las consecuencias.
—¿De verdad ya no tratarás de lastimar a Enrique? —Insistí, deseando creerle con todas las fibras de mi corazón, porque eso significaría que no había contribuido al atentado que había terminado padeciendo.
—Ya te dije que no, en realidad solo quería hacerle lo mismo que él me hizo: alejarlo de la mujer que ama, nunca me atrevería a ir más allá, él es mi jefe, una sola palabra suya, y yo y todos los míos pasaríamos a mejor vida.
Dos días después, parecía estar viviendo un sueño hermoso, el cual solo era perturbado por la culpa que sentía al no decirle a Enrique la verdad, pero no podía. En estos dos días había conocido una parte de él que nunca antes había visto. Sabía que era diferente y que no cumplía con el “estereotipo” de mafioso.
Era tan tierno, tan viril, una mezcla fatal entre dulzura y dominancia. Lo más increíble de todo es que me amaba a mí, después de lo que pasó nunca pensé que tendría oportunidad alguna. No pensé que alguien pudiera amarme, menos con siendo coja y enana, pero no me quedaba la menor duda de los sentimientos de Enrique, por eso temía tanto que todo se esfumara tan pronto como había iniciado.
Semanas más tarde, estaba totalmente adaptada a la vida que tenía al lado de Enrique, y ahora trabaja en una fundación como voluntaria. La fundación era apadrinada por Enrique y se dedicaba a trabajar con niños y adolescentes que vivían en las calles, para que no terminaran incurriendo en ningún delito.
Esa era otras de las cosas que había comprendido en estas semanas, él no se había convertido en un mafioso por decisión propia, no había tenido elección, por eso quería librar a otros de tener que compartir su destino.
Dejé mis pensamientos a un lado, cuando sentí un toque en la puerta, era Enrique, hoy saldríamos a cenar y luego a realizar según él algo muy importante. Estaba muy nerviosa, miles de ideas pasaban por mi cabeza y todas parecían ser una posibilidad real. ¿Y si ya sabía todo y quería enviarme de regreso a mi antigua vida? ¿Y si ya se había cansado de mí y había descubierto que no era la mujer de su vida? Los nervios me carcomían. Pronto me daría un colapso.
—Princesa ya vine por ti —dice en un tono juguetón, provocando que mis nervios se elevaran a más no poder
—Ya estoy lista —le conteste al tiempo que abría la puerta, observando sus ojitos llenos de asombro. Me fascinaba la forma en que me observaba, como si fuera una mujer bella y no el adefesio que era. Nunca imagine que me enamoraría tan perdidamente del hombre que me había capturado y que una bofetada lo cambiaría todo.
—¿No vas a decirme la sorpresa que me tienes? — me dedico una sonrisa burlona antes de contestar: pues si te digo que es ya no sería una sorpresa.
Después de media hora habíamos llegado a nuestro destino, pensé que iríamos a un restaurante, pero, en cambio, estábamos en frente de una pequeña cabaña, alejado de todo, en medio de la nada. Los nervios volvieron a paralizarme y una extraña corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo.
—¡Es-to es impresionante! —dije tratando de sonar segura y fallando estrepitosamente