Por fin parecía que en mi vida había una pequeña luz en el horizonte, después de tanto dolor y sufrimiento al fin podría tener un poco de paz. La fiera había llegado para cambiar mi vida, para llenarme de una dicha que después de ellos pensé nunca volvería a tener.
En todas estas semanas ha sido una verdadera lucha para mí. Yo, que estaba acostumbrado a que las mujeres cayeran rendidas a mis pies, había estado conquistando a una mujer que sabía que me amaba pero que nunca lo había dicho. ¿Si mi ego estaba herido?, por supuesto que sí, pero la amaba demasiado para dejar que esto fuera un obstáculo.
Por eso cuando me había besado, y las cosas se habían tornado muy intensas entre nosotros, había aprovechado la oportunidad para pedirle matrimonio. La había llevado a cenar con la intención de alejarla de una misión que los chicos estaban llevando a cabo en casa, no quería exponerla a peligro alguno y más cuando después de tantas investigaciones aún no había dado con el maldito que la había lastimado.
Había hecho todo acopio de la fuerza de voluntad para no devorar su delicada y preciosa piel, pero el
anillo que llevaba en el bolsillo desde hace varias semanas merecía darse a conocer de una vez por todas. ¿Por qué no le había pedido matrimonio antes? Por miedo, tenía miedo de que, pese a todo lo que sentíamos mi estilo de vida, terminara alejándola de mí. Hasta ahora había hecho hasta lo imposible para que no viera toda la oscuridad que había en mí en mi faceta de mafioso. No quería que sucediera lo mismo que Sandra, quien había estado a punto de dejarme, no podría soportarlo.
Deje mis pensamientos a un lado y me dirigí hacia su habitación, la cena donde anunciaríamos nuestro compromiso ya estaba por iniciar, estaba loco por anunciar frente a todos mis hombres que pronto se convertiría en la señora Taveras.
Ella no lo sabía, pero los preparativos para la boda ya estaban adelantados, y planeaba anunciar la fecha hoy mismo, solo esperaba que estuviera de acuerdo, en realidad no tendría de otra, no le daría otra opción.
—¿Estás lista? —le pregunté una vez toque la puerta de su habitación, obteniendo un profundo silencio como respuesta, no sabía por qué, pero ese silencio me asustaba, así que decidí entrar para ver que sucedía.
Al entrar frente a ella, me quedé literalmente sin aliento, decir que estaba radiante era poco, por unos escasos segundos perdí el habla por completo. No podía sino solo contemplar toda la belleza que estaba frente a mis ojos.
El espectacular vestido blanco que llevaba acentuaba a la perfección sus curvas, curvas que estaba loco por acariciar. Seguí devorándola con la vista, como un cazador frente a su presa más apetitosa, pero cuando llegué a su rostro me quedé en shock.
Llevaba un maquillaje ligero que la hacía parecer todo un ángel, pero a la vez había una tristeza y preocupación que no pasaron por desapercibida. ¿Será que ya estaba arrepentida de comprometerse conmigo? ¿Lo había pensado mejor y había decidido que no quería convertirse en la esposa de un mafioso? Litros del más auténtico terror ya estaban recorriendo todo mi cuerpo.
—¿Sucede algo? —le pregunté con una valentía que para nada poseía en ese momento, plenamente temeroso de su respuesta y más cuando su silencio se prolongó.
—¡Si sucede! —contestó segura de sí misma, y todas mis esperanzas desaparecieron por completo mientras se elevaba mi temor a más no poder.
—¿Estás arre-pen-t-i-da?
—No, pero no quiero que Ann esté en nuestra fiesta—contestó algo dubitativa
—¿Ann, ella hizo algo? —pregunte seguro, mientras sentía como mi alma retornaba a mi cuerpo, ella no quería renunciar a mí
—Solo no la quiero en nuestra fiesta de compromiso, quiero que esta noche sea perfecta y con ella eso no será posible, al menos…que para ti sea más importante contar con su presencia que complacerme —mire de forma directa a sus ojos mientras pequeñas capas de furor eran formadas dentro de mí. Ann ya había sobrepasado todos los límites, sin importar que fuera ahijada de mi padre, no permitiría que fuera una piedra de tropiezo en mi relación, porque era más que obvio que le había hecho algo a mi fiera y algo que la había molestado al extremo.
—Ella ni nadie arruinará nuestra noche —dije, al tiempo que le llamaba por teléfono y le ordenaba que se presentará justo hasta donde estaba. Llegó en menos de un minuto, y su mirada era de puro impacto cuando entró a la habitación. Ya no me quedaba dudas, algo grave había sucedido
—¡Aquí estoy Enrique! —dijo, mirando directamente a mi fiera a los ojos, provocando que esta última palideciera vertiginosamente. ¡Pero qué rayos!, pensé, ya me encargaría de ella
—¡Quiero que te marches de la mansión esta noche y regreses dentro de dos días!
—¿Es una broma? —preguntó abriendo sus ojos como platos
—¿Acaso ves que estoy bromeando? —le conteste
—¡No, puedes hacerlo, de seguro ella! —empezó a decir rápidamente
—¡PARA!, te estoy dando una orden y solo tienes que cumplirla, a menos que quieras abandonar la mansión de forma definitiva
—Y-oo-h —empezó a susurrar al tiempo que una pequeña lágrima recorría una de sus mejillas
—¡Estás cometiendo un error, pero tranquilo, yo estaré, cuando te des cuenta de ello, siempre estaré ahí para ti! —dijo mientras le dedicaba una mirada significativa a Lucy y cumplía mi orden de irse.
—¡Ahora sí! —le dije a la mujer que amaba mientras le daba un muy cálido beso y sentía en mi abrazo el ligero temblor que recorría su cuerpo, por los huesos de mi abuelita que investigaría que había hecho Ann en esta ocasión, y cuando lo hiciera nadie lo libraría, ni siquiera mi padre.
Media hora después ya habíamos anunciado nuestro compromiso, decir que me había convertido en el hombre más feliz de todo el mundo era muy poco. Todos habían irrumpido en aplausos y las miradas de asombro no se habían hecho esperar.