En las redes del Amor

Capítulo 21: Estupefacción

Mi corazón estaba a punto de colapsar, de hecho, era puro milagro que continuara latiendo. Mi temor se elevaba al compás de la aguja del reloj, mientras miles de pensamientos inundaban mi mente. 

¿Será que ya había descubierto toda la verdad y planeaba castigarme? ¿Me dejaría con vida? ¿Qué le diría a Enrique? ¿Me llegaría a perdonar una vez su padre le contara la verdad? Porque era más que obvio que su padre ya lo sabía todo. ¿Por qué otro motivo estaría frente a mi auto después de la salida tan abrupta que había ordenado?

Si el arrepentimiento matara, ya estaría metros bajo tierra, aunque tal vez ese fuera mi destino próximo.

 —¿Te preguntarás por qué estamos aquí? —pronunció de forma aguda provocando que todos los pelos de mi piel 

—Acepto mi destino —dije como pude, desechando la idea de rogar, ya que sabía esto no serviría de nada.

—Tu destino es hacer feliz a mi hijo y darme por lo menos media docena de nietos —dijo con una sonrisa en los ojos, al tiempo que sacaba una caja y me la daba con un gesto tímido, provocando que ahora fuera la confusión quien poblara mi mente.

—¿Qué es esto? —pregunte con manos temblorosas

—¿Por qué no lo abres? —dijo con una mirada burlona, al tiempo que me disponía hacer lo que me había indicado, para encontrarme con un collar de perlas, con la palabra Taveras en diminutivo. No era amante a las joyas, pero no necesitaba ser una experta para saber que tenía toda una reliquia exquisita en mis manos.

—¡Ha estado en mi familia por cinco generaciones, ahora es tuya, se lo darás a la mujer que en un futuro se convierta en tu nuera! —dijo en un tono casual pero con una mirada muy significativa, y fue entonces, cuando me perdí en aquella mirada gris que lo supe: Enrique no era la única víctima, la única presa de la mafia, había alguien más….

 

 

 

Una semana había pasado desde la vez que por poco había colapsado mi corazón cuando creí que mi futuro suegro podría fin a mis días.

 Esa había sido la plática más extraña que había tenido en mi vida, ni que decir de la pobre Lorena que había sido presa de un ataque de pánico al no verme. 

Cuando habíamos retornado, me había dado la regañiza de mi vida y luego me abrazó como si acabara de recibir el mejor de todos los regalos.

 

Habíamos recorrido tiendas durante horas, pero al fin tenía el vestido de mis sueños, dentro de poco tiempo me convertiría en la esposa de Enrique.

 A veces me ganaba el remordimiento y por poco le confesaba toda la verdad, pero justo en el último instante el miedo paralizaba mi espina dorsal. No podía arriesgarme a perderlo todo, no después de todo lo que había pasado, no después de haber tenido la certeza de que nadie me amaría.

 La culpa y el miedo se habían tornado en una capa muy pesada, cuyo peso era cada vez más insoportable de llevar.

Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando vi a Ann parada frente a mí, su sola presencia nublaba la belleza singular del jardín.

—Hola, ¿Cómo estás? —dijo con una mirada completamente cínica

—¡No estoy de humor para tus jueguecitos! —dije de forma directa, sin andarme con rodeos

—Pero nadie está jugando, solo te estaba saludando —pronunció con una sonrisa en sus labios

—¡Ese jueguecito de ser “cordial” no te va a funcionar, sé perfectamente que quieres destruir mi relación con Enrique y que harás hasta lo imposible por impedir nuestra boda!

—JA, JA, en eso te equivocas, no haré nada para impedir tu boda ¿y sabes por qué? —dijo muy segura de sí misma provocando que un fortísimo escalofrío recorría todo mi cuerpo

—No, no lo sé y no me importa

—¡Qué lástima, porque igual voy a decírtelo! No haré nada porque no será necesario, tu misma cavaste tu propia tumba al mentirle a Enrique. ¿Crees que nunca se enterara o crees que solo es un ángel? Pues déjame decirte que es tan malvado como todos nosotros, solo que a veces ejerce misericordia…cuando el caso lo amerita. Pero sabes cuál es la razón de mayor peso por la cual solo me quedaré a presenciar tu caída.

—¡Ya basta! — traté de detenerla inútilmente

—La principal razón es que no eres rival para mí, toma —dijo entregándome una fotografía de una mujer hermosísima, tan hermosa que parecía una ilusión

—Ella era Sandra, ella si era rival, pero tú….—dijo al tiempo que me recorría con la mirada, con un gesto despectivo como si fuera una mercancía de segunda categoría o en mal estado. —¡Tú…ni siquiera sé que eres, es que además de coja, enana, no eres delgada, en definitiva, no sé cómo pude rebajarme y considerarte tu rival!. Enrique descubrirá la verdad y si no se dará cuenta del adefesio que eres.

 

Los segundos en que permanecí estática mientras se marchaba se asemejaban al doble de una eternidad. Ella se había marchado, pero su veneno ya había sido esparcido por todo el ambiente.

 Una lágrima gruesa y profunda recorrió mi mejilla izquierda al contemplar la foto. ¡Así que ella era Sandra, el término de hermosísima le quedaba muy corto! ¿Cómo había podido Enrique fijarme en mí después de tener a semejante espécimen? ¿Y si Ann tenía razón y nunca lo llegaba a perder por la sencilla razón de que nunca había sido mío? De repente la voz del silencio se hizo insoportable mientras espesas lágrimas nublaban mis sentidos.

 

 

Una hora después me encontraba en la soledad de mi habitación. Estaba completamente desnuda frente al espejo mientras las palabras de Ann se repetían incesantemente en mi mente, al igual que sus risas cargadas de desdén e ironía. Lo peor de todo es que, aunque sabía que lo había hecho para herirme, una parte de mí sabía que tenía razón.

 

No era una mujer deslumbrante como lo había sido Sandra, ni tenía una belleza envidiable como Ann. En medio de mis reflexiones y mi observación directa en el espejo, la aparición de mis defectos comenzó a emerger. 

Nunca había sido tan consciente de ellos. Mis mejillas eran regordetas, tenía más piel de lo que quería en mis brazos, tenía curvas, en definitiva, ni siquiera podía soñar con la cintura de avispa que tenían todas las mujeres a mi alrededor.




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