Señor Taveras
Estaba por salir a cerrar un negocio, cuando me encuentro con mi ahijada. Me besó en ambas mejillas de forma muy efusiva, antes de decirme en un tono misterioso que tiene algo muy importante que decirme sobre mi hijo. La miró de forma muy atenta y me preparo para el cuento que me va a inventar.
Es obvio que está desesperada por la próxima boda, desde siempre mostró interés por mi hijo, pero este último nunca manifestó un interés genuino en ella. Es una lástima, porque dudaba seriamente que la fierecilla no se cansara algún día, al contrario que ella, pero bien sabía que en el corazón no se mandaba.
El amor es una enfermedad letal que nubla los sentidos, que deja de lado completamente la razón. Lo sabía a la perfección por qué lo había degustado y porque veía a mi unigénito recorrer aquel tortuoso camino. Cierto que nunca había poseído ese aire de crueldad que poseíamos los demás, pero nunca había sido torpe.
Tal como lo era en la actualidad, para no darse cuenta de que tenía a un enemigo letal en sus propias narices. Debía de reconocer que Axel había sido muy astuto, tanto que no me había dado cuenta hasta hace poco, cuando había atado cabos. El muy estúpido había intentando acabar con la vida de mi único hijo, por poco lo había logrado.
Pero la experiencia que daban los años no se improvisan, ni el conocimiento que los acompaña se encuentra en las calles. Por eso estaba haciendo de tripas corazón para no volarle los sesos, y demostrarle que con un Taveras nadie se metía. Pero sabía que tenía un cómplice, uno muy poderoso, y debía descubrir de quién se trataba antes de enviarlo a un lugar más lejano que el mismo infierno. Tenía que existir alguien más, su interés por Ann no debía ser la causa real de tanto odio, me encargaría de llegar a fondo de la verdad y cuando eso sucediera le demostraría lo que era capaz de hacer por defender a los míos. De momento lo tenía sumamente vigilado y ya había encontrado la forma de mantenerlo quieto hasta que pudiera investigarlo todo.
—¿Padrino, me estás escuchando? —dijo mi ahijada mientras hacía un mohín infantil
—No, pero estoy seguro de que sea lo que me quieras decir, es contra de mi nuera, siendo así no tengo nada que escuchar —dije en tono firme
—¿Pero…? —empezó a decir mientras su rostro se descomponía
—¡Pero nada, Enrique no te ama, nunca te amara, creo que ya va siendo hora de que lo aceptes! — le dije sin la menor de las contemplaciones, le tenía aprecio, pero me repugnaba la forma en que se humillaba, ¡aun fuera ante mi propio hijo!
—Y-o-oh —empezó a decir, pero no le di oportunidad de que dijera algo más, tenía cosas más importantes que hacer, pero justo cuando había dado unos pocos pasos la escuché decir:
—¿Qué ha cambiado? ¿Padrino que es diferente? ¿Por qué no quieres ayudarme cuando antes…lo hiciste? —dijo cargando el ambiente de una extraña tensión. Había pronunciado sus palabras en tono bajo, pero no me dejaba engañar por ese tono, era innegable la amenaza sutil que había lanzado.
La miré detenidamente como si estuviera enfrente de mi peor enemigo, y efecto quizás en ese momento lo era, no perdería a mi hijo por nada en el mundo y una sola palabra suya sobre…aquello y perdería a Enrique para siempre. Seguí observándola mientras una sonrisa irónica curvaba mis labios, la pequeña había sacado las garras, pero yo me encargaría de córtaselas, y lo haría inmediatamente.
—¡AQUÍ NO IMPORTA LO QUE CAMBIÓ, SINO LO QUE PERMANECIÓ IGUAL COMO EL HECHO DE QUE MI HIJO PREFIERA A CUALQUIER MUJER ANTES QUE A TI! ¡POR TU PROPIO BIEN ESPERO QUE OLVIDES EL PASADO, O DE LO CONTRARIO PODRÍAS FORMAR PARTE DE ÉL!
El día por fin había llegado, el día en que me convertiría en la señora Taveras, en que me uniría a un mafioso, al hombre que amaba. No había podido pegar el ojo en toda la noche, las emociones me habían mantenido en vilo. Aún no podía creer que el día de mi boda había llegado. Una parte de mí me decía que con la presencia de Stayci el día sería perfecto, pero me negué a que cualquier cosa empañara la felicidad descomunal que estaba sintiendo.
Cerré los ojos por un momento, imaginándome cómo sería todo mientras caminaría por el altar, sonreí ampliamente al pensar que dentro de poco podría vivir dicho pensamiento. Me debatí entre desayunar o comenzar a prepararme, opté por la segunda opción, dudaba mucho que en mi estómago pudiera recibir algo. Con esta idea en la cabeza me preparé para dirigirme al baño, pero fue justo cuando vi a Ann entrar.
El mal humor se apoderó de mí de inmediato mientras me preparaba para tomarla de los pelos y echarla si era necesario, no permitiría que ella ni nadie arruinara mi día.
—¡Puedes marcharte por donde viniste! — le dije de forma abrupta y sin andarme con rodeos
—Vaya, pero qué humor tiene la novia. ¿Será porque sabe que su matrimonio será una farsa y que terminará antes de empezar? — dijo con todo el veneno que había en su ser
—¡VETE! —le grite al punto de casi perder la paciencia. ¿Por qué le costaba aceptar tanto que Enrique no la amaba? ¿Por qué siempre tenía que arruinarlo todo?
—¿Dime que se siente saber que eres un adefesio y que tan pronto como Enrique salga del estúpido embrujo donde está te dejara? ¿Eh, no me dirás? —continúo diciendo
—¡Cállate!
—¡Vamos, solo quiero saber la respuesta! —dijo con toda su maldad
—¡No lo sé, pero seguro que no siente tan mal como saber que el hombre que amas prefiere a un adefesio antes que a ti! —el efecto de mis palabras fue inmediato, sabía que había sido cruel, pero por mi abuelita santa que era lo mínimo que se merecía.
Algunas horas después estaba caminando por el pasillo que me conduciría hacia mi felicidad completa. Me sentía ligera como una pluma, flotando entre burbujas de felicidad, y aunque todos tenían sus ojos puestos en mí, yo solo tenía ojos para él.