En los Bolsillos del Príncipe

9

"Sé una mujer que apoya a otras mujeres. Hagánse cumplidos unas a otras, dense palabras de aliento, empoderen a las demás."

Marie Curie

Raquel Landon se sentó a la mesa, con un bolígrafo en mano y un nudo en el estómago. Ante ella estaban los papeles del divorcio y el anillo de compromiso que había pertenecido a la abuela de Jhon. Sabía que enviarle esto a Jhonatan era una despedida definitiva, pero la tristeza la invadió mientras firmaba los documentos. Había sido un momento tan feliz cuando él le había propuesto matrimonio, y ahora ese mismo anillo simbolizaba el final de su historia.

Con un suspiro, envolvió el anillo con cuidado y lo metió en el sobre junto con los papeles. La carta que lo acompañaba fue breve, llena de emociones reprimidas.

Jhonatan, lamento que hayamos llegado a este punto. Espero que encuentres la felicidad que mereces. Con cariño, Raquel.

Mientras depositaba el sobre en el correo, sintió una mezcla de alivio y tristeza. Era un paso más hacia su nueva vida, pero también un recordatorio doloroso de lo que había perdido.

Días después, en su apartamento en Toronto, recibió una caja de regreso. Al abrirla, encontró algunas de sus pertenencias que había dejado en casa de Jhonatan: una camisa que le había regalado, una foto de ellos en su luna de miel y, por encima de todo, la concesión del divorcio firmada. Su corazón se hundió al ver lo que una vez había sido su vida.

A pesar del desasosiego, Raquel se sumergió en la filmación de la película. El trabajo la mantenía ocupada y le daba una sensación de propósito. Sin embargo, a medida que los días pasaban, empezó a sentir que la vida profesional no era tan perfecta como había imaginado. Sus contactos, aquellos que pensó que serían valiosos, parecían distantes y poco interesados solo en su carrera, sin ofrecerle el apoyo emocional que tanto necesitaba.

Su única amiga verdadera era Anisa, quien siempre estaba dispuesta a escucharla. En una de sus conversaciones, Anisa notó la tristeza en la voz de Raquel.

—Oye, ¿qué te parece si te organizo una cita? Con uno de los amigos de mi pareja. Creo que te haría bien —sugirió Anisa, con su tono alentador.

Raquel dudó, pero la idea de salir con alguien nuevo sonaba atractiva. Anisa le explicó que iba a invitarla a su casa en Liberland, el país de su pareja, donde podría conocer a su amigo. Raquel sintió una mezcla de nervios y emoción. Quizás un nuevo comienzo era justo lo que necesitaba.

Antes de su viaje a Liberland, Raquel salió a cenar con uno de sus compañeros de rodaje, un apuesto actor de ascendencia griega, que pertenecía a una familia real extinta. La cena fue amena, llena de risas y conversaciones sobre la industria del cine. Sin embargo, a pesar de la conexión, Raquel sintió que su mente estaba en otro lugar, distraída por la idea de su inminente cita.

Al regresar al hotel esa noche, sintió una extraña desconexión. La cena había sido agradable, pero no podía dejar de pensar en la nueva relación que se avecinaba. No sabía que su próximo encuentro la llevaría a un giro inesperado.

Cuando finalmente llegó a Liberland, Anisa la recibió con abrazos y sonrisas, llevándola a conocer a su amigo. La química entre ellos fue inmediata, y Raquel se sintió viva por primera vez en meses. Sin embargo, había algo en él que le resultaba familiar.

A medida que pasaban las semas, comenzaron a salir juntos y a explorar la hermosa ciudad y otros lugares internacionales juntos, en los viajes que ella hacía de vuelta a Toronto, el príncipe la acompañaba y estaba con ella algunos días. Pero en un momento de la noche, mientras estaban sentados en una terraza con vista al río, un recuerdo olvidado emergió. Su cita era parecido a un viejo conocido de su época de yatching, alguien que había sido un breve destello en su vida antes de que el matrimonio la atrapara en su rutina.

El shock la recorrió al darse cuenta de que había revivido una conexión que creía cerrada. A pesar de la historia que compartían, Raquel intentó convencerse de que esta nueva relación era diferente. No obstante, su pasado la seguía asechando como una sombra, pero ella no estaba dispuesta a dejar que la amargase su nuevo comienzo, iba a ponerlo a raya, o eso pensaba.

Mientras la película se acercaba a su estreno y su carrera volvía a despegar, Raquel se encontró atrapada entre el deseo de avanzar y el peso de sus decisiones pasadas. La atención de la prensa aumentaba, pero su felicidad parecía escaparle de las manos. Las amistades que había forjado eran superficiales, y Anisa era un apoyo constante.

Con el tiempo, Raquel se dio cuenta de que las decisiones que había tomado tras el divorcio no habían resuelto su descontento interno. En lugar de encontrar una nueva vida, parecía que cada paso la alejaba más de quien realmente era.

Mirando por la ventana del hotel en Liberland, reflexionó sobre su vida, sus elecciones y lo que realmente quería. La búsqueda de la felicidad la había llevado por caminos inesperados, pero la realización de que necesitaba volver a conectar con su esencia fue lo que finalmente la despertó. Tal vez, el camino hacia adelante no era solo acerca de construir una carrera, sino de reconstruir su vida, encontrar la paz y, sobre todo, aprender a quererse a sí misma.




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