"Yo diré si soy bonita, yo diré si soy fuerte. Vosotros no vais a decidir sobre mi vida; seré yo quien lo haga"
Amy Schumer
El aire entre Archivald y Raquel estaba cargado de tensión. Aunque el compromiso había sido un momento mágico e íntimo, el retorno a la realidad les había traído consigo un inesperado obstáculo. Archivald sabía que no sería fácil explicar la situación, pero debía hacerlo antes de que la reunión familiar se convirtiera en un enfrentamiento. Así que, una tarde tranquila, mientras paseaban por los jardines nevados del hotel donde se alojaba su prometida en Liberland , Archivald tomó la mano de Raquel y la miró a los ojos con seriedad.
—Raquel, hay algo de lo que necesito hablar contigo antes de que vayamos a ver a tu familia y darles la noticia del compromiso —dijo, eligiendo con cuidado cada palabra. — puesto que primero debemos ir a hablar con mi abuela.
Ella lo miró, expectante, sin saber qué esperar.
—Dime, Archivald. ¿Qué sucede?
—Mi abuela… —empezó, tomando aire—, quiere que firmemos un contrato prenupcial. —Notó el ligero temblor en la mano de Raquel, pero continuó—. Es una condición para que podamos casarnos, lo establece como monarca y máxima autoridad de Liberland, y para que yo mantenga mis derechos de sucesión. Si no lo hacemos, pierdo mi estatus como miembro de la familia real y, con él, mi derecho de sucesión al trono. No solo me afectaría a mí, sino a nuestros futuros hijos.
Raquel se detuvo en seco, apartando la mirada. Su rostro reflejaba una mezcla de sorpresa e incredulidad.
—¿Un contrato prenupcial? —preguntó, como si no pudiera creerlo—. Pero… ¿por qué? Esto es entre tú y yo, Archivald. ¿Qué tiene que ver tu familia con nuestro matrimonio? — Raquel no salía de su asombro
—Lo sé, lo sé… —Archivald bajó la mirada, sintiendo el peso de la presión familiar—. Pero en la Casa Real, nada es tan simple como parece. Aunque el matrimonio sea nuestro, hay ciertas reglas que debo seguir, que debo cumplir, para conservar mi lugar. Sé que no es justo y no te gusta, pero la única manera de que podamos casarnos es con su bendición y con ese acuerdo. — suelta con pesar
Raquel lo observó con una mezcla de tristeza y desconcierto. Quería creer que Archivald estaba de su lado y dispuesto a todo por ella, pero no podía evitar sentirse herida.
—¿Qué es lo que temen? ¿Qué me lleve todo su dinero? —soltó con amargura y sarcasmo, pues era consciente que tanto él como su familia nadaban en oro negro, gas y un montón de joyas. Se lo había dicho su suegra y su amiga.
—No se trata de eso… —Archivald trató de acercarse si resultado porque Raquel dio un paso atrás—. Mi abuela solo quiere asegurarse de que, pase lo que pase, ambos estaremos protegidos. —sobre todo tú piensa Raquel con odio, por la situación— Pero sí, ella está más preocupada por los bienes de la familia y el patrimonio real. Y aunque esto es algo que yo mismo no deseo, tampoco puedo rechazarlo. Si lo hago, perderé más que solo dinero, entiéndeme por favor.
Raquel suspiró y asintió con la cabeza.
—Lo entiendo, pero no me gusta. Si tú me amas, ¿por qué debería aceptar condiciones que me ponen como si fuera una amenaza? No soy como tu ex, Archivald. No vine aquí a aprovecharme de nada ni de nadie.
Archivald la miró con desesperación. Quería decirle que estaba dispuesto a luchar por ella, pero también sabía que enfrentarse a su abuela y al sistema establecido no era tan fácil.
—Raquel, por favor… solo dame una oportunidad para hacer que esto funcione. Vamos a la reunión y después, si aún te sientes incómoda, hablaremos de nuevo con mi abuela los dos solos.
Raquel cerró los ojos, tratando de calmar la tormenta que se desataba en su interior. Finalmente, asintió con un leve movimiento.
—De acuerdo, iré a esa reunión. Pero necesito estar preparada. ¿Sabes que me pidieron llevar un representante legal? —preguntó, cruzándose de brazos.
Archivald bajó la mirada, avergonzado.
—Sí… sé que parece absurdo, pero es parte del protocolo. No tienes que aceptar nada que no te haga sentir cómoda, ¿de acuerdo?
Raquel se quedó en silencio por un momento, asimilando lo que acababa de escuchar. Después de un suspiro largo y profundo, decidió que tomaría el control de la situación.
—Está bien. Haremos las cosas a su manera, pero no voy a ir sola.
Al llegar al hotel esa noche, Raquel se encerró en su habitación y tomó el teléfono. El frío del auricular en su mano reflejaba la frialdad que sentía en su pecho. Marcó el número de su hermana, Valeria, y esperó a que contestara.
—Hola, Val —saludó, tratando de sonar lo más tranquila posible.
—¡Raquel! ¿Cómo estás? ¿Cómo va todo en Noruega? —preguntó su hermana con entusiasmo.
Raquel sonrió levemente, pero se mantuvo firme en su propósito.
—Estoy bien, Val, pero necesito tu ayuda. Necesito que vengas a Liberland en tres días.
Hubo un breve silencio en la línea antes de que Valeria respondiera.
—¿Liberland? ¿Qué sucede? ¿Por qué tanta urgencia?
—No puedo decírtelo por teléfono, ni por mensaje. Necesito que estés aquí en persona. Necesito asesoría legal.
—Raquel, me estás preocupando. ¿Qué está pasando? —La voz de Valeria se volvió más seria, más preocupada.
—Lo sé, y lo siento, pero no puedo explicarlo ahora. Solo necesito que estés aquí. Por favor.
Tras unos segundos de vacilación, Valeria accedió.
—Está bien, estaré ahí en tres días
Raquel colgó y, acto seguido, llamó a su contable.
—Hola, soy Raquel. Necesito que me envíes un informe detallado de mi patrimonio neto y total, incluyendo los royalties de mis películas.
—¿Todo el informe? ¿En cuánto tiempo lo necesitas? —preguntó el contable, sorprendido.
—Para ayer, si es posible —respondió Raquel con tono firme.
Una vez terminó de gestionar todo, se dejó caer en el sillón de la habitación, agotada. Miró la copa de vino tinto en su mano y tomó un largo trago. Su mente estaba inundada de recuerdos, en especial, de Jhonatan. No podía evitar comparar la situación. La última vez que confió ciegamente, terminó quedándose sin nada. Había prometido no volver a caer en la misma trampa. No quería poner en peligro su amor por Archiball, pero tampoco deseaba sacrificar su independencia.