En los Bolsillos del Príncipe

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"Las palabras tienen poder. La televisión tiene poder. Mi boli tiene poder"

Shonda Rhimes

El gran salón de conferencias en el ala oeste del Palacio Real de Liberland estaba iluminado con la tenue luz de la tarde invernal. Un grupo reducido pero influyente se encontraba reunido, ocupando sus lugares en la enorme mesa de caoba pulida. Al fondo, la Reina Emanuela, con su porte imponente y su rostro sereno pero calculador, observaba a cada uno de los asistentes con la precisión de un halcón. A su derecha, Archivald se encontraba sentado, visiblemente tenso. Frente a ellos, Raquel y su hermana Valeria tomaban asiento por primera vez en una reunión de tal magnitud.

—Señoritas, es un placer recibirlas hoy aquí —saludó la Reina con un leve movimiento de cabeza y una sonrisa cálida—. Espero que el viaje no haya sido muy incómodo.

Raquel intercambió una mirada rápida con su hermana antes de responder.

—Gracias, Majestad. El viaje fue perfecto, le presento a mi hermana Valeria.

Valeria, por su parte, saludó con la formalidad esperada y la correspondiente reverencia, observando a la monarca con la misma cortesía que le habían enseñado desde niñas. Aunque había aceptado ayudar a su hermana, la atmósfera de la reunión la hacía sentir como una intrusa. Pero la Reina y su equipo no perdieron tiempo en cortesías. Tras el saludo inicial, el abogado de la Casa Real, un hombre mayor de gran porte y un atractivo desmesurado y gafas de montura fina, se inclinó hacia adelante y desplegó el grueso documento que contenía el contrato prenupcial.

—Señorita Raquel letrada Valeria—empezó con tono protocolario mirando a ambas mujeres conforme pronunciaba sus nombres—, hoy revisaremos los términos del acuerdo prenupcial entre usted y Su Alteza el Príncipe Archivald Grovesnor. El contrato se ha redactado conforme a las normas de la Casa Real de su majestad Emanuela Grovesnor, las leyes de Liberland e internacionales y el patrimonio de la Corona. Procederé a hacer un resumen de los puntos más relevantes para su consideración.

El hombre ajustó sus gafas y empezó a leer, su voz monótona llenando el espacio mientras detallaba uno a uno los puntos del contrato.

—En primer lugar, una vez se celebre el matrimonio, la señorita Raquel no será reconocida como Su Alteza Real tras el nacimiento del primogénito o primogénita del príncipe heredero Filiph. Mantendrá el título que su majestad la reina decida otorgarles, pero sin el tratamiento de Alteza.

Raquel sintió una punzada de humillación al escuchar esa cláusula. No le concedían el título completo, algo que cualquier otra esposa de un príncipe recibiría de inmediato. Pero mantuvo su rostro impasible, limitándose a asentir.

—En segundo lugar, las joyas del patrimonio real, denominadas joyas del pasar, no estarán a su disposición. Estas están reservadas únicamente para las princesas herederas o reinas consortes. Sin embargo, si tuviera una hija, ella podrá usarlas una vez alcance la mayoría de edad y solo en determinadas ocasiones.

El abogado hizo una pausa, esperando una reacción, pero Raquel se limitó a asentir de nuevo, no había mucho que decir, era consciente que éstas cláusulas estaban pensadas y meditadas con rigor. A su lado, Valeria entrelazó los dedos, una señal de que se mantenía alerta.

—En tercer lugar, puede continuar con su carrera como actriz, siempre y cuando no interfiera con las obligaciones de su marido, ya que usted no estará obligada a asistir a los actos de representación de la Corona a menos que lo haga junto a él.

Valeria lanzó una rápida mirada a Raquel, sorprendida por la permisividad de esta cláusula, no era normal que una vez se sumaba un nuevo miembro, ya sea hombre o mujer, se le permitiese seguir con en su anterior empleo, menos si era en el entretenimiento, si el cónyuge estaba en la segunda o tercera línea de sucesión. Era una concesión inusual para la familia real, pero las siguientes líneas del abogado disiparon cualquier noción de benevolencia.

—En caso de divorcio o separación, no podrá llevar consigo ningún bien que pertenezca a la Corona. Las joyas y obsequios adquiridos por el Príncipe Archivald durante el matrimonio serán de su propiedad, pero no así cualquier otra pertenencia de la Casa Real. Además, los hijos que nacieran de esta unión serán criados en Liberland, independientemente de la situación marital de los padres.

Raquel permanecía estoica, mientras que Archivald, a su lado, se retorcía de incomodidad e impotencia. Era evidente que le dolía ver a Raquel ser sometida a estas restricciones, pero no podía hacer nada para cambiarlo. El príncipe notó la leve tensión en el rostro de su prometida y apretó los puños bajo la mesa.

El abogado hizo una pausa más larga antes de continuar, como si estuviera a punto de abordar un tema delicado.

—Finalmente —anunció, sus ojos pasando de la reina a Raquel—, se ha añadido una cláusula adicional al contrato en función de la última entrevista pública que concedió, la señora Raquel a la prensa.

La mención de la entrevista hizo que Raquel levantara una ceja. Se refería a la sesión de fotos y la entrevista para una conocida revista de sociedad, donde ella habían compartido detalles de su relación con el príncipe. Valeria ladeó la cabeza, intrigada.

—Esta cláusula —continuó el abogado— es un contrato de confidencialidad que estipula que, en caso de separación o divorcio, usted no podrá hablar ni para bien ni para mal sobre la familia real al igual que ellos tampoco. Cualquier incumplimiento de esta cláusula se considerará un acto de deslealtad y podría acarrear consecuencias legales y financieras graves.

El silencio se hizo en la sala mientras los presentes esperaban la reacción de Raquel. A su lado, Valeria apretó la mandíbula, claramente indignada por lo que consideraba una medida de control extrema. Sin embargo, la hermana menor no dijo nada, respetando la decisión de Raquel de manejar la situación a su manera.




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