"Por supuesto que no me preocupa intimidar a los hombres. El tipo de hombre que se siente intimidado por mí es exactamente el tipo de hombre en el que no tengo ningún interés"
Chimamanda Ngozi Adichie
El sol del atardecer se filtraba a través de las gruesas cortinas de terciopelo que adornaban las ventanas del pequeño salón privado que habían asignado a Raquel y Valeria para discutir los detalles del contrato prenupcial. La habitación, decorada con muebles antiguos y cuadros de la familia real, irradiaba un aire de solemnidad y escasa opulencia. Sobre la mesa de roble, el documento del contrato permanecía abierto, sus páginas llenas de cláusulas detalladas que parecían más un campo minado que un acuerdo matrimonial.
Valeria miró a su hermana con una mezcla de preocupación y determinación. Había leído cada palabra del contrato, y lo único que podía ver era una serie de restricciones destinadas a proteger a la familia real y, por ende, a minimizar cualquier ventaja para Raquel cosa que como abogada no podía permitir.
—No tienes por qué firmar esto —le dijo Valeria con voz firme mirando a su hermana mientras señalaba una de las cláusulas con el dedo—. No veo en ninguna parte una compensación adecuada en caso de que el matrimonio termine, cariño. No hay equidad aquí. Archivald tiene un poder económico que supera el tuyo por más cien veces. Y lo más indignante es que el contrato ni siquiera menciona el reparto del estipendio anual que el gobierno otorga a la familia real, te han aislado de manera poco sutil.
Raquel la miró en silencio, asimilando la verdad en sus palabras. Era consciente de que la balanza estaba descompensada, desde el minuto cero, pero también sabía que enfrentarse a la Reina Emanuela y a todo su equipo legal no sería sencillo y tampoco era producente si quería el favor de la anciana. Valeria continuó, levantando otra página del contrato.
—Mira esto. —Valeria señaló otra cláusula—. "Residencia permanente pero no nacionalidad". ¿Te das cuenta de lo que significa? Estás condenada a ser una extranjera en tu propio matrimonio en un país en el que quieren que te quedes puesto que tus hijos deberán ser criados aquí. Ni siquiera tienes garantizados los mismos derechos que cualquier ciudadano de Liberland. Y que los niños deban ser criados aquí… Eso no es algo que puedan decidir sin el consentimiento de ambos padres.
Raquel suspiró, apartando la mirada hacia la ventana. La abogacía de su hermana era impecable, pero sabía que su situación era complicada. No era una batalla solo por el amor de Archivald, sino por su futuro y su dignidad.
—Además —continuó Valeria, con la voz teñida de irritación—, ¿entregar los pasaportes al personal de seguridad? Es ridículo. Te están tratando como a una prisionera, no como a la futura esposa de un príncipe. Te conceden la residencia, pero no la nacionalidad, lo que significa que podrías ser expulsada en cualquier momento en caso de divorcio. No puedes permitir esto, Raquel, no es justo.
Raquel se pasó una mano por el cabello, procesando cada una de las observaciones de su hermana. Había sido una tonta al pensar que la Reina aceptaría su matrimonio sin condiciones ni restricciones. Todo esto no era más que un intento de control y dominación.
—Sé que es injusto —murmuró Raquel—. Pero si no firmo, pierdo a Archivald. — y mi oportunidad de ascender los escalones que necesito socialmente y recuperar lo que perdí con el divorcio.
—No necesariamente —replicó Valeria, tajante—. Él te ama. Pero si firmas esto, te quedarás atrapada en una jaula de oro. Si realmente quieres casarte con él, tenemos que negociar. El contrato de confidencialidad, por ejemplo… Sí, no puedes hablar mal de ellos en medios ni entrevistas, pero nada dice que no puedas discutirlo con terceros. Cualquiera podría revelar lo que tú cuentes en privado. Ellos han sido cuidadosos, pero nosotros también podemos serlo.
Valeria sonrió de lado, señalando los vacíos legales que había detectado. Sin embargo, sabían que, aunque tuvieran la razón, necesitarían convencer a la Reina Emanuela de hacer modificaciones. La familia real rara vez se doblegaba ante las exigencias de los demás.
Después de más de una hora de discusión y anotaciones, las hermanas decidieron que ya era hora de volver a la sala de reuniones. Allí, Raquel presentaría sus observaciones y solicitaría las modificaciones necesarias para salvaguardar su futuro.
***
Mientras tanto en el otro salón, Archivald trata de convencer a su abuela para que anule la mayoría de las cláusulas que considera ofensivas para su prometida, pero su reina no da su brazo a torcer, lo que cabrea al joven príncipe.
—¡Esto no es justo, abuela! —gritó Archivald, sin preocuparse por la etiqueta o el respeto que se esperaba de él—. Estás exigiendo cosas que nunca le pediste a Romina, la esposa de Filiph. ¿Por qué tratas a Raquel de esta manera?
La Reina Emanuela, inmutable, lo observaba con una mirada gélida y llena de advertencias no pronunciadas. Cuando habló, su voz era suave pero firme, como una bofetada sutil.
—Archivald, no olvides a quién le hablas. Soy tu abuela, pero también soy tu Reina. Me debes respeto y obediencia. Esto no se trata de favoritismos, sino de proteger a la familia y a la institución que representamos. - hace una pausa u lo mira directamente a los ojos — y no te olvides que romina ha firmado cosas mucho mas duras, quizás no son todas las que ha le hemos puesto a Raquel, pero en su conjunto son más duras y ella las ha firmado y las cumple a raja tabla, eso es lo que espero de tu mujer, no menos.
El príncipe abrió la boca para replicar, pero se detuvo al ver la desaprobación en el rostro del abogado de la Reina. Avergonzado, respiró hondo y se obligó a calmarse. Justo en ese momento, Raquel y Valeria hicieron su entrada en la sala.
Cuando las hermanas regresaron al gran salón de reuniones, encontraron a Archivald de pie frente a la Reina. El príncipe, con el rostro enrojecido y la mandíbula tensa, parecía estar en medio de una acalorada discusión.