"La pregunta no es quién me va a dejar; es quién va a detenerme."
Ayn Rand
El ajetreo en el Palacio Grovesnor se había atenuado después de dos largos y tensos meses en los que la salud de la reina Emanuela mantuvo en vilo a la familia real y a todo el reino de Liberland. El ingreso de la matriarca de la familia había sido un duro golpe para todos, en especial para los príncipes Archivald y Filiph, quienes, por primera vez en su vida, se encontraban enfrentados de forma abierta y pública.
Durante el tiempo que la reina permaneció en el hospital, su delicada condición de salud obligó a los miembros de la familia a hacer una tregua temporal. El doctor había sido claro: la reina necesitaba calma y alegría, no tensiones ni conflictos. De lo contrario, su corazón, ya débil por la edad, podría no resistir.
Archivald, devastado por la situación y sintiéndose en parte responsable por la tensión que envolvía a la familia, decidió permanecer apartado. Pasó los días de hospitalización sumido en un silencio que solo rompía para recibir las esporádicas actualizaciones médicas sobre su abuela y para intentar reconciliarse con su hermano. Sin embargo, Filiph, todavía dolido por la ausencia de su hermano en el evento de presentación de su hija y la consiguiente crisis que eso generó, no mostró disposición a acercarse.
Por otro lado, Raquel había optado por mostrarse sumisa y prudente, al menos ante la familia de su prometido. Aunque su ambición seguía viva, comprendió que era un momento delicado y se mantuvo al margen de los temas familiares, limitándose a realizar discretas apariciones públicas y a enviar cartas de apoyo a la reina. No obstante, su aparente docilidad escondía un análisis minucioso de la situación. Raquel observaba, escuchaba y planeaba cada uno de sus siguientes movimientos.
Finalmente, tras dos meses de incertidumbre, la reina Emanuela fue dada de alta. La noticia de su recuperación se celebró con entusiasmo en todo el reino. La monarca regresó al palacio debilitada, pero con una mente tan lúcida y afilada como siempre. Sabía que su familia estaba al borde del colapso, y tenía la clara intención de solucionar el problema desde la raíz.
Durante el primer mes tras su regreso, Emanuela adoptó un perfil bajo. Se limitó a atender compromisos mínimos, concentrándose en recuperar su fortaleza y reevaluar la situación familiar. Estudió el comportamiento de cada miembro de la familia y observó con detenimiento las interacciones entre Archivald y Raquel, entre Archivald y Filiph, y la actitud del rey Gerald, quien había intentado, sin éxito, ser el mediador entre sus hijos.
Cuando Emanuela se sintió lo suficientemente fuerte, tomó la decisión de convocar una reunión familiar que definiría el rumbo de los Grovesnor en los próximos años.
Era una mañana gris cuando la reina convocó a todos en el gran salón de audiencias del palacio. El ambiente era solemne. Filiph y Romina llegaron primeros, acompañados de su pequeña hija Haine, envuelta en una manta de seda color crema. El príncipe, a pesar de la tensión aún latente, se mantuvo atento a su esposa y a su hija, mostrándose protector y afable con ambas.
Archivald llegó poco después, sin Raquel, como la reina había pedido explícitamente. La ausencia de su prometida generó miradas curiosas entre los presentes, pero nadie se atrevió a decir nada. Archivald lucía nervioso, como si intuyera que la reunión traería consigo resoluciones incómodas.
Finalmente, la reina Emanuela hizo su entrada. Iba vestida con un elegante traje color marfil que irradiaba autoridad. Su semblante era serio y sus ojos denotaban la determinación de alguien dispuesto a actuar sin miramientos.
—Gracias a todos por venir —dijo con voz firme, mirando uno a uno a los miembros de su familia—. He convocado esta reunión para dejar claras algunas cuestiones que, al parecer, no han quedado suficientemente explícitas.
La reina hizo una pausa, sus ojos se clavaron en Archivald. El príncipe sostuvo su mirada durante unos segundos, pero finalmente la desvió. Sabía que su abuela no convocaba reuniones familiares a menos que tuviera algo importante que decir.
—Archivald —comenzó Emanuela con un tono más suave, aunque no por ello menos autoritario—, te quiero más que a nada en este mundo. Eres mi nieto y siempre he confiado en tu juicio. Sin embargo, lo que ha sucedido en los últimos meses ha causado un daño irreparable a esta familia.
Archivald asintió con un ligero movimiento de cabeza, sin atreverse a interrumpirla.
—Sé que crees que Raquel te hace feliz, y no dudo de tus sentimientos —prosiguió la reina—, pero el papel de la familia real no es solo el de satisfacer los deseos individuales. Somos los guardianes de una institución que ha perdurado por siglos y que debe seguir siendo un símbolo de estabilidad para nuestro pueblo. No podemos permitir que comportamientos egoístas pongan en peligro ese legado.
La reina hizo una pausa y se volvió hacia Filiph.
—Tu hermano ha cometido errores, y tú también, Filiph. —El príncipe heredero la miró sorprendido, pero se mantuvo en silencio—. La forma en que has manejado esta situación ha exacerbado la tensión en lugar de aliviarlas. Entiendo tu enfado y tu desconfianza hacia Raquel, pero como futuro rey debes aprender a controlar tus emociones y a actuar con diplomacia. La manera en que trataste a tu hermano no fue la correcta.
Filiph se removió incómodo en su asiento, pero no discutió. Sabía que la reina tenía razón. Durante los últimos meses, su rencor hacia Archivald había sido un lastre que lo había mantenido alejado, no solo de su hermano, sino de su deber como príncipe heredero.
Después de hablar con ambos hermanos, la reina Emanuela se enderezó en su asiento y miró al resto de la familia, que observaba en silencio.
—Y ahora, hablemos de Raquel —dijo en un tono cortante que hizo que el ambiente se tensara aún más—. Desde que Archivald la presentó como su pareja, he observado con detenimiento cada uno de sus movimientos. Esta mujer no comprende, o no quiere comprender, lo que significa formar parte de nuestra familia. La entrevista que concedió el día del nacimiento de la princesa Haine fue la gota que colmó el vaso.