En los Bolsillos del Príncipe

18

"A veces tienes que olvidar lo que sientes y recordar lo que mereces."

Frida Kahlo

Raquel estaba furiosa. Sentía que su sangre hervía mientras sostenía el nuevo acuerdo prenupcial entre sus manos. Aquellas cláusulas adicionales que la reina había añadido eran un golpe directo a su orgullo y, peor aún, a su libertad. Nunca había sido una mujer que permitiera que la controlaran, y mucho menos cuando se trataba de su carrera, su imagen, y cómo era percibida por el mundo. Pero ahora, esas libertades quedaban restringidas por la Corona.

Archivald la observaba desde la esquina de la habitación del hotel. Estaba tenso, con los brazos cruzados, sabiendo que la tormenta estaba a punto de desatarse. Raquel paseaba de un lado a otro del salón, moviéndose con la energía frenética de una fiera enjaulada. Finalmente, se detuvo frente a él, con los ojos llenos de furia.

—¡Esto es ridículo! —gritó, agitando el documento—. ¡No puedo creer que hayas permitido que tu abuela haga esto! ¿Cómo te atreves a ponerme estas restricciones?

Archivald suspiró, anticipando el enfrentamiento. Sabía que esto no iba a ser fácil, pero la tensión entre ellos había ido creciendo desde el incidente con el nacimiento de la pequeña princesa Haine. Y ahora, con las nuevas cláusulas añadidas, la situación parecía insostenible.

—Raquel, no es solo mi abuela. Es el protocolo de la familia real, y lo sabes —respondió con un tono calmado, aunque sus palabras traicionaban su frustración contenida—. No es como si pudiera simplemente rechazarlo sin más.

Raquel lo fulminó con la mirada, sus labios tensos de rabia.

—¿Protocolo? —repitió, con sarcasmo ácido en su voz—. ¡Esta familia y sus malditos protocolos! Todo gira en torno a su poder, sus reglas y sus malditas expectativas. ¿Cuándo vas a darte cuenta de que solo quieren controlarme? Y tú... —su voz se quebró por un momento, aunque su ira seguía encendida—. ¡Tú ni siquiera intentaste luchar por mí! ¡Solo les permitiste aplastarme!

Archivald frunció el ceño. Había intentado hablar con su abuela, había hecho lo que estaba en su poder para suavizar la situación, pero la reina Emanuela había sido inflexible. Ahora, todo lo que quedaba era este último intento de imponer orden, y Raquel parecía incapaz de comprender la gravedad de la situación.

—No se trata de luchar contra ellos, Raquel —replicó, tratando de mantener la compostura—. Se trata de comprender en qué te estás metiendo. Ser parte de esta familia no es solo casarte conmigo. Estás asumiendo un rol que conlleva responsabilidades. ¡No puedes ir por ahí diciendo lo que te plazca cada vez que quieras ganar atención mediática!

Eso fue suficiente para encender la chispa en Raquel. Dio un paso adelante, alzando el documento en el aire como si fuera una prueba de la traición más grande que hubiera conocido.

—¿Ganar atención mediática? ¿De eso me acusas? —le espetó con veneno en cada palabra—. ¡Tú sabes perfectamente que mi carrera es lo que me ha traído hasta aquí! ¡No estarías conmigo si no fuera por mi fama, y ahora intentas quitarme el control sobre lo único que siempre ha sido mío!

Archivald se tensó ante el ataque, pero no retrocedió. Sabía que la situación se estaba desmoronando rápidamente, y si no abordaban la verdadera causa de su conflicto, esto terminaría por romperlos.

—¿De verdad crees que todo esto es mi culpa? —respondió, con una voz que comenzó a elevarse—. Si quieres buscar culpables, tal vez deberías empezar por admitir tu parte. Esas entrevistas, Raquel... Yo no las hice. Tú fuiste la que decidió hablar sin consultar a nadie. ¡Tú fuiste la que opacó el nacimiento de Haine con una entrevista el mismo día! ¡Eso fue una falta de respeto a mi familia!

Raquel se quedó en silencio un momento, sorprendida por el giro que había tomado la discusión. Sus ojos se entrecerraron, tratando de contener la tormenta emocional que sentía.

—¿Así que ahora todo es culpa mía? —murmuró, con un tono lleno de amargura—. ¿Es mi culpa que tu familia no me acepte? ¿Es mi culpa que tu hermano me rechace, que tu padre ni siquiera me mire a la cara? ¡Y tu abuela…! —su voz se quebró, pero su rabia no disminuyó—. Siempre supe que no me soportaba, pero no pensé que intentaría destruirme.

Archibald dejó escapar un suspiro agotado. Sabía que Raquel no estaba siendo completamente honesta consigo misma. La relación con su familia había comenzado a deteriorarse desde el principio, y aunque él intentó defenderla, sus acciones habían complicado las cosas.

—Raquel, ¿alguna vez te has detenido a pensar en cómo tus decisiones afectan a los demás? —preguntó con firmeza—. Desde que estamos juntos, no has parado de aparecer en platós, dar entrevistas y buscar protagonismo. Nunca he dicho nada porque sé que es parte de lo que amas hacer, pero hay límites. La monarquía no es un espectáculo mediático. Mi abuela puso esas cláusulas porque ya no confía en ti. Y sinceramente, después de todo lo que ha pasado, no sé si yo debería hacerlo.

Las palabras de Archibald golpearon a Raquel como un balde de agua fría. Nunca había esperado que él dudara de ella de esa manera. Pero, en lugar de amainar su furia, esas palabras solo encendieron más el fuego.

—¡No confías en mí! —exclamó con incredulidad, su voz resonando por la habitación—. ¿No confías en mí? ¡Todo esto es culpa de tu maldita familia, no mía! Yo no pedí formar parte de este circo. ¡Ellos son los que me rechazan desde el principio!




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