El año previo a la boda de Archivald Grovesnor y Raquel Muñoz se vivió bajo el fulgor de los flashes de la prensa y la constante vigilancia del ojo público. A medida que avanzaban los meses, la pareja parecía encarnar la felicidad ideal, proyectando una imagen de amor y complicidad que cautivaba a la sociedad de Liberland. Entre lujosos viajes por Europa, Asia y América del Norte, la pareja se convertía en la comidilla de las revistas del corazón y los programas de entretenimiento, mostrando una vida llena de lujo y momentos compartidos.
Sin embargo, la imagen perfecta que se presentaba ante la galería no reflejaba por completo la realidad que se desarrollaba en la intimidad de la familia real. En cada artículo y en cada aparición pública, se escondían tensiones y rivalidades que la opinión pública desconocía. Raquel, acostumbrada a un mundo donde la apariencia lo es todo, luchaba por adaptarse a las normas de la realeza, un entorno donde cada paso que daba era examinado minuciosamente.
Mientras el compromiso de Raquel y Archivald acaparaba la atención de los medios, una noticia de gran relevancia acontecía en el seno de la familia real. En una soleada mañana de primavera, Romina, esposa del príncipe heredero Filiph, dio a luz a una niña hermosa y saludable. La recién nacida recibió el nombre de Haine Emanuela Kaori Grovesnor, en honor a su bisabuela, la reina Emanuela. Desde el momento en que fue presentada ante la corte, se anunció que la princesa Haine sería la heredera del trono, consolidando el papel central de Filiph y Romina en la sucesión real.
La llegada de la princesa heredera trajo un aire de esperanza y renovación a la familia, y fue recibida con regocijo por la monarquía y la sociedad de Liberland. Los padres de la pequeña, Filiph y Romina, no podían estar más felices, pues habían deseado con ansias el nacimiento de su primogénita. Sin embargo, bajo esa aparente felicidad familiar, la relación entre Filiph y Archivald se resquebrajaba lentamente.
Romina no entendía la distancia que se había formado entre su esposo y su cuñado. Desde que Archivald comenzó su relación con Raquel, la tensión entre los dos hermanos, quienes siempre habían sido como uña y carne, era palpable. Cada vez que Romina preguntaba a Filiph cuándo llevarían a la pequeña para que su tío la conociera, él respondía con evasivas.
—Archivald conocerá a Haine cuando él lo decida —respondía Filiph con un tono cortante. — No vamos a ir detrás suyo, es su sobrina, que establezca sus prioridades porque sabe que puede verla y nadie se lo ha impedido ni prohibido. Mi hija no tiene culpa de nada.
Aquellas palabras dolían profundamente a Romina, quien deseaba que su hija creciera rodeada de una familia unida. Para ella, la enemistad entre Archivald y Filiph no tenía sentido y, aunque intentó en más de una ocasión reconciliar a los hermanos, sus esfuerzos siempre terminaban en fracaso.
Como era costumbre en la monarquía de Liberland, se organizó una fiesta para presentar oficialmente a la princesa heredera Haine Emanuela Kaori Grovesnor. La gala reunió a la crème de la crème de la sociedad liberlandesa, desde nobles y diplomáticos hasta empresarios y artistas. Todos se congregaron en el majestuoso palacio real para celebrar la llegada de la nueva heredera.
Sin embargo, la alegría de la ocasión se vio empañada cuando Archivald y Raquel decidieron no asistir. La decisión sorprendió a todos y dejó a Romina profundamente herida. Sentía que, con esa acción, Archivald no solo estaba desairando a su hija, sino también a ella y a toda la familia.
Filiph, al enterarse de la ausencia de su hermano, se encolerizó. Durante la recepción, pidió a sus padres y a su abuela que se reunieran en privado. Con voz temblorosa por la ira, les comunicó lo que acababa de suceder.
—Archivald ha roto el protocolo familiar —dijo Filiph con los puños apretados—. ¿Cómo se atreve a faltar al evento más importante del nacimiento de mi hija? No solo eso… Raquel ha decidido dar una entrevista a los medios justo hoy. ¿No les parece sospechoso?
La reina Emanuela lo miró con incredulidad y sacudió la cabeza, incapaz de creer las palabras de su nieto.
—Eso no puede ser cierto —respondió con firmeza—. ¿Estás seguro?
Llamaron a uno de los asesores de prensa para confirmar la información. Efectivamente, el anuncio del compromiso de Archivald y Raquel se había opacado en todas las portadas de la prensa nacional e internacional, desplazando a un segundo plano la presentación de la princesa Haine.
Esa noticia hizo que la sangre de la reina Emanuela se helara. La tensión que sentía en el pecho se intensificó hasta que su visión comenzó a nublarse. La última imagen que vio antes de perder el conocimiento fue la expresión de desconcierto y preocupación en el rostro de su hijo y su nieto. Con un leve gemido, se desplomó al suelo.
El desmayo de la reina provocó un revuelo en todo el palacio. Médicos y personal de seguridad acudieron de inmediato para trasladarla de urgencia al hospital más cercano. La noticia de su colapso se filtró rápidamente a la prensa, y en cuestión de minutos, el palacio real se vio rodeado de periodistas y cámaras de televisión.
Filiph, enfurecido y sintiendo una profunda tristeza por el estado de su abuela, no pudo contenerse más. Se encerró en una de las salas privadas del palacio y llamó a su hermano.
—Archivald, ¿qué demonios has hecho? —gritó tan fuerte que su voz resonó en las paredes de la sala—. No solo has faltado al evento de mi hija, sino que tu prometida ha elegido hoy para eclipsar nuestro momento. ¿Es que no tienes respeto por nadie?
Archivald, sorprendido por la llamada y el tono furioso de su hermano, intentó defenderse.
—No era nuestra intención… —comenzó a decir, pero fue interrumpido.
—¿Que no era vuestra intención? Conoces el protocolo, has nacido en una familia real y sabes cómo hacer las cosas para hablar de intenciones—espetó Filiph, sintiendo que la ira le quemaba la garganta—. Tu “no intención” y el de tu prometida, ha llevado a nuestra abuela al hospital. Así que te puedes sentir orgulloso y realizado por tu travesura hecha sin medir las posibles consecuencias. Papá hablará contigo. Y yo… —titubeó por un momento, sintiendo cómo la rabia se mezclaba con la tristeza— yo no quiero verte hasta que entiendas lo que has hecho y pienses si todo merece la pena.