Raquel se apartó de Archivald, su mente ya enfocada en cómo podría recuperar el control de la situación. Sabía que la clave para salir victoriosa en esta batalla no estaba en enfrentarse abiertamente con la familia real, sino en manipular las circunstancias a su favor. La rabia que sentía ahora no era solo contra Archivald o su familia, sino contra la percepción pública que la veía como una simple actriz deslumbrada por el brillo de la monarquía. No podía permitir que esa narrativa siguiera moldeando su vida.
Archibald, por su parte, se quedó en el hotel, hundido en pensamientos. Durante años había defendido su relación con Raquel, soportando las críticas de su familia, de la prensa, y de todos aquellos que creían que ella solo lo veía como una oportunidad. Sin embargo, en ese momento, estaba empezando a cuestionar si su lucha había valido la pena. Lo que había comenzado como una relación apasionada y llena de promesas, ahora se sentía como una constante pelea de egos y poder.
Raquel no se dio el lujo de detenerse a pensar en esos términos. Para ella, esta era solo una fase en su carrera, otro desafío que debía superar. Sin embargo, algo en su interior la estaba carcomiendo, una sensación incómoda de que su futuro con Archibald no estaba tan asegurado como ella había pensado. Había subestimado la fuerza de la familia real y el alcance de sus reglas. Pero ahora, más que nunca, estaba decidida a doblar esas reglas hasta que se ajustaran a su visión.
Al día siguiente, mientras desayunaba sola en la habitación del hotel, recibió una llamada de su hermana Valeria. Val, siempre pragmática y directa, le había advertido desde el principio sobre los peligros de involucrarse en una familia con tanto poder. Raquel no había querido escuchar, creyendo que su carisma y su carrera la protegerían. Pero después de la última conversación con Archivald, empezaba a preguntarse si su hermana había tenido razón desde el principio.
—¿Cómo va todo? —preguntó Val con su habitual tono de profesionalismo—. Me enteré de que hicieron algunos cambios en el prenupcial. ¿Qué ha pasado exactamente?
Raquel suspiró, apartando el café que había estado bebiendo y se inclinó sobre la mesa.
—La reina añadió más restricciones —respondió, con un deje de exasperación—. Ahora no solo controlan mis apariciones públicas, sino también las entrevistas. Ella decide cuándo y dónde puedo hablar, y si puedo hacerlo. No me dejan moverme sin que ellos lo aprueben, Val. ¡Es una locura!
—Te lo advertí, Raquel —dijo Valeria con voz calmada pero firme—. Esta gente no juega. Son una institución, no una familia común y corriente. Cada movimiento tuyo será analizado, y si no juegas bien tus cartas, te hundirás y los llevarás contigo, y eso es lo que tratan de evitar.
Raquel apretó los labios. Detestaba cuando Val tenía razón, pero no podía ignorarlo. Su hermana siempre había sido más sensata que ella en cuestiones prácticas, y aunque Raquel había disfrutado del glamour y la atención que venía con su relación con Archibald, ahora veía las sombras que acechaban tras ese brillo.
—No voy a dejar que me controlen, Val —respondió con determinación—. Si creen que pueden usarme como un peón más en su juego, se equivocan. Encontraré una manera de salir de esto con el control en mis manos.
Valeria guardó silencio un momento, dejando que sus palabras penetraran antes de responder.
—Raquel, escúchame. No puedes enfrentarte a esta gente directamente. Tienen demasiado poder. Lo que tienes que hacer es jugar con inteligencia. Usa su propio sistema en tu favor. Y si vas a luchar, asegúrate de que cada golpe que des cuente. No puedes permitirte cometer más errores.
Raquel asintió, aunque su hermana no podía verla. Sabía que tenía razón. Durante demasiado tiempo había estado reaccionando impulsivamente, permitiendo que sus emociones dominaran sus decisiones. Pero eso debía cambiar. Si quería asegurar su posición, debía ser más astuta, más calculadora.
***
Las semanas siguientes fueron tensas. Archivald y Raquel apenas hablaban más allá de lo estrictamente necesario y relacionado a la organización del enlace. Sus discusiones eran cada vez más frecuentes, y aunque él intentaba acercarse para resolver las cosas, cada intento terminaba en más frustración. Raquel sentía que Archivald ya no estaba de su lado, y cada vez se le hacía más difícil confiar en él.
Por su parte, Archivald estaba agotado. La presión de su familia, el control de su abuela, y el conflicto constante con Raquel lo estaban desgastando. Se daba cuenta de que la relación con su hermano Filiph estaba prácticamente rota, y aunque intentaba evitarlo, sabía que Raquel tenía parte de la culpa. No podía dejar de preguntarse si su relación sobreviviría a todo esto.
Un día, Archivald decidió hablar con su abuela. Aunque sabía que la reina Emanuela tenía motivos para haber endurecido las condiciones del prenupcial, sentía que la situación se había salido de control. La reina lo recibió en su despacho con su habitual porte autoritario, pero con una mirada que revelaba cierta fatiga por los eventos recientes.
—Abuela, tenemos que hablar —comenzó Archibald, sentado en una de las sillas de cuero frente a su escritorio.
La reina lo miró con curiosidad, dejando a un lado los documentos que estaba revisando.
—¿Sobre qué? —preguntó, aunque en el fondo sabía hacia dónde iba la conversación.