En los Bolsillos del Príncipe

20

Raquel, tras las entrevistas cuidadosamente orquestadas, sentía una victoria parcial. Había logrado captar la atención y simpatía del público fuera de Liberland, especialmente en Estados Unidos, donde la fascinación por las historias de princesas modernas era casi un fenómeno cultural. Sin embargo, en su fuero interno sabía que esto no era suficiente. El apoyo del público internacional le daba cierta protección, pero dentro del círculo cerrado de la familia real, estaba más aislada que nunca. La hostilidad era palpable, y las miradas de reprobación se multiplicaban en cada evento al que asistía.

El desgaste emocional comenzaba a hacer mella en ella, pero no podía permitirse el lujo de rendirse. La reina Emanuela, con su astucia característica, había conseguido reformular el acuerdo prenupcial de una forma que limitaba drásticamente su autonomía, y eso la envenenaba por dentro. Archivald, quien solía ser su refugio, estaba cada vez más distante, como si hubiera comenzado a replantearse todo lo que compartían. Y aunque Raquel no lo admitía abiertamente, esa posibilidad la aterrorizaba.

Una noche, mientras Raquel repasaba mentalmente las últimas semanas, Archivald irrumpió en su habitación del hotel con una expresión de cansancio mezclado con desesperación. Sabía que lo que estaba por venir no sería una conversación fácil.

—Necesitamos hablar —dijo Archibald, sin preámbulos, dejándose caer en una de las sillas frente a ella.

Raquel lo observó con una mezcla de resentimiento y curiosidad, incapaz de predecir el rumbo de la charla.

—¿Ahora quieres hablar? —replicó ella con sarcasmo—. ¿Después de semanas de silencios incómodos y de dejar que tu familia controle cada aspecto de nuestra vida? Adelante, Archivald, habla. Estoy deseando escuchar lo que tienes que decir.

Archivald se pasó una mano por el cabello, visiblemente afectado por la situación. El príncipe, normalmente sereno, parecía haber alcanzado un límite.

—Esto ya no puede seguir así, Raquel. No podemos seguir luchando contra todos y entre nosotros. Estoy cansado... Cansado de las peleas, de las entrevistas, de las acusaciones. Estoy atrapado entre mi familia y tú, y no sé cuánto más puedo soportar. He hablado hoy con mi abuela y he llegado a la conclusión que lo mejor para nosotros, especialmente para ti es que renuncie a mi estatus en la institución y todo lo que conlleva.

Raquel sintió una punzada en el pecho, pero no permitió que sus emociones tomaran el control. Se cruzó de brazos, manteniendo su mirada fría.

—¿Y qué esperabas, Archivald? —respondió con voz tensa—. Tu familia me ha estado atacando desde el primer día. ¿Cómo se supone que voy a manejarlo? La reina me trata como si fuera una intrusa, tu hermano no puede ni mirarme, y tú... Tú no haces nada para detenerlo. Y o entiendo por qué debes renunciar, los que deben cambiar son ellos.

Archivald la miró con incredulidad.

—¿Qué se supone que debo hacer, Raquel? ¡Mi familia tiene preocupaciones legítimas! Desde que comenzamos nuestra relación, no has parado de aparecer en programas de televisión, dar entrevistas y buscar atención mediática. Eso no es lo que se espera de alguien que va a formar parte de la familia real. Y no es lo que quiero para mí ni mis hijos en caso que en algún futuro los lleguemos a tener.

Raquel no pudo evitar levantar la voz, sintiendo cómo la rabia reprimida brotaba de ella.

—¡Porque no soy parte de la familia real, Archivald! Me lo dejaste claro con ese maldito acuerdo prenupcial. No puedo ser parte de la familia, pero al mismo tiempo se espera que me comporte como si lo fuera, con todas las restricciones y ninguna de las ventajas. ¡Es una trampa! ¡Y tú lo sabes!

Archivald bajó la mirada, claramente consciente de que había verdad en las palabras de Raquel. El acuerdo prenupcial había sido, sin duda, una medida de control, y aunque había intentado minimizar el impacto que tendría en su relación, no había podido evitar que erosionara la confianza entre ambos.

—Sé que las cosas no son justas —admitió en voz baja—. Pero también tienes que entender que mi familia tiene reglas. No son como las de una familia normal. Estas reglas están ahí por una razón, para proteger la monarquía, para proteger el legado que hemos construido durante siglos y por eso mismo te ofrezco ésta salida, si ves que es mucho, renuncio y vivimos fuera de esas normas pero con lo que conlleva.

Raquel bufó, incrédula.

—¿Proteger la monarquía? ¿De qué, exactamente? ¿De una actriz que solo quiere vivir su vida? Tu abuela actúa como si yo fuera una amenaza, pero lo único que quiero es que me dejen ser yo misma. No quiero ser una marioneta en su teatro.

Archibald levantó la cabeza y la miró fijamente, con un dolor visible en sus ojos.

—Raquel, tú sabías desde el principio que esto no iba a ser fácil. Te lo advertí. La vida dentro de la familia real no es como en Hollywood. Aquí no se trata de fama o dinero, se trata de deber, de tradición. Y si no puedes entender eso... —hizo una pausa, como si le costara pronunciar las palabras que estaban por venir—. Entonces quizás deberíamos reconsiderar todo esto.

El corazón de Raquel dio un vuelco. Aunque había anticipado que su relación con Archivald estaba en una cuerda floja, jamás había imaginado que él sería quien sugiriera una separación.

—¿Reconsiderar? —preguntó, su voz temblando de incredulidad—. ¿Estás diciendo que quieres terminar conmigo?




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