Un año había pasado desde el nacimiento de la princesa heredera, Haine Emanuela Kaori Grovesnor, y el reino de Liberland había vivido meses de tranquilidad relativa, aunque bajo una superficie plagada de tensiones y conflictos familiares. Ahora, a pocos días de la boda de Archivald y Raquel, esas tensiones se habían intensificado de forma dramática. Los preparativos para la boda estaban en su etapa final, y la ansiedad era palpable en cada rincón del palacio. No solo los sirvientes, los asesores reales y la prensa internacional estaban al borde del colapso, sino también los propios miembros de la familia real.
Uno de los conflictos más candentes era el papel que la pequeña Haine, la princesa heredera, desempeñaría en la ceremonia. Según las antiguas normas de la realeza de Liberland, todas las hijas de los descendientes directos de los reyes reinantes, menores de 15 años, debían ser damas de honor de la novia, ya fuera una princesa por nacimiento o alguien que se integrara a la familia real por matrimonio. Sin embargo, el príncipe Filiph, hermano mayor de Archivald y padre de Haine, se oponía rotundamente a que su hija participara en la boda de Raquel.
Filiph había mantenido sus reservas hacia Raquel desde el inicio de su relación con Archivald. Sentía que ella representaba un riesgo para la estabilidad de la familia real, tanto por su constante exposición mediática como por los problemas que había traído en las relaciones familiares. Pero en esta ocasión, no se trataba solo de su aversión personal hacia Raquel; Filiph estaba convencido de que no era correcto exponer a su hija en un evento tan controvertido.
Una semana antes de la boda, Filiph decidió hablar con su abuela, la reina Emanuela, con la esperanza de que pudiera intervenir en la situación. En una reunión privada en los jardines del palacio, el príncipe abordó el tema con su abuela.
—Abuela —dijo Filiph con tono serio—, he estado pensando mucho en la boda de Archivald. No quiero que Haine sea dama de honor.
La reina, siempre elegante y con una mirada serena pero implacable, lo observó con detenimiento antes de responder.
—Filiph, entiendes lo que eso significa, ¿verdad? —le preguntó en su tono calmado, pero lleno de autoridad—. Las normas son claras. Todas las hijas de los descendientes deben participar. Es una tradición que tiene siglos de antigüedad.
Filiph asintió, pero no cedió.
—Lo sé, abuela, pero no quiero que mi hija forme parte de esto. No confío en Raquel, y creo que es un error que Haine esté involucrada en algo que considero una farsa. Sabes lo que ha pasado en el último año. Todo esto es una fachada para ella, una estrategia más para ganar poder y notoriedad.
La reina Emanuela dejó escapar un suspiro, como si cargara con el peso de generaciones de decisiones difíciles.
—Filiph, has de entender que, al igual que Archivald debe acatar las tradiciones, tú también debes hacerlo. No puedes seleccionar qué tradiciones respetas y cuáles ignoras. Tu hija es la princesa heredera, y como tal, tiene un papel que desempeñar en los eventos más importantes de nuestra familia. Y este, querido nieto, es uno de ellos. Como heredero deberías entenderlo mejor que nadie.
Filiph frunció el ceño, frustrado, pero sabía que no tenía más opciones. La tradición y el deber eran la esencia de la monarquía de Liberland, y desafiarlos podía tener consecuencias graves.
***
En otro lugar, en una lujosa suite de hotel donde Raquel y su equipo de planificación discutían los últimos detalles de la boda, estalló una nueva crisis. La prestigiosa firma de moda *Novias Chu* había publicado en su cuenta de Instagram que había decidido regalar los dos vestidos de novia confeccionados para Raquel. La publicación se hizo viral de inmediato, y en cuestión de minutos, la noticia llegó a los oídos de la reina Emanuela.
No pasó mucho tiempo antes de que Raquel recibiera una llamada directa del palacio. El tono de la reina era claro y firme.
—Raquel, acabo de ver la publicación sobre los vestidos que te han regalado. Esto no es aceptable.
Raquel, sorprendida, pero tratando de mantener la calma, respondió:
—¿Por qué no es aceptable? Es un regalo, y pensé que sería un detalle encantador. Después de todo, la firma quiere que mis vestidos se exhiban...
La reina la interrumpió.
—No se trata de un simple regalo. La corona no puede aceptar obsequios de ese tipo, especialmente cuando se trata de algo tan visible y tan relacionado con un evento público como tu boda. Las implicaciones que esto puede tener son enormes. Los vestidos deberán ser pagados en su totalidad por ti, y la corona te reembolsará el precio después, como parte del acuerdo prenupcial.
Raquel, aunque inicialmente contrariada, vio el sentido en lo que la reina decía. No quería arriesgarse a tener problemas más adelante, y la propuesta de que la corona le reembolsara los costos le parecía razonable.
—De acuerdo, haré lo que dices —respondió finalmente—. Llamaré a la tienda y les diré que voy a pagar los vestidos.
***
Finalmente, llegó el día de la boda, y el ambiente en todo el reino de Liberland era de gran expectación. Las calles estaban decoradas con banderas y flores, y el palacio estaba preparado para acoger a dignatarios de todo el mundo. La ceremonia sería un evento monumental, transmitido en vivo a millones de espectadores. Pero mientras la nación esperaba con entusiasmo, en privado, la familia real estaba plagada de tensiones.