En los brazos del príncipe

37

Carlie.

Lo tengo delante de mí y no sé si golpearlo o abrazarlo.

—Habla de una vez. —Adem habla sin mirarme.

—No sé qué decir, no sé si felicitarte por tu decisión o discutir contigo sobre eso. —suspiro. —Las decisiones del momento me dejan algo bloqueada.

—Es extraño que lo digas. —sigue sin mirarme. —Así empezó todo esto, con una decisión del momento y así debería de seguir siempre para nosotros, así funcionamos, simplemente fluimos, decidimos un día querernos, otro no, un día estar y al otro huir, un día casarnos y al otro separarnos pero jamás resolvemos las cosas, realmente las postergamos para otro momento

—Siempre hemos resuelto las cosas así que no sé a lo que te refieres con que jamás resolvemos las cosas.

Comienza a rebuscar en su escritorio hasta que da con lo que busca.

Me entrega un documento.

—Creo que reconoces las firmas ¿No es así? 

Me parece extraño ver nuevamente ese documento, después de tanto tiempo.

—Tu firma y la mía, en un acta de matrimonio, y por más que aquí no sea legal, en el estado de Nevada si lo es, y al no habernos divorciado nunca, aún seguimos casados.

Mi mundo se tambalea un poco ante su confesión.

—¿Cómo es esto posible? Se supone que nuestro matrimonio no fue real.

—En Dinamarca no lo es, pero en el registro de Nevada está la copia original correctamente inscrita y es la que da vigencia a nuestro matrimonio, admito que olvidé explicarte ese detalle hace años, que aún seguíamos casados, pero ante mi estado no.

Lo observó totalmente desencajada con la realidad.

—Yo me fui porque se supone que este matrimonio no existía, no lo entiendo.

Me siento frente a él.

—Eres la reina desde que yo tomé la corona, y si siquiera lo sabías, quise darte un tiempo para ver si te atrevias a regresar.

—¿Qué hubiera pasado si no regresaba? 

El sonríe.

—Te hubiera traído a rastras si hubiera sido necesario.

Me pasa otro documento.

—Firmalo de una vez, es el acta para validarlo aquí, por cierto están todas las puertas cerradas, así que solo firma para terminar con todo esto.

—Mi esposo, el rey, él más romántico de todos. —hablo con sarcasmo.

—Suena bonito que lo digas … tú esposo, tu rey, porque eso es lo que soy, tu gobernador.

Sonrió.

—Lo de mi gobernador está de más, a mi no hay hombre que me gobierne.

—Si tú lo dices. —murmura.

—Bien ¿Que sigue luego de tu declaración de guerra a los rebeldes? —le pregunto.

—Iré a las barracas en la tarde, allí es donde se reúnen ellos.

—¿A que irás no entiendo? 

—Les daré la oportunidad de que terminen con su estúpida rebelión, y sus movimientos anti monarquía.

—Si quieres te acompaño, yo también soy anti monarquía, pero entiendo el hecho de que reconfigurar todo el estado conlleva algo más que la decisión de así querer cambiarlo.

—Tu tienes el don de cambiar las palabras para que se vuelvan en tu contra así que no creo.

Bufó.

—Jamás se me ha escapado ninguno de mis pensamientos frente a alguien que me pueda perjudicar. —le recuerdo.

—Tampoco estoy buscando que te expongas a eso, ni a mí estado.

Leyla entrá sin tocar.

—¿Cuánto falta para irnos? —le pregunta a su hermano.

—¿Ella irá? —le preguntó a Adem y este asiente.

—Es la princesa de la corona. —responde como si nada.

—¿Irá porque es la princesa de la corona? 

Leyla suspira.

—Ire, porque mis hermanos no saben ya qué hacer conmigo para mantenerme ocupada, soy el bello adorno de la corona. 

El bello adorno de la corona, me sentí identificada con su propia auto definición, muchas veces me he sentido así, cuando pienso y me hago la pregunta de cuál es mi propósito para este estado, pero finalmente encontré mi propósito fuera de la corona, como madre y en el ámbito profesional, me costó, choque una y mil veces conmigo misma, pero finalmente lo entendí.

—Bien, yo iré a otro lugar a solucionar otro problema de la corona y de paso tuyo. —digo observando a Adem.

Aún sigo teniendo en mente que alguien más se vio perjudicado con todo esto.

Adem sale de su escritorio y queda Leyla observándome.

—¿Ahora que tramas? 

—¿Por qué debo de tramar algo?  

—Por favor, te conozco … tienes acciones de buena fe, pero muchas con maldad también.

—Deberías de intentar bajar la defensiva conmigo, no tengo planes de irme pronto, así que o haces las paces conmigo o termina por declararme tu la guerra, porque no es como que me agrade mucho que estés entre la línea de quererme y odiarme.

Ella me sonríe con algo de sarcasmo.

—No te odio, no vale hacerlo, eres la única mujer además de mi que se ve sometida a la corona, solo espero que no te vuelvas a marchar, porque ahora nos podrías llevar a la ruina a todos.

Me reverencia y se marcha, dejándome sola.

Salgo en busca de Bubu.

Lo veo jugando con una pequeña pelota sobre la alfombra.

—Mi pequeño Bubu. —me siento junto a él, lo abrazo y lleno de besos. —¿Por qué creces tan rápido, amor de mi vida? 

Tomó su pelota y comienzo a jugar con él.

—Cuanto me alegro que seas tan pequeño, que no eres capaz de entender lo que sucede a tu alrededor. —beso de nuevo su mejilla. —Eres un niño tan privilegiado porque mantienes tu inocencia y aún no lo sabes, ni siquiera imaginas lo que conlleva tu futuro.




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