En los brazos del príncipe

42

Carlie.

Poder, el anhelo de muchos y la maldición de otros.

En la búsqueda de poder, muchos se atreven a arriesgar cualquier cosa.

Yo no quiero poder, tengo más de lo que necesito, mis palabras son aclamadas, mis pasos resuenan por todo el país, mi voz rompe incluso al silencio.

Me muevo ansiosa por todo el pasillo.

—Carlie quédate quieta, solo me creas ansiedad. —se queja Dorian.

—No puedo estar tranquila, han pasado todas y aún no nos dicen nada. 

—Debes ser positiva, si no dicen nada eso puede ser muy bueno... tú sabes de esas cosas.

—Hace horas nadie sale a informar nada, no entiendo cómo pueden estar tan tranquilos. Adem incluso se fue a quien sabe dónde.

—Todas las personas del evento fueron detenidas, debe resolver eso ahora, antes que se presenten manifestantes por los derechos humanos o algo por el estilo, no podemos tener detenidos a todas esas personas sin una razón puntual.

 

—¿No puede encargarse otra persona de eso? Él debe estar aquí apoyando a su hermana.

 

—Carlie, es un atentado contra la corona, la corona debe estar presente en todo el proceso, y teniendo en cuenta que tú estás con los nervios rotos, fue él.

 

Me sigo moviendo de forma ansiosa, así que Dorian termina por ponerse de pie y tomarme por los hombros.

—Por favor, quédate quieta o te juro que mandaré a qué te pongan un maldito tranquilizante.

 

Los minutos continuaban pasando y nada sucedía, en mi cabeza, todo lo que no tenía que suceder, estaba sucediendo.

 

Hasta que por fin salen.

La doctora pasa por nuestro lado, pero sin decir absolutamente nada, solo mantiene la mirada baja.

 

«¿La perdimos? ¿Será que no se atreve a mirarnos a la cara por eso?»

 

Tomó del brazo a Uriel.

—¿Qué sucedió? —le pregunto. 

 

—Yo ... ella, se fue por minutos y ... luego regresó. —dice con la voz quebrada como jamás la llegué a oír. —Casi la declaran, pero ella no podía simplemente irse, yo no podía permitirlo.

 

Lo abrazo, tan fuerte como quisiera estar abrazándola a ella.

Mis lágrimas de felicidad no tardan en escapar de mis ojos.

—¿Ella está bien entonces? —pregunta Dorian junto a mí.

 

—Está en coma inducido, para que su cuerpo pueda recuperarse mejor, llevará un tiempo la recuperación, pero confío en que ella pronto estará bien. —mira sus manos. —En unos minutos la trasladan a terapia intensiva, no pueden ingresar. —me mira un segundo. —Ya dejaré prohibido tú ingreso, así que no estés de lista. En cuanto sea posible será trasladada a una habitación.

 

Dorian lo observa y niega.

—Hay un protocolo de la corona, ella no puede estar en salas comunes, y entiendo perfectamente que no la podamos ver, pero mantenla apartada de los demás, es un tema de seguridad.

 

—Lo entiendo, pero en terapia intensiva estará bien vigilada, además ninguno de los pacientes en esa área, están siquiera en condiciones de saber quién está junto a ellos.

 

—Mi hermano mandada al médico personal de la corona, así que sigo pensando que deben tenerla aparte de los demás.

 

—¿Uri te puedes quedar con ella? —le pregunto y este niega.

 

—Sabes que tengo que cumplir con mi turno, además hoy no habrán cambios.

 

—Por favor. —le suplico. —Yo me encargo de tus turnos de consulta, si ninguno de nosotros podemos estar con ella, al menos quédate tú con ella y cuida de ella.

 

Él me mira unos segundos.

—¿Estás segura? —me pregunto y asiento.

 

Soy sumamente consciente que esto puede provocar más allá de lo que yo le pedí hace unos días que se alejara, porque por alguna razón el que estén junto a ti cuando estás debilitado, te hacen aferrarte a la persona que se encuentra junto a ti, se vuelve tu soporte.

 

—Cuida bien de ella, se que ella no lo entiende, pero ella es como mi hermana y aún no he tenido la oportunidad de decírselo, quiero llegar a decírselo alguna vez y así como te encomendaria mi vida en tus manos con seguridad te encomiendo su cuidado, puedes tomarlo como el pedido de la reina de Dinamarca, o como el de tu mejor amiga ... solo quiero que cuides de ella.

 

Él asiente, para besar mi cabello y darme un corto abrazo.

 

El sentimiento de culpa no se va por lo sucedido, esa pequeña escena de ella cayendo delante de mí, sin que yo pueda hacer algo para evitarlo.

Es cuando comienzo a pensar sobre como somos tan débiles, aún cuando intentamos demostrar nuestra fortaleza, nuestro poder para enfrentarnos a la vida, siempre detrás de todas nuestras corazas somos débiles, aún cuanto más aguerridos nos mostramos, solo intentamos protegernos de esos golpes que nos da la vida, aún cuando no estás listo para enfrentarlos.

 

—Dorian, necesito que me lleves al palacio, debo ir a cambiarme y por mis cosas del hospital, tomaré el turno de Uriel. —le aviso.

 

Tal vez tomar un turno nocturno de urgencias en un día tan pesado como un lunes no ha sido la mejor de mis ideas, pero sé que mantener mi mente ocupada en otras cosas me ayudará más que solo estar pensando en lo mismo.

 

Cuando llegó al palacio, me pasó por la habitación del pequeño príncipe, quien duerme tranquilamente sin tener idea de lo que pasa, realmente me alegra mucho que sea tan pequeño que no es consciente de lo que pasa a su alrededor, porque jamás querría para mí hijo transmitirle todo lo que yo estoy sintiendo en este momento.

 

Cuando pasó a la habitación que comparto con Adem, veo varias cosas destrozadas entre eso un vidrio.

No necesito ni siquiera una palabra para saber que es su quiebre, corro por el palacio buscándolo en su estudio, en la biblioteca, cocina, comedor y en ningún lado está.




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