Gillian repaso el mismo discurso, como todas las mañanas desde hace meses, en el metro, en el ascensor y en la sala de espera. Lo sabe de memoria. Y mentalmente estaba agotada, ensayaba, vestía formal y tomaba el transporte.
Sus mejillas le empezaban a doler por las continuas sonrisas falsas y su garganta se encontraba seca por hablar, ya casi podía prevenir quedarse ronca para el sábado.
Pero su historia no comenzaba ahí, sentada en una butaca de oficina. Prácticamente, iniciaba con sus millones de pensamientos que fácilmente podían enumerarse.
Pues no quería reconocer cuando fue exactamente que su vida profesional y emocional estaba acabada, quizá cuando no acepto la ayuda de su rico y poderoso novio Benjamin quien proponía las influencias que un político podía cometer; o cuando no quiso ejercitar el cuerpo con su jefe Max y esté la despidió por mala conducta, como seducción, despotismo entre otras cuestiones, que requerían mucha imaginación que nadie creyó, no obstante que jamás discutieron; o bien cuando Kellen —su exnovio— la abandonó justo el día en que ella decidió, aceptar casarse con él de manera definitiva, si tan solo ella no hubiese divagado tanto al hablar y si no la hubieran interrumpido, quizá ella habría dicho las palabras correctas.
Pero solo era una suposición, que Gillian hasta la fecha llegaba a castigarse y a desconocer hasta cierto punto.
Miró el reloj del pasillo en el que se encontraba, luego al de su celular y se preguntó que tanto podían tardar en recibirla, era una pequeña academia de baile que enseñaba a menos de cien alumnos los cuales aún no llegaban. ¿Cuánto podían tardar? ¿Una hora?
Tampoco tenía una mañana llena de actividades, sin embargo, está era la última y octava entrevista que realizaba. No obtenía respuestas por ninguna de las academias a las que se había postulado y estaba harta. Quería descansar la mente, en la casa que no tenía y soñaba en tener. Aún vivía en la finca de sus padres y aunque era grande sabía que ya apestaba en ese lugar. Además, ellos vivían a horas de la ciudad no podía y ni quería volver a viajar tanto.
El reloj índico que ya eran las nueve y cuarto llevaba una hora más o menos de estar ahí, esperando. Miró a la secretaria, que rodeada de papeles se distraía fácilmente charlando con las personas que llegaban a la oficina y se sintió fastidiada. ¿Nadie la iba a entrevistar?
Molesta tomó sus pertenencias y sujetando bien el folder se acercó a ella quien volvía a fijar la mirada en las hojas. La secretaria ni siquiera la miro cuando se levantó, solo advirtió su cercanía.
—Ya le dije que esperé, el licenciado no tardará en llegar.
—¿Esperar? ¿Sabe cuánto tiempo llevo aquí? Casi hora y media. ¡Adjuntaron una cita!
—Y yo llevo cinco años aquí, puede seguir esperando.
La observo incrédula, se escucharon las risas de algunas personas que miraban la escena y sintió el calor de su vergüenza.
—¿Hay alguna otra manera de que otra persona pueda hacer mi entrevista?
—No. El licenciado hace todo ese trámite, él solo. —levanto la mirada y entendió su impaciencia, ella también batallaba con su jefe y las consecuencias de su ausencia y el ejemplo más válido era esté—. Espere un minuto.
Miró todo su escritorio, que al ser lo suficientemente grande tenía mucho espacio para más papeles innecesarios, tomo el teléfono y marcó a su jefe quien otra vez no contesto, intentó revisar su celular, Gillian la observó en todo momento esperando una respuesta, que dijera “él ya llegó”.
Cuando la joven detrás del escritorio la miro supo que todo estaba decidido, no creía en el inconveniente, ni en la próxima cita.
—Le llamaremos para agendar una próxima entrevista. Tenga buen día.
Gillian no emitió palabra alguna por unos segundos, hasta que entendió que no tenía ganas de manifestarle tan siquiera una ironía por ignorarla y hacerla perder el tiempo. Salió rápidamente del lugar, intentando no llorar por la vergüenza que sentía.
La secretaria por su parte intentaba descifrar alguna excusa para concederle una oportunidad con su entrevista, pero el currículum, que no tenía nada de impresionante era su obstáculo. Pues era de una chiquilla recién graduada de la universidad hace diez meses y con un trabajo que no había durado ni la mitad del año.
Supo su destino cuando su jefe decidió no aparecerse toda la mañana, lo había pensado mejor. Y con suerte su currículum terminaría en el archivero a la espera de ser elegido, cuando fuera estrictamente necesario.
Solo en un acto de desesperación podrían escogerla para el trabajo.