En otro verano

—Capítulo 8. Promesas —

 

Cuando uno tiene independencia que no es absoluta, pero la tiene. De manera que vivir solo no siempre es agradable, no todo el tiempo es maravilloso o al menos así se sintió Kellen cuando su padre le ofreció un departamento. Uno que era solamente para él si así lo decidía.

Por lo que no estuvo en contra de compartirlo porque además lo estaría pagando hasta que fuese suyo totalmente.

Así que compartirlo con otro amigo que no estuviera dispuesto a lavar y a recoger su ropa, no era una opción debatible. De modo que querer vivir en ese departamento con una chica, no cualquier chica, si bien su novia, no era una mala idea para ninguno pues ambas familias ya se conocían y aceptaban la relación fabulosamente.

Apenas tenían dos años de relación, pero la conexión era suficiente para sentirse que podían dar otro paso gigante, si ambos estaban convencidos de que disfrutar de la experiencia era buena. Así que vivir juntos no era una pesadilla.

Pensó Kellen fantasioso en la idea de que Gillian lo era todo, en definitiva, no hay antes ni después de ella.

¿Cómo podría soltarla? De tan solo pensarlo le aterraba y de imaginar diciéndole lo que pensaba hace meses le fascinaba.

Así que meses después de empezar a vivir juntos no dudo en preguntar si a ella también le atraía la idea en un futuro. No era como si le pidiera matrimonio sino lo que le importaba era la promesa.

Temió por ser tan directo, sin embargo, ella le sonrió cariñosamente.

No le tenía miedo a lo que podían vivir y hacer juntos, sino que temía por lo que ella podía hacer para arruinarlo. 

 —No quieres quedarte conmigo toda una vida —Gill hizo un puchero que intensifico el brillo de sus ojos —: te lo aseguro, mi mamá dice que soy patosa y mira que cocinar no se me da nada bien, ¡Apenas estoy aprendiendo a lavar la ropa! Tengo 19 años imagínate el caso.

Lo miro, aunque las lágrimas impidieran verlo con exactitud, ambos estaban en la habitación de él, sentados en el suelo con un montón de libros alrededor de ellos.

—Aprenderemos siempre será así, no es como si lo nuestro fuera tu responsabilidad Gill.

—¿Y cuánto tardará eso?

Kellen tomo su mano y jugo con sus dedos antes de entrelazarlos.

—Muy poco si somos listos —frunció el ceño—. Pero tú no vas a librarte de mí Gillian te amo demasiado para dejarte ir.

—Pero… ¿Si no funciona?

—Pues habrá sido un gusto conocerte.

Ella le soltó un golpe indignada y automáticamente él soltó una carcajada.

—Eres un pesado Kellen.

—¡Estoy hablando en serio! Si algo llegara a pasar…

—Que no va a pasar —aclaro.

—Que no tienen que ser el caso, nunca sería una pesadilla haberte conocido.

—Nunca te arrepientas de lo que dices y tampoco rompas algo tan importante como nuestro futuro, ¿lo prometes?

Kellen sintió su corazón acelerarse y estuvo casi seguro de que a ella también.

—Te lo prometo —dijo dándolo un beso en la frente.

—Pues yo también —se levantó del suelo y salió de la habitación llevando consigo su plato de cereal, al último se arrepintió y asomó su cabeza por la puerta—. Y cuando esté lista no podrá cambiar nada.

A pesar de sus dos años de relación y cinco de aventuras, estos eran suficientes para querer pertenecerse toda una vida.

Ellos eran la relación que denotaba juventud y poca experiencia, pero todas esas cosas nuevas la habían hecho ambos y pretendían seguir conociendo el misterio de todo.

Enamorados era decir poco, sus almas se volvían una y era ese sentimiento que los convencía de que no tendrían que buscar más amor porque ya lo eran.

Y esa promesa solo era el comienzo de su futuro.

~•~

Kellen ya estaba agotado de mirar su libro, pasaba las hojas sin mirarlas realmente, hizo garabatos en su libreta encima de sus apuntes.

Miro de soslayo a su novia que ni caso le hizo, ni siquiera cuando le daba un ligero golpe con su pie o cuando golpeteo el lápiz varias veces con la mesa.

Suspiro frustrado por enésima vez que Gillian por fin le respondió.

—¿Qué? —bajo el libro lentamente para mirarlo.

—Se dice mande, mal educada. ¿Nos vamos ya?

—No —dijo tajante volviendo a escribir en su cuaderno.

—Tengo hambre.

—Y yo tarea. Puedes ir adelantándote.

—No puedo irme sin ti. Y si… —lo pensó un instante— ¿Hacemos una pausa?

—No puedo, mejor compra la cena y en media hora te alcanzo.

—¿Media hora?

Gillian soltó un suspiro lastimero y asintió con pesar, despegando apenas la vista de la mesa.




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