El reloj marcaba las 11:47 p.m. cuando Lucía recibió una notificación. Era un mensaje de Javier, su amigo con el que había estado chateando durante meses. Lo conoció en un foro sobre música indie, y desde entonces, las conversaciones se habían vuelto parte esencial de su rutina. Lo que comenzó como simples charlas sobre bandas alternativas, pronto evolucionó en discusiones nocturnas sobre la vida, los sueños y los miedos.
Esa noche, algo era diferente. Javier, con un tono más personal, le confesó que había soñado con ella. Lucía sintió un nudo en el estómago. Aunque nunca lo había admitido, ella también había empezado a sentir algo más que amistad. Sin embargo, el temor a perder lo que tenían la paralizaba.
Lucía dejó el teléfono sobre la almohada y suspiró. Se cubrió el rostro con las manos, tratando de calmar la agitación en su pecho. Recordó la primera vez que hablaron: ella había publicado una lista de canciones poco conocidas, y Javier fue el único que comentó. Le envió un mensaje privado para agradecerle el detalle, y desde entonces no habían dejado de hablar.
Con el tiempo, sus conversaciones se volvieron más íntimas. Compartieron anécdotas de la infancia, desilusiones amorosas y hasta pequeños secretos que jamás habían contado a nadie. Lucía se sorprendía de lo fácil que era abrirse con él, como si lo conociera de toda la vida.
Javier, por su parte, había desarrollado una rutina. Cada noche, después del trabajo, encendía su laptop y esperaba con ansias el mensaje de Lucía. Su día parecía incompleto si no hablaban. A veces, se sorprendía a sí mismo sonriendo sin razón aparente, recordando alguna broma interna o alguna ocurrencia espontánea de Lucía.
Esa noche, tras la confesión del sueño, Lucía contempló la pantalla durante varios minutos. Quería responder con algo significativo, pero las palabras se le atascaban en la garganta. Temía arruinar lo que tenían. Finalmente, con un suspiro, escribió: "¿En serio soñaste conmigo? Cuéntame más..."
La respuesta no tardó en llegar. Javier le narró cómo, en el sueño, caminaban por un bosque iluminado por luciérnagas. Le describió cómo la había tomado de la mano y cómo su risa había llenado el aire. Lucía cerró los ojos, imaginando la escena, sintiendo que el sueño de Javier también era suyo.
La madrugada los sorprendió conversando. Hablaron de sus miedos, de lo que querían hacer antes de morir, de los lugares que soñaban visitar. Sin darse cuenta, estaban construyendo algo más profundo que una simple amistad. Lo que no sabían era que esa noche marcaría el inicio de un cambio irreversible en sus vidas.