El mensaje llegó de improviso, sin advertencia, sin contexto: “Te amo.”
Lucía sintió que el aire se volvía pesado a su alrededor. Sus ojos recorrieron las dos palabras una y otra vez, como si en algún punto fueran a transformarse en otra cosa, en algo menos abrumador. Pero no lo hacían. Javier lo había dicho. Lo había dicho.
Se incorporó en la cama con el teléfono aún en la mano. Su pecho subía y bajaba rápidamente, la confusión y el pánico apretaban su garganta. ¿Era una broma? ¿Un error? No podía ser cierto. Pero lo era.
Las manos le sudaban mientras escribía y borraba respuesta tras respuesta. Su mente era un caos de pensamientos. ¿Qué se suponía que debía decir? No podía simplemente devolver el “te amo” sin más, porque... porque no era tan fácil. Porque significaba demasiado. Porque podría cambiarlo todo.
Javier no sabía. No sabía cuánto había luchado con sus propios sentimientos, con su identidad, con el miedo a ser rechazada si llegaba a mostrarle todas las partes de sí misma. ¿Y si su amor no era como ella lo imaginaba? ¿Y si solo era un impulso, un cariño malinterpretado?
Finalmente, después de minutos que se sintieron como horas, escribió un mensaje y lo envió antes de poder arrepentirse:
—Javi, no sé qué decir... No quiero que pienses que no me importa, pero siento que es muy pronto para mí. Lo siento mucho.
Apretó el teléfono con fuerza, esperando una respuesta, un signo de que no lo había arruinado todo. Segundos después, las tres burbujas de escritura aparecieron en la pantalla. Su corazón latió con fuerza. ¿Y si lo hería? ¿Y si se arrepentía de haberlo dicho?
El mensaje llegó:
—No tienes que disculparte, Luci. No quiero presionarte. Solo quería que lo supieras.
Un suspiro tembloroso escapó de sus labios. Javier no estaba enojado. No la estaba alejando. Pero eso no quitaba la sensación de vacío en su pecho, como si hubiera rechazado algo hermoso solo porque tenía miedo de perderlo.
Necesitaba distraerse, pensar en otra cosa antes de que el peso de sus emociones la ahogara. Abrió su aplicación de música y buscó un episodio de su pódcast favorito: “6 de Copas”.
Desde que lo descubrió, aquel pódcast se había convertido en su refugio secreto. Historias de amor no convencionales, pensamientos profundos sobre la vida y las emociones, voces que la hacían sentir comprendida. No importaba qué tan rota se sintiera, escuchar esas palabras la hacía pensar que tal vez no estaba tan sola en el mundo.
Mientras la voz familiar del pódcast llenaba su habitación, cerró los ojos e intentó calmarse. Tal vez la respuesta no tenía que ser inmediata. Tal vez, por primera vez en su vida, tenía que permitirse sentir sin miedo. Pero, ¿estaba preparada para eso?