En Ti

Ponte en mi lugar

Lucía sostenía el teléfono entre las manos como si cargara algo más que un dispositivo. Lo miraba sin tocarlo, sin abrir ninguna conversación, sin enviar ningún mensaje. La pantalla negra reflejaba su rostro: ojeras marcadas, labios apretados, y un par de lágrimas que aún no sabían si querían caer o esconderse detrás del orgullo.

“¿Y si te pones en mi lugar y ves lo que siento?”, murmuró en voz baja, leyendo la frase que acababa de guardar en su galería. Esa pregunta le dolía más que cualquier palabra que Javier hubiera podido decirle.

No era una súplica. Era una rendición disfrazada de deseo. Un “por favor, entiende”, pero sin arrodillarse.

Javier no le había hecho nada cruel. No había gritado, no la había insultado, no se había ido. Pero tampoco se había quedado de la forma en la que ella necesitaba. Y Lucía, con todos sus miedos y heridas abiertas, sentía que estaba pidiendo demasiado solo por querer un poco más de presencia, un poco más de amor en voz alta.

Había días en los que se sentía como una segunda opción, aunque no tuviera pruebas. Días en los que la distancia no era solo de kilómetros, sino de emociones que no lograban encontrarse a mitad del camino. Días en los que él decía "te quiero" y ella dudaba si lo decía por rutina, por cariño o por amor verdadero.

Lucía había aprendido a amar desde el dolor. Desde la carencia. Desde las lágrimas silenciosas bajo las cobijas y los gritos no dichos. Había amado en secreto, amado con miedo, amado deseando no molestar. Con Javier, quiso aprender otra forma de amar. Pero a veces, el pasado pesaba más.

Esa noche, sin pensarlo dos veces, abrió el chat.

—¿Tienes un minuto para mí? —escribió.

No recibió respuesta en horas.

Pero en lugar de borrar el mensaje, respiró hondo, abrió su diario y escribió:

"No quiero que sientas culpa. Solo quiero que veas el mundo desde mis ojos por un momento. Verías lo mucho que me importas, cómo cada palabra tuya se convierte en semilla que florece o se marchita dentro de mí. Verías que cuando me dices 'buenas noches', yo leo 'te pienso'. Y cuando estás en línea sin escribirme, yo me pregunto si fui suficiente ese día para que quieras seguir hablándome."

"No te culpo por no saber lo que siento, pero si un día decides amarme, por favor, hazlo desde donde yo estoy: rota, cansada, pero dispuesta a entregarte todo lo que soy."

"¿Y si te pones en mi lugar? Solo por hoy. Solo para ver lo que yo siento cuando te leo, cuando te espero, cuando te extraño, cuando te amo en silencio..."

Lucía cerró el diario. Se abrazó a sí misma, y por primera vez, no lloró.

Porque a veces el amor no necesita que el otro entienda. A veces basta con que tú lo sientas de verdad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.