En Ti

Declaración

Lucía caminaba de un lado al otro de su habitación, con el teléfono en la mano y un nudo en la garganta. El reloj marcaba las 12:12 a.m. Todo estaba en silencio, excepto su mente, que rugía como una tormenta interna, con miles de pensamientos peleándose por salir.

Esa noche no podía más.

Había intentado seguir como si nada, reírse en los chats, mantener la calma, fingir que todo estaba bien. Pero no lo estaba. No desde hacía semanas. No desde que comenzó a mirar a Javier de otra forma. No desde que su corazón se aceleraba con un simple “¿cómo estás?” enviado por él. No desde que lo soñaba, lo extrañaba y lo necesitaba, incluso sin haberlo tocado nunca.

Tenía miedo. Miedo de arruinarlo todo. Miedo de que él no sintiera lo mismo. Miedo de ser “demasiado” o “muy intensa” o simplemente no lo que él esperaba. Pero más miedo tenía de seguir callando, de seguir amando en silencio, como si su amor fuera algo de lo que avergonzarse.

Abrió WhatsApp. El chat con Javier estaba justo arriba. Sus últimos mensajes eran sencillos: unas risas, un sticker, un “nos hablamos mañana”.

Y Lucía… no quería esperar hasta mañana.

Con las manos temblando, comenzó a escribir:

—Javi, ¿puedo decirte algo? Pero de verdad… algo que he querido decirte hace tiempo y no me he atrevido.

Tardó en seguir. Estaba segura de que si no lo escribía todo ahora, se arrepentiría.

—Llevo días… semanas, no sé cuánto exactamente, queriendo decirte esto. Me cuesta, porque siento que no sé cómo decirlo sin sonar cursi, sin que parezca que estoy exigiendo algo. No es así. No busco nada. Solo quiero ser honesta.

Miró la pantalla. Las palabras no eran suficientes, pero eran todo lo que tenía.

—No sé cómo empezó. No sé si fue la forma en que me escuchabas cuando nadie más lo hacía. O cómo me hacías reír incluso en mis días más grises. Pero un día, sin darme cuenta, comencé a pensar en ti antes de dormir. A imaginar cómo sonaría tu voz diciéndome “aquí estoy”. A necesitar tus mensajes como si fueran abrigo.

Tragó saliva. Su corazón golpeaba el pecho con fuerza.

—Y entonces supe que me gustas. Que me gustas mucho. Me gustas con miedo. Con inseguridades. Con todas mis dudas. Pero también me gustas con todo mi cariño, con todo lo que soy, con toda la luz y oscuridad que tengo.

Una lágrima cayó en su pantalla, borrando un par de letras. Sonrió triste.

—No tienes que decirme que sientes lo mismo. No espero una respuesta perfecta. Pero quería que lo supieras. Porque guardar esto dentro de mí me está haciendo daño. Y porque si hay una mínima posibilidad de que tú también sientas algo… quiero arriesgarme.

Y entonces escribió lo que más le pesaba.

—Te amo, Javier. Lo dije. No sé cómo ni cuándo pasó, pero lo siento. Y ya no quiero fingir que no.

Pausa.

—Si no sientes lo mismo, está bien. Solo te pido que seas sincero. No me des migajas por compasión. Solo dime la verdad.

Y para cerrar, después de pensarlo un instante:

—Gracias por existir en mi vida, incluso si no es como yo lo soñé.

Parte 2




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.