Amor ordinario

Lucía siempre pensó que el amor sería como en las películas: grandioso, lleno de gestos teatrales, de frases memorables, de flores dejadas en la puerta en días lluviosos. Pero lo que sentía por Javier... no era eso.

Era más simple.

Más silencioso.

Más cotidiano.

Amor era Javier diciéndole “¿comiste hoy?” después de un silencio de horas. Era hablar de cualquier cosa y aún así sentir que era importante. Era cuando él se equivocaba con una palabra y ambos reían tanto que se les olvidaba por qué estaban hablando en primer lugar.

Era cuando compartían canciones y se hacían los críticos de letras tristes. Cuando se mandaban fotos de sus gatos. Cuando Lucía le contaba cómo se sentía sin tener miedo de parecer “demasiado”.

No era perfecto.

Había días donde Lucía sentía que no era suficiente. Días donde pensaba que Javier merecía a alguien más estable, más valiente, más resuelta. A veces él tardaba en contestar. A veces ella lo sobrepensaba todo.

Pero aún con eso… se seguían eligiendo. A su manera.

Javier no le decía que la amaba todos los días. Pero estaba. Y su presencia constante, incluso en lo silencioso, era una forma de amor. Una muy suya. Una que Lucía había empezado a reconocer como real, incluso si no era la historia que ella había imaginado.

Y Lucía, con todo su mundo caótico por dentro, empezaba a entender que el amor no siempre necesita ruido para ser profundo.

A veces, solo necesita dos personas dispuestas a quedarse.

A veces, el amor no es extraordinario. A veces es más valiente ser ordinario. No porque sea menos, sino porque sobrevive a lo común, al día a día, a los errores, a la inseguridad y a las lágrimas secas.

Esa noche, mientras ambos hablaban por chat de lo que harían el fin de semana, Lucía sonrió. No necesitaba más. No esa noche.

Porque amar a Javier, incluso con miedo, incluso con dudas, se sentía como estar en casa.

Y eso, para ella, era suficiente.