En un mundo de hombres

Capítulo 2

Estoy en mi cama, mi cuarto y vestida, así que no hubo pérdidas. Lo último que recuerdo es la chica pelirroja acercándose a mi puerta conmigo. No puedo creer que vine con esa chica...

—Veo que despertaste, bella durmiente —ella entra. Sus pequeños pechos se resalta porque no tiene sostén, no puedo evitar quedarme más tiempo viéndolos, no es por nada, solo... se ven demasiado llamativos… Los pezones se le resalta por la tela débil —. Te juro que sin la pijama se ven mejor.

—¿Quién eres? ¿Por qué no debería llamar a la policía? 

—Le quitas la diversión a la vida siendo tan estirada —deja una bandeja que ni sabía que tenía en las mano en la mesita de noche—. Una pena que una mujer tan bella sea tan condenadamente rígida.

—¿Por qué no respondes mis preguntas y te largas?

La rojita solo se ríe como respuesta. Se acerca a la cama y apoya sus manos en la parte de madera dándome una buena vista de sus... pechos. Ella me toma la temperatura y al ver que es normal se aleja un poco, pero igual sigo notando como están…

De toda la gente en el jodido mundo... desperté con la más irritante.

—Por cierto, un pelinegro, con una línea de canas, que estaba para comérselo vino a verte, pero le dije que no estabas. No se veía mayor, cómo para tener tantas canas.

—¿Valerio? 

—Algo así ¿Es tu novio?

—Eso a ti no te incumbe.

—Pero sí me interesa, debo conocer a mi enemigo.

 

—Tómate esa pastilla, bébete el zumo y cómete los panqueques —me ordena como si ella tuviera ese poder—. Y luego me llevas al trabajo, ¿sí?

—¿Quién coño eres? ¿Y por qué debo yo llevarte a tí al trabajo?

Ella se acerca hasta quedar frente a mí. Me mira a los ojos con una sonrisa completamente... desagradable. Ahora que la veo tiene los ojos color verde, y el pelo rojo... fuego. No se ve como alguien que conoces todos los días. 

Tiene hoyuelos y eso la hace ver tierna, siendo la persona más irritante del jodido mundo. 

—Te cuidé mientras casi te da un coma etílico. 

Es cierto. Pero es que es la persona más irritante que he conocido en mi vida. Voy a ducharme. Lo hago rápido y sin dejar de mirar la puerta de entrada, ¿Por qué estoy esperando que entre al baño? 

Me tiene de los nervios esta niña.

—¡Rojita! —la llamo.

—¿Sí?

—¡No toques mi maquillaje ni mi ropa! —digo desde el baño. No responde, solo escucho risillas muy, pero muy traviesas.

Cuando salgo veo que justo esto hace. La pelirroja toma todo lo que quiere mi base, mis brochas, mis labiales… todo.

—No deberías usar mis labiales, ¿Sabes que contienen gérmenes de mi boca?

Me ignora y sigue aplicándolos. Yo busco rápido mi traje y camisa, el que ya tengo preseleccionado para hoy.  Todo eso bajo la mirada fija de ella… 

—Tienes unos lindos hoyuelos en la espalda, ermitaña. Realmente sí.

La chica, la extraña en mi casa, mira mis piernas, mis clavículas, mis movimientos, mira hasta la manera en la que mi cabello algo húmedo cae por mi espalda y mi pecho.

Termino de prepararme; quizás sea una mujer a la que no le gusta la farándula, pero soy la gerente, vendo mi imagen. Lamentablemente vemos que al final, la imagen sí importa. 

En un mundo lleno de contaminación y machismo, mantenerse pulcra y segura es casi una rebeldía. Y es exactamente la razón por la que tengo todo planeado, mi rebeldía no la soportan. 

Me fijo en mi celular, estoy cinco minutos tarde para mi tiempo normal, así que la miro mal. Y ella solo se ríe… No puedo negar que tiene unos labios muy... perfectos. No son gruesos o carnosos. Son... finos. Su nariz española es muy diferente a la mía... que es muy griega y pequeña. Ella es completamente diferente y eso no me agrada. Solo es sinónimo de peligro.

—Te ves bien también, linda.

—No me interesa que me adules, rojita. Solo vayamos en paz.

Voy conduciendo sintiendo la tensión pues ella no habla, pero no se está quieta. Es como si fuera un terremoto, me está irritando ya. Si no toca esto, toca aquello. Siempre tiene algo que hacer o un ruido que sonar. Es como una niña atrapada en el cuerpo de una mayor.

—¿Tu nombre? 

—Soy Claudia Morales. Pero puedes llamarme el amor de tu vida —sonríe coquetamente.

Ruedo los ojos ante el estúpico comentario que decidí ignorar.

—¿Y el tuyo, linda?

—Soy Cleo.

—Dame el nombre completo.

Tiene unas piernas demasiado perfectas. Su piel parece porcelana, admito que es muy bella.

—Yo te lo dí completo.

Aparto la mirada de sus piernas, reprendiendo en mis adentros. ¿Qué clase de degenerada soy yo que ando viendo piernas de chicas?

—Cleopatra Gladorne —respondo resignada.

—Cleopatra... 

—A mi madre le gustó más que a mí, creéme.

—¿Tu madre tiene algunos… complejos?

No sigo la conversación. Doblo para ir al centro de la ciudad, así estoy cerca de donde sea que ella trabaja. Y vuelvo a preguntar cuando una duda latente llega a mí.

—Claudia... ¿Qué trabajas?

—No lo sé. Soy nueva.

—El que seas nueva no justifica que no tengas idea de donde trabajas. ¿Dónde es para llevarte?

—Si sé donde trabajo, lo que no sé es qué exactamente voy a hacer.

Y ese es el futuro de la nación.

—Dime rápido a dónde vamos. A ver si logro llegar, Claudia.

—¿Claudia? Llámame Clau.

—Si no me dices rápido entonces me iré a mi trabajo y de ahí tomarás un taxi.

—A la empresa Vanna —dice divertida.

Freno de golpe, para evitar chocar con un jodido ciclista. Los claxones de los autos tras del mío suena como una jodida bomba en mi mente.

—¿Van-Vanna? —intento seguir conduciendo.

¡No! Esas lindas piernas... digo, esa bocazas va a estar todo el día... ¿Conmigo?

—Sí, la empresa con el escándalo, ya sabes.

—¿Eres... la encargada de relaciones humanas?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.