Ena ̶d̶e̶ morados

Capítulo 2 | Nerd Volador

La carretera Norte, camino al aeropuerto de Ralft, se había convertido en un auténtico infierno, tal como lo habían advertido en la radio esa mañana.

El embotellamiento era un caos absoluto: un mar de metal y humo que avanzaba a paso de tortuga bajo un cielo gris que amenazaba con descargar su furia en cualquier momento. Los cláxones formaban un coro ensordecedor que hacía vibrar los vidrios con cada pitido prolongado y los faros parpadeaban intermitentes, como si cada conductor enviara señales desesperadas de auxilio.

Dentro del auto, el aire estaba cargado de tensión, mezclado con el olor a café tibio y el frío que se filtraba a pesar de la calefacción.

Anabela tenía el rostro enrojecido, la furia trepándole desde el pecho hasta las mejillas. Sus dedos, tensos hasta ponerse blancos, se clavaban en el volante. La bocina resonaba como un látigo, insistente y casi desesperada. Una fina gota de sudor le resbaló por la sien, pero ni siquiera la sintió. Todo su cuerpo vibraba: los hombros rígidos, la mandíbula apretada, la respiración entrecortada, el pie tamborileando contra el pedal con impaciencia. Su irritación se expandía, abarcando todo a su alrededor, lista para descargar su mal humor en el universo entero.

—¿Todo el mundo tenía que salir justo hoy? —escupió, la voz afilada, volviendo a presionar la bocina como si los autos fueran a moverse por su mero capricho.

Joaquín, desde el asiento del acompañante, estaba inmerso en su computadora, corriendo el último bug del programa que había codeado toda la noche para la conferencia. La pantalla iluminaba su rostro con un brillo azul frío, resaltando esa calma imperturbable que siempre llevaba como armadura: cejas relajadas, labios en una línea serena, ojos verdes fijos en el código como si el mundo exterior no existiera. Su escudo invisible desviaba las flechas envenenadas de Anabela con la gracia de un ninja zen.

—Cálmate, amor… no vas a lograr nada con enloquecer —dijo, con un tono suave y medido, mientras los dedos seguían su danza sobre el teclado con fingida indiferencia. Era su manera de intentar apaciguar la tormenta, de mantener la paz en una relación que a veces se sentía como un campo minado. Aunque sabía que eso solo la encendería más, como echar gasolina a una hoguera.

Anabela giró apenas la cabeza, lo suficiente para lanzarle una mirada cargada de desprecio sutil, sus cejas arqueadas en un gesto que decía "no me vengas con eso". Sus ojos brillaban con una mezcla de enojo y frialdad, y sus labios se curvaron en una mueca que anticipaba la réplica.

—Claaro… —la palabra estirada con una intencionalidad burlona, arrastrada como si saboreara cada sílaba para maximizar el sarcasmo, las uñas clavándose en el cuero del volante—. Porque el señor paciencia no tiene una conferencia a la cual asistir.

Joaquín dejó de teclear por completo y alzó la vista por primera vez en toda la mañana, ajustando sus anteojos que se habían deslizado a media asta sobre el puente de la nariz, dándole un aire de profesor distraído.

Una media sonrisa se formó en sus labios, no de diversión, sino de esa resignación juguetona que usaba para desarmar sus ataques, aunque en el fondo sentía un pinchazo de irritación por su constante provocación. Sus ojos, detrás de los lentes, reflejaban una mezcla de cariño cansado y exasperación contenida.

—Bueno, sí. Pero… eso no hará que el tráfico avance.

—Tch… —no era un sonido: era un golpe. Un “no hables” seco y cortante.

Anabela soltó un suspiro de frustración profunda, uno que parecía salirle del alma, haciendo que su pecho se elevara y descendiera con fuerza. Presionó un botón en la consola central y el estéreo cobró vida con una lluvia de intermitencia estática que raspaba los oídos. Sus dedos, manicureados en un rojo vibrante, apretaron el botón de fast-forward con impaciencia frenética, como si incluso la radio debiera obedecerle al instante, saltando estaciones hasta dar con la de Kryon.

—Clima complicado el día de hoy —la voz del locutor llenó el espacio confinado del auto, grave y profesional, pero para Anabela solo exacerbaba su poca paciencia restante, haciendo que sus hombros se tensaran aún más—. Hay vuelos cancelados por el temporal…

—Lo que faltaba… —murmuró antes de apagar el estéreo con un golpe seco, su palma impactando el botón como quien decide cuándo el mundo habla o cuándo calla, cortando la voz en seco. El silencio repentino fue casi ensordecedor, roto solo por el zumbido distante de los cláxones.

—Paciencia Ana, paciencia —murmuró Joaquín, más para sí mismo que para ella, su voz un susurro bajo que intentaba auto-convencerse, mientras sus dedos tamborileaban suavemente sobre la laptop cerrada. Era su mantra personal, una forma de no dejarse arrastrar por el torbellino emocional de su novia.

En ese momento, el auto de adelante avanzó un par de metros con un rugido perezoso del motor, abriendo un pequeño hueco en el mar de vehículos. Anabela lo miró de reojo, notando cómo Joaquín se había sacado el cinturón de seguridad por un instante.

Esa fue toda la excusa que necesitó. Su sonrisa se estiró lentamente en sus labios, fina y maliciosa, como la de un gato que acecha a su presa. Era una expresión de puro deleite anticipado, sus ojos brillando con una chispa traviesa que ocultaba la intención de venganza por todas las veces que él la había calmado con su serenidad irritante.

Sacó el auto del punto muerto con un movimiento fluido, puso primera y apretó el acelerador a fondo. Las ruedas chillaron sobre el asfalto, un sonido agudo y protestante que cortó el aire, y el auto dio un salto adelante. Justo antes de impactar de lleno contra el Clio de adelante, clavó los frenos con fuerza, el pedal hundiéndose bajo su zapato. El vehículo se detuvo en seco, con un sacudón violento que hizo crujir las suspensiones.

Joaquín salió disparado hacia adelante, su cuerpo impulsado por la inercia como un muñeco de trapo. Su cara se aplastó contra el parabrisas con un "thud" sordo, los lentes torcidos sobre su nariz, que se acható contra el vidrio frío y polvoriento, como un sticker mal pegado. Sus manos se agitaron instintivamente buscando apoyo, y la laptop cayó con un golpe seco a sus pies.




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