Ena ̶d̶e̶ morados

Capítulo 5 | Déjame sola

El caos se extendió como un río desbordado, inundando la terminal con el murmullo de pasajeros ansiosos, algunos gritos esporádicos y el brillo de pantallas de celulares iluminando rostros tensos. Sofía y Joaquín cruzaron una mirada cargada de preocupación, sus ojos encontrándose en un instante de conexión silenciosa donde el miedo latente se reflejaba en ambos: no era solo la demora, sino la incertidumbre que la acompañaba.

Cada anuncio de “DEMORADO” parecía golpearles el pecho con un impacto sordo y persistente, un recordatorio cruel de que los planes pueden desmoronarse en un instante. Sin embargo, entre la multitud, también percibieron un hilo tenue de solidaridad que flotaba como un salvavidas frágil: desconocidos intercambiaban datos actualizados y ofrecían palabras rápidas de consuelo, intentando suavizar la frustración colectiva.

Sofía miró una vez más a Joaquín, la tristeza nublando sus ojos como un velo sutil que empañaba su brillo habitual, haciendo que sus pestañas temblaran con un parpadeo contenido.

—Gracias... de nuevo —murmuró con una sonrisa forzada que no llegaba a sus ojos, una curva tensa en los labios que traicionaba su esfuerzo por mantener la calma, agitando el pasaporte en su mano como si fuera un talismán roto.

Tomó su carry-on con un tirón brusco que hizo que las rueditas chirriaran en protesta contra el piso pulido, un sonido agudo que resonaba en sus oídos como un eco de su frustración interna, y comenzó a caminar por la zona de tránsito sin mirar a nadie, avanzando casi por inercia.

El peso de la decepción se acumulaba en cada paso, un lastre invisible que le pesaba en los hombros, mientras su mente giraba en espiral con pensamientos que se enredaban como hilos sueltos: Vinterra se alejaba como un sueño roto en pedazos, los horarios perfectos se deshacían como humo que se escapaba entre sus dedos, todo el viaje —su lugar en la competencia ganado con tanto esfuerzo y noches de entrenamiento, su aventura sola por primera vez que prometía libertad— pendiendo de un hilo frágil que el temporal acababa de cortar con saña, dejando un vacío que le quemaba en el pecho.

Encontró un espacio apartado junto a una columna fría, apoyó la espalda contra la pared helada —el contacto enviando un escalofrío que se mezclaba con el nudo apretado en su garganta—, y se deslizó lentamente hasta sentarse en el suelo, las piernas flexionadas con una rigidez que le tensaba los músculos, los brazos cruzados sobre las rodillas como un escudo improvisado contra el mundo que parecía girar demasiado rápido.

Enterró la cara en sus antebrazos, inhalando el aroma familiar de su sudadera mezclado con el leve olor a lluvia que aún traía de afuera. Y solo entonces, en esa quietud protectora, dejó que las lágrimas afloraran: deslizándose por sus mejillas en un recorrido lento, humedeciendo la tela sin un solo sonido, mientras sus hombros temblaban apenas en un llanto contenido, un susurro interno que no quería molestar al mundo.

Joaquín sintió un nudo en el estómago al captar esa tristeza velada en los ojos de Sofía —un destello vulnerable que lo golpeó como un imán inesperado—, y la siguió con la mirada hasta que ella se acomodó contra la pared, una figura pequeña en medio del bullicio, el cabello revuelto ocultándole parte del rostro.

No sabía por qué, pero algo dentro suyo —un instinto casi magnético que le aceleraba el pulso, despertando una curiosidad protectora y dejándole un calor inesperado en el pecho— le decía que debía acercarse, ofrecerle compañía sin invadir, sin palabras grandiosas que rompieran el momento o lo hicieran sonar como un héroe de película cliché.

Tomó su carry-on con un movimiento fluido, las rueditas rodando suaves sobre el piso, y avanzó hacia una cafetería cercana, el mostrador iluminado con luces cálidas que contrastaban con el caos y proyectaban un resplandor dorado sobre las tazas humeantes.

Pidió dos vasos de chocolate caliente —el vapor ascendiendo en espirales tenues frente a él—, pagó con una sonrisa cortés que curvaba sus labios con una amabilidad automática, y con esa calma que ordenaba el descontrol a su alrededor fue a buscarla, esquivando maletas y pasajeros con pasos medidos.

—Adiós competencia —balbuceó Sofía entre lágrimas contenidas—. No voy a llegar a tiempo.

Joaquín se acercó sin hacer ruido, sus zapatillas pisando suave el suelo para no sobresaltarla, y se agachó a su lado equilibrando un vaso en una mano mientras extendía el otro como una ofrenda suave, el aroma dulce del chocolate flotando entre ellos como una invitación silenciosa.

—¿A qué hora salía tu vuelo? —preguntó, su tono sereno como un ancla en la tormenta interna de ella, la voz baja y cálida, con un matiz de curiosidad genuina que suavizaba el espacio entre ambos.

—A las 12:30 —contestó Sofía, la voz un hilo ahogado contra la tela de su buzo, las palabras saliendo entrecortadas como si cada sílaba doliera—. Pero está demorado.

Joaquín miró el reloj en su muñeca, un gesto automático que fruncía ligeramente su ceño en concentración, y sonrió con una gentileza que suavizaba sus facciones, una curva ligera en los labios que revelaba un hoyuelo sutil.

—Tranquila, son las 12 recién —su tono bajo y reconfortante, cargado de una intención gentil para anclarla en el momento y apagar el fuego de su pánico con una calma que invitaba a respirar.

Sofía alzó la vista por completo, los ojos enrojecidos y brillantes con un fuego que ardía detrás de las lágrimas, los puños apretándose sobre sus rodillas hasta que los nudillos palidecían, la frustración estallando en su interior como un volcán en erupción, un torrente ardiente que amenazaba con arrasar todo a su paso.

—¿Tranquila? —replicó, la voz aún empañada por las lágrimas que dejaban surcos húmedos en sus mejillas, elevándose en un eco de incredulidad que hacía temblar ligeramente su barbilla con un matiz de desafío herido—. ¡Mi vida entera depende de este vuelo! Si no llego, todo se va al carajo: el campeonato, la medalla de oro, mi romance de novela… ¡TODO se viene abajo por una tormenta estúpida! ¡¿Y tú pides que me quede tranquila?!




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