No disfruté la caminata de regreso a casa después de ver a Noah por primera vez. Mis piernas se movían por inercia, pero mi mente estaba atrapada en esa habitación oscura, en ese hombre reducido a sombras, en ese llanto que nunca imaginé escuchar de él.
Nunca pensé ver a Noah Álvarez llorar.
Nunca pensé verlo roto.
Nunca pensé que me doliera tanto.
Esa noche casi no dormí. Y las pocas veces que logré cerrar los ojos, veía a mi hermano… y luego veía a Noah… y luego a los dos juntos, pero ya no estaban. Era como revivir los dos duelos al mismo tiempo.
A las seis de la mañana ya estaba despierta, tratando de convencerme de no ir.
Pero la mirada de Valentina, la súplica en su voz…
Y la forma en que Noah temblaba mientras lloraba…
Todo eso me obligó a levantarme.
No porque fuera mi deber.
Sino porque, de alguna forma que no entiendo, algo dentro de mí sabía que si Noah seguía así, no aguantaría mucho.
A las nueve y media ya estaba frente a la casa de los Álvarez otra vez.
Valentina me abrió con una sonrisa triste.
—Gracias por venir. Está… más calmado hoy.
Yo asentí.
—Sólo vengo a ver cómo está. Nada de terapia todavía.
—Lo sé —dijo ella—. Pero cuídalo, Ari. A veces creo que él no está aquí realmente… como si una parte de él se hubiera quedado allá.
Respiré hondo antes de tocar su puerta.
Una parte de mí esperaba que no respondiera.
Pero sí lo hizo.
—Pasa —dijo su voz, cansada, apagada.
Cuando abrí, encontré la habitación ligeramente más iluminada que ayer. Las cortinas estaban medio abiertas y Noah estaba sentado en la cama, con el cabello húmedo y una camiseta limpia. Tenía una toalla en las manos, como si la hubiera estado retorciendo.
No se veía bien.
Pero tampoco se veía muerto por dentro como la primera vez.
Sus ojos se levantaron apenas al verme.
—Viniste.
Sonó a sorpresa.
Sonó a temor.
Sonó… vulnerable.
—Te dije que volvería —respondí suavemente.
Él tragó saliva, sin mirarme directamente.
—Pensé… pensé que después de ayer no lo harías.
Me quedé quieta unos segundos.
—Ayer estabas pasando por un mal momento, Noah. No tenía por qué huir.
Él miró hacia otro lado.
—Deberías.
Sus palabras eran suaves, pero cada letra cargaba un peso enorme.
—¿Por qué?
—Porque estoy roto. Y tú no mereces soportar esto.
Mi pecho se apretó. No esperaba que lo admitiera tan directamente.
—Si no puedo soportarlo yo, ¿entonces quién? —pregunté con voz baja.
Él apretó la mandíbula.
—Nadie tiene que soportarlo —murmuró—. No debería seguir aquí.
La frase cayó como un golpe.
Tuve que dar un paso para estabilizarme.
—Noah… —susurré, acercándome un poco—. ¿Estás diciendo que… que no quieres seguir?
Él cerró los ojos. Su respiración se volvió irregular.
—No sé lo que quiero —dijo finalmente—. Pero ya no siento nada. Ni ganas, ni miedo, ni esperanza. Estoy vivo porque… porque así salió. Porque yo… —su voz se quebró— porque yo regresé… y ellos no.
Se llevó las manos al rostro. Yo di un paso más, pero él levantó una mano para detenerme.
—No te acerques.
—Noah…
—No puedo mirarte, Ariadna —susurró con un temblor en la voz—. Cada vez que te veo… veo a Marcos.
El aire se escapó de mis pulmones.
Mi hermano.
Su mejor amigo.
Su barrera.
Su culpa.
Era lógico. Doloroso… pero lógico.
—Él te adoraba —logré decir, aunque la garganta me ardía.
Noah negó lentamente con la cabeza.
—No —murmuró, mirando al suelo—. Él confiaba en mí. Me confió su vida. Me confió a su gente. Me confió a ti.
El impacto de esas palabras me hizo sentarme en la silla junto a la cama.
—¿A mí?
Noah respiró hondo, como si se estuviera preparando para algo.
—La última noche antes de la misión… —sus manos temblaron sobre sus rodillas— …Marcos me dijo que te cuidara.
Mis ojos se llenaron de lágrimas de inmediato.
—No… —susurré—. Él nunca me dijo eso.
—No quería preocuparte. Pero me miró derecho a los ojos y me dijo: “Si algo me pasa, cuida de Ari. Ella es lo más importante que tengo”.
Las lágrimas rodaron sin permiso.
Noah siguió hablando con la voz rota.
—Y yo le prometí que lo haría.
—Prometí que no te fallaría.
—Prometí traerte de vuelta a un mundo sin dolor.
Se cubrió el rostro con ambas manos.
—Y fallé en todo.
Me llevé una mano a la boca para contener un sollozo.
—Noah… tú no eres responsable de lo que pasó.
—¡Sí lo soy! —gritó, no de ira… sino de agonía—. Yo estaba ahí, Ari. Yo vi cómo todo se derrumbó. Escuché sus últimas palabras. No pude sacarlo. No pude salvarla a ella tampoco. Lo perdí todo. ¡Todo!
Mi corazón estaba hecho trizas.
—No tienes que cargarlo solo —susurré acercándome esta vez sí, sin pedir permiso.
Él respiró bruscamente, como si mi cercanía lo quemara.
—No te acerques —repitió, pero ya no había fuerza en su voz. Había miedo.
Me detuve a unos pasos.
No quería convertirlo en un animal acorralado.
—¿Por qué te asusta que me acerque? —pregunté suavemente.
Él bajó la mirada. Sus labios temblaron.
—Porque siento cosas que no debería sentir.
Mi corazón latió tan fuerte que casi dolió.
—Noah…
—No me mires así —dijo con un hilo de voz—. No puedo con esto. No puedo con nada. No puedo con tu hermano muerto. No puedo con mi novia muerta. No puedo con mi cuerpo fallando. No puedo con el silencio de esta casa. No puedo con la noche. No puedo con mis recuerdos.
Apretó los ojos, como si quisiera desaparecer.
—Y no puedo contigo —susurró finalmente.
Yo di un paso hacia atrás, como si me hubiera golpeado.
Noah levantó la cabeza y al ver mi reacción, sus ojos se llenaron de un dolor nuevo, uno que no entendí al principio.
#803 en Novela contemporánea
#3157 en Novela romántica
#dolor #oculto #corazon, #dolor#perdida #sufrimiento, #dolor#militar
Editado: 07.12.2025