Enamorada del hermano de mi mejor amiga

Capitulo 4

CAPÍTULO 4 — Antes de que todo se rompiera

(Noah

No puedo dormir.
No puedo respirar tampoco.

La noche se siente densa, pesada, como si estuviera cargando todas las cosas que nunca dije. Me quedo sentado en el borde de la cama, mirando la puerta por la que Ariadna salió hace unas horas. Su eco sigue aquí. Su olor. Su presencia. Su condenada insistencia.

Ella siempre fue así.

Desde que era una adolescente insoportable con trenzas y una risa demasiado fuerte para su tamaño. Desde que se colaba al patio de mi casa para perseguir a su hermano, para esconderse detrás de él como si Marcos fuera invencible. Como si nada malo pudiera alcanzarlos mientras estuvieran juntos.

Y por eso duele tanto.
Porque al final, sí los alcanzó.

La habitación está demasiado silenciosa. Y eso es lo peor. Cuando todo está callado, mi mente es un enemigo que no puedo derrotar.

Me recuesto hacia atrás, cierro los ojos… y el pasado me arrastra sin pedir permiso.

FLASHBACK — Años atrás

Marcos y yo estábamos sentados afuera de su casa, arreglando un arma de entrenamiento. No era real, pero para nosotros, todo lo que hacíamos era entrenamiento para lo real. Así éramos: obsesivos, disciplinados, idiotas a veces.

Ariadna tenía unos diecisiete años. Esa edad en la que todo lo que toca se vuelve fuego. Esa edad donde uno no se da cuenta de que el mundo puede romperte.

Ella salió de la casa con su uniforme del colegio, una carpeta contra el pecho y el cabello suelto… rizado, rebelde, imposible de ignorar.

—¡Marcos! —gritó desde la puerta—. ¿Nos vamos o quieres que nos dejen otra vez afuera del portón?

Marcos rió.

—Cálmate, chispita. Ya voy.

“Chispita”.
Nunca entendí cómo ese apodo podía quedarle tan bien.
Era fuego. Luz. Ruido.
Vida.

No sé cuándo empecé a mirarla diferente, pero ese día lo recuerdo con claridad. Ese día, ella me miró. Y yo sentí algo en el pecho que no debía sentir.

—Hola, Noah —dijo.
Su voz sonaba diferente, como si estuviera probando quién podía ser.

Yo asentí apenas.

—Hola, Ariadna.

Ella sonrió.
Pequeño error.
Sentí algo, y Marcos lo notó de inmediato. Siempre notaba todo.

Cuando Ariadna se alejó para guardar sus cosas en la mochila, él me dio un golpe en el hombro.

—Ni lo sueñes, hermano.

—¿Qué? —pregunté, aunque sabía exactamente a qué se refería.

Marcos rodó los ojos.

—Noah… te conozco desde que metías los pantalones dentro de las medias para correr. No te hagas el idiota.

—Estás imaginando cosas.

Marcos me empujó con una mano.
Siempre tenía ese tono entre hermano mayor protector y soldado al mando. Incluso antes de serlo.

—Escúchame bien —dijo, bajando la voz—. Mi hermana no es para ti.

Supe que hablaba en serio porque dejó de sonreír. Marcos nunca dejaba de sonreír.

—No tengo interés —mentí.

—Mejor —respondió sin dudar—. Porque tú… tú eres como yo, Noah. Y ella… ella merece algo mejor.

Me reí sin humor.

—¿Me estás insultando?

—No. Te estoy diciendo la verdad. —Se cruzó de brazos—. Nosotros no servimos para eso. Para enamorar a alguien como Ariadna.

—¿Y cómo sabes tú lo que yo sirvo o no sirvo?

—Porque te he visto. He visto cómo corres hacia las cosas que te duelen, como si no te importara salir entero. Eres leal, sí. Fuerte, sí. Pero para mi hermana…

Sus ojos se endurecieron.

—Para mi hermana necesito a alguien que no se vaya.
Alguien que no arriesgue la vida cada dos días.
Alguien que no la deje sola en cualquier momento.

Sentí el golpe aunque no me tocara.

—Marcos…

—Noah, ella es lo único importante para mí. Lo único. No voy a permitir que alguien como tú la ame para luego dejar un vacío gigante cuando te maten en una misión. Entiéndelo. No voy a enterrarte y luego verla a ella romperse.

Tragué saliva.
Quise decir algo.
Cualquier cosa.
Que no era justo.
Que él tampoco podría prometerle ese futuro.
Que ninguno de nosotros podía.

Pero Marcos levantó una mano.

—No quiero volver a hablar de esto.
Si la miras de esa forma otra vez… te saco el alma del cuerpo.

Su voz no temblaba.
La mía sí.

Y entonces, Ariadna volvió corriendo, riéndose de algo en su celular, completamente ajena a que acababa de convertirse en el límite entre él y yo.

—Ya estoy —dijo alegremente—. ¿Qué hacen? ¿Hablaban de mí?

Marcos le pasó el brazo por los hombros.

—Siempre hablamos de ti, chispita.

Ella sonrió.
Yo desvíe la mirada.
Y ese fue el inicio de mi condena.

La primera vez que la perdí sin haberla tenido.

FIN DEL FLASHBACK

Abro los ojos.
El techo de mi habitación se siente demasiado blanco.
Demasiado limpio para los pensamientos sucios que cargo.

Marcos.
El hermano que elegí.
El que confiaba en mí incluso cuando yo mismo no confiaba.

Y aún así, le fallé.

No solo en la misión.
No solo el día que murió.

Le fallé desde antes.

Porque me enamoré de lo único que él adoraba más que la vida.
Y ahora que él ya no está…
ahora que ya no hay nadie que se interponga…

No puedo tocarla.
No puedo quererla.
No puedo acercarme.

Sería una traición.
Sería…
sería admitir que sigo vivo mientras él no.

Llevo las manos al rostro, apretando fuerte.

Qué ironía.

Marcos quería protegerla de mí.
Y ahora soy yo quien intenta protegerla… de esto.
De mi culpa.
De mi rabia.
De lo que queda de mí después de la guerra.

Tocan la puerta.
Suave.

—Noah… soy yo.

Su voz.

Ariadna.

Perfecto.
Como si el destino disfrutara torturarme.

No respondo, pero sé que no se irá. Nunca se va cuando debería.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.