Enamorada del hermano de mi mejor amiga

Capitulo 5

CAPÍTULO 5 — Cuando el dolor no cabe en el cuerpo

(Ariadna

La casa está en silencio.
Ese silencio incómodo que se siente como si alguien hubiera apagado el mundo para que solo quede el eco de lo que duele.

Estoy en la sala, revisando mis notas para mañana, tratando de convencerme de que estoy preparada para enfrentarlo otra vez. Aunque la verdad es que no lo estoy. Nadie puede prepararse realmente para Noah. Para su rabia. Para su resistencia. Para su silencio. Para lo que carga.

Miro el reloj.

Las 9:58 p.m.

Muy tarde para seguir pensando en él. Muy temprano para dejar de hacerlo.

Me levanto para guardar mis cosas cuando escucho algo.

Un golpe.
Leve.
Otro.
Más fuerte.

Viene del pasillo.

Se me acelera el pulso.
Algo en mi pecho se aprieta.

Camino en silencio hacia la puerta de la habitación de Noah.

La luz está encendida.
Pero él no habla.
No hay música.
No hay televisor.

Solo el sonido de respiraciones rápidas. Muy rápidas.

Y un murmullo que no entiendo.

Toco la puerta.

—¿Noah?

Nada.

Toco otra vez, más fuerte.

—¿Noah, estás bien?

Mi voz suena temblorosa. No la reconozco.

Entonces escucho un ruido.
Como si algo hubiera caído al suelo.

No espero más.
Abro la puerta.

Y lo veo.

Noah está en el suelo, sentado contra la pared, con las rodillas flexionadas y las manos apretando su cabello como si quisiera arrancarlo. Está sudando. Todo su cuerpo tiembla. Su pecho se mueve rápido, demasiado rápido.

Sus ojos están abiertos… pero no me ve.

No ve nada.

Su mirada está perdida en un lugar donde yo no puedo entrar.

—Noah… —susurro, cerrando la puerta detrás de mí.

Él respira como si se estuviera ahogando.
Sus labios tiemblan.
Su garganta emite un sonido bajo, casi un sollozo que intenta contener, pero no puede.

El tipo fuerte.
El soldado.
El hombre invencible…

Está quebrándose.

Y mi corazón también.

—Noah —me acerco lentamente, como si fuera un animal herido que podría asustarse más si hago un movimiento brusco.

Él sacude la cabeza, sin verme.

—No… no… no…

Sus palabras son apenas un hilo roto.

—Noah, mírame —digo con suavidad, arrodillándome frente a él.

Su respiración se acelera aún más.
Está en pánico.
De verdad.

—Respira… —susurro—. Respira conmigo, ¿sí?

Él niega con la cabeza, como un niño atrapado en una pesadilla.

—No puedo… no puedo, no puedo…

Su voz se quiebra.
Mi alma también.

Siento un miedo frío recorriéndome la espalda.

—Noah —tomo sus manos con cuidado, y él se sobresalta, como si yo fuera un disparo—. Soy yo. Ari.

Sus ojos parpadean.
Una vez.
Dos.
Como si mi voz intentara alcanzarlo.

—Ariadna… —susurra, pero no es mi nombre lo que dice. Es un ancla. Un último intento de agarrarse a algo para no hundirse.

Sus dedos se aferran a los míos con desesperación.
Siento sus uñas clavarse en mi piel.
Pero no suelto.

—Estoy aquí —le digo, acercándome un poco más—. No estás solo, ¿me oyes? Estoy aquí.

Su respiración sigue descontrolada.

—No… no puedo… —jadea—. No puedo…
—Sí puedes —susurro.

Sus ojos se llenan de lágrimas.

Y ahí me quedo sin aire.

Nunca lo vi llorar.
Nunca lo imaginé llorar.

Una lágrima cae por su mejilla y tengo que morderme el labio para no llorar con él.

—Noah, respira conmigo —repito, llevando su mano a mi pecho—. Aquí. Sigue mi ritmo.

Pongo su palma sobre mi corazón.

—Siente —susurro—. Aquí estoy.

Él intenta respirar, pero se atraganta con un sollozo.

—No puedo… —dice, casi sin voz.

—Sí puedes. No tienes que ser fuerte ahora. Solo respira.

Entonces se quiebra.
Se deja caer hacia mí, su frente apoyándose contra mi clavícula mientras su cuerpo tiembla entero.
Mis brazos se cierran alrededor de él sin pensarlo.

Nunca imaginé abrazarlo así.
No así.
No hecho pedazos.

—Lo siento… —repite una y otra vez entre jadeos—. Lo siento… lo siento…

—¿Por qué pides perdón? —pregunto, pasando mi mano por su nuca, sintiendo su sudor frío.

—Porque no pude… porque no… no… —su voz se corta—. No pude salvarlo.

Mi corazón deja de latir un segundo.

—Noah…

—Era mi responsabilidad —jadea—. Él… él estaba a mi lado… yo… yo…

Un sollozo lo sacude.

—Soy yo el que debería estar muerto… no él.

La frase me destruye.

—No digas eso —susurro, sintiendo mis ojos llenarse de lágrimas—. Noah, no digas eso, por favor.

Él aprieta mis brazos, como si se aferrara a mí para no desaparecer.

—Yo… yo fallé —vuelve a decir, con un dolor que no sabía que existía—. Lo dejé solo… y… y cuando volví… él ya…

—No —lo interrumpo—. No fue tu culpa.

—Sí lo fue.

—Noah…

Levanta la cabeza de golpe.

Sus ojos están rojos, hinchados, llenos de una culpa que lo está destruyendo por dentro.

—Sí fue mi culpa, Ariadna. Yo lo convencí de entrar en esa misión. Él… él no quería. Y yo insistí. Era mi mejor amigo. Era tu hermano. Y yo lo metí en ese infierno.

Mi boca se abre, pero no sale sonido.

Siento que el aire de la habitación cambia.
Que algo entre nosotros acaba de romperse… o de revelarse.

—Noah… —susurro.

—Tú no entiendes… —sigue él, con la voz desgarrada—. Yo no solo lo perdí. Yo lo llevé allá. Yo lo puse en el lugar donde lo mataron. Yo…

Se queda sin aire otra vez.
Su pecho sube y baja con violencia.

—Respira, Noah —le digo con urgencia—. Respira, por favor.

—No puedo… —sus ojos se llenan de terror—. Estoy ahí otra vez… Ari… no… no…

Lo abrazo.
Fuerte.
Como si pudiera sostener sus pedazos.

—Estás aquí —susurro, apoyando mi mejilla en su cabeza—. Conmigo. No estás allá. Estás aquí.




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