Enamorada del hermano de mi mejor amiga

Capitulo 8

CAPÍTULO 8 – PRIMER GESTO DE VULNERABILIDAD

Ariadna)

No sé cuántas veces he respirado hondo frente a esta puerta. Ya perdí la cuenta.
La madera blanca, gastada en los bordes, parece observarme como si supiera todo lo que está por ocurrir del otro lado. Como si supiera que mis manos tiemblan, que mi pecho aprieta y que hoy… hoy Noah no está bien.

Hoy está peor.

Aún tengo los ojos hinchados por no haber dormido. La discusión de anoche —si se le puede llamar así— dejó un eco extraño en mi cabeza. Ese instante en el que él me miró como si fuera a romperse… y luego me empujó emocionalmente como si quisiera hacerme desaparecer.

Pero aquí sigo.

Porque no sé hacerlo de otra forma.
Porque lo prometí.
Porque se lo prometí a él… y a su hermano.

Trago saliva, toco la puerta dos veces y, sin esperar respuesta, entro.

Su habitación huele a encierro y a rabia contenida. Las cortinas están cerradas, dejando la habitación en una penumbra azulada. Noah está sentado en la cama, sin camisa, solo con un pantalón de algodón gris. Su cabello está hecho un desastre y tiene los ojos rojos, como si hubiera llorado… o no hubiera dormido.

Probablemente ambas.

Cuando escucha mis pasos, alza la mirada. Esa mirada que alguna vez me hizo sentir mariposas y ahora me eriza la piel por razones completamente diferentes.

—¿Qué quieres? —gruñe, como si cada palabra le doliera.

Intento mantener la compostura, pero el cansancio emocional se cuela por mis grietas.

—Es hora de tu terapia.

—No pienso hacerla hoy.

—Tienes que hacerla.

—No tengo. Que. Hacerla —dice, marcando cada palabra con un veneno que me atraviesa los huesos.

Respiro hondo.
Otra vez.
Y otra vez.

—Tú mamá está preocupada —digo, tratando de mantener mi voz suave.

—Pues que deje de meterse en mi vida.

—Solo quiere ayudarte.

—No necesito ayuda.

Mi paciencia empieza a astillarse.

—Noah, estás así porque te niegas a avanzar.

Él aprieta los puños. Sus nudillos se ponen blancos.
Sé que estoy tocando una herida abierta, pero si no lo hago yo, nadie lo hará.

—No sabes nada de lo que estoy viviendo —escupe.

—Claro que lo sé —le respondo, más alto de lo que pretendía—. ¡Te estás rindiendo!

Su rostro cambia. Se endurece. Se oscurece.

—Tú no entiendes nada, Ariadna.

—Te entiendo más de lo que crees.

—¡No! ¡Tú no perdiste lo que yo perdí! No estuviste ahí. No viste… no viste—
Su voz se quiebra. Un segundo. Un maldito segundo.
Luego se recompone y me mira con odio, como si yo fuera la culpable de su dolor.
—No viste cómo se desangraban mis hermanos. Cómo se apagaban. Cómo gritaban mi nombre mientras yo… mientras yo… —Cierra los ojos con fuerza, como si el recuerdo fuera un golpe.

Mi corazón se estruja.

—Noah… —susurro.

Pero él no me deja acercarme.

—¡No te atrevas a tocarme!

Su grito me atraviesa y siento el picor de las lágrimas intentando salir. Las empujo de vuelta. No voy a quebrarme. No aquí. No hoy.

—Estoy tratando de ayudarte —digo, con la voz temblorosa.

—Pues deja de intentar. No quiero tu ayuda, Ariadna.

Me duele. Me duele más de lo que debería.
Porque aunque no debería, me importa. Me importa demasiado.

—¿Sabes qué? —tiemblo del coraje—. ¡Eres un malagradecido! ¡Todos aquí te están cuidando y tú solo sabes rechazar a la gente!

Él me mira con furia.

—Es mi vida. Déjame joderla en paz.

—¡No! ¡Porque te prometí que no te dejaría destruirte!

—Yo no te pedí nada.

—¡Tu hermano sí! —grito sin pensar.

El silencio que cae es brutal.
Frío.
Cortante.

Los ojos de Noah se abren ligeramente, y en ellos hay algo que nunca había visto: puro dolor.

—No metas a mi hermano en esto —dice, casi en un susurro… pero con una amenaza implícita.

—Si no lo meto, ¿entonces a quién meto? —mi voz se quiebra por primera vez—. ¡A él también le dolería verte así! ¡Él también te patearía el trasero por rendirte!

Él se levanta de la cama, con dificultad, cojeando por su pierna lastimada.
Pero aún así, intenta imponerse.

—Sal de mi habitación —ordena.

—No voy a hacerlo.

—Ariadna…

—No.

Nos quedamos así, frente a frente.
Respirando fuerte.
Temblando con rabia.
Con un océano de lágrimas queriendo romper la represa.

Y entonces ocurre.

Noah me empuja emocionalmente de nuevo, pero esta vez… yo exploto.

—¡NO ME HABLES ASÍ! —grito, con lágrimas cayendo por fin—. ¡NO ERES EL ÚNICO QUE PERDIÓ A ALGUIEN! ¡YO TAMBIÉN LO PERDÍ A ÉL! ¡YO TAMBIÉN CARGO ESTO! ¡YO TAMBIÉN! ¡YO TAMBIÉN, NOAH!

Él se queda helado.

Mis manos tiemblan. Mis piernas también.
Me tapo la boca para intentar detener el llanto.

Pero es inútil.

Debí haberme calmado.
Debí haber mantenido distancia.
Debí haber recordado que él está sufriendo.

Pero yo también estoy rota.
Y ya no puedo fingir que no.

Él me mira como si recién ahora se diera cuenta de que soy humana.
De que también sangro.
De que también perdí una parte de mí cuando perdí a mi hermano.

—Ariadna… —murmura.

—¿Qué? ¿Ahora sí puedes hablarme? —le digo entre sollozos—. ¿Ahora sí te importa? ¿Ahora sí ves que no estoy aquí por obligación, sino porque te quiero? ¡Porque me importas! ¡Porque eres importante para mí! ¡Aunque te comportes como un maldito imbécil!

Él abre la boca para responder, pero en ese instante…

¡La puerta se abre de golpe!

—¿QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ? —grita Valentina.

Su mamá está detrás de ella, con una mano en el pecho y los ojos como platos.

Nos miran a los dos.
Yo, llorando como si el mundo se fuera a acabar.
Él, despeinado, alterado, con la vena del cuello saltada.
Los dos respirando como perros después de una carrera.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.