Enamorada del hermano de mi mejor amiga

Capitulo 10

CAPÍTULO 10 – EL SABOR AMARGO DE LOS CELOS Ariadna)

El olor a café me recibe cuando bajo las escaleras. Ya es tarde —demasiado tarde— para la terapia de hoy. Pasé gran parte de la mañana respondiendo mensajes de mi novio, o… mejor dicho, soportando su pequeña crisis de inseguridad.

Odio admitirlo, pero él tiene motivos.

La casa de Noah siempre fue como mi segunda casa… pero ahora se siente diferente.
Ahora cada pared guarda un momento tenso, una respiración entrecortada, un “estás conmigo” o un “gracias por no rendirte”.

Y eso… eso no debería significar nada.

Pero sí significa.

Demasiado.

Me froto la sien, cansada. Cuando entro a la cocina, encuentro a Valentina sacando muffins del horno como si estuviera a punto de alimentar a un batallón. Lleva el pelo recogido en un moño desordenado y tiene harina en la mejilla.

—Buenos días —me dice con una sonrisa que no engaña a nadie; sabe que tengo la cabeza hecha un nudo.

—¿Buenos? —respondo desganada.

—Ajá. Buenos para ti, mala para tu novio —dice con picardía.

—No empieces…

—Yo no empecé nada, los celos empezaron solos.

Pongo los ojos en blanco.

—Solo preguntó qué estaba haciendo, nada del otro mundo —miento.

—¿Nada del otro mundo? —Valentina levanta una ceja—. Te escribió seis veces. Te llamó cuatro. Y luego te mandó un audio de casi tres minutos diciéndote que “te extraña”. Ari, cariño, te estaba marcando territorio desde kilómetros.

Siento el peso de la vergüenza en el pecho.

—No es su culpa… —murmuro.

—Claro, claro. Tampoco es la tuya que te pases el día entero pegada al hermano de tu mejor amiga —dice cantando la última parte para molestarme.

—Es mi trabajo. Soy su fisioterapeuta.

—Sí, sí, sí. Profesional… pero con chispa.

La fulmino con la mirada y ella suelta una carcajada.

—¿Y él? —pregunto para cambiar de tema—. ¿Noah? ¿Desayunó?

—Hizo lo que hace siempre —responde Valentina—. Tomó café, ignoró mi comida y se metió de nuevo a su cueva. Pero está… más tranquilo.

Un calor suave me recorre el cuerpo.
Sé por qué está más tranquilo.
Sé quién estuvo con él.
Sé quién lo sostuvo cuando se puso de pie.

Yo.

Valentina me observa con una sonrisa de hermana entrometida.

—Sube. Te necesita.

Tomo aire.
Subo las escaleras.
Cada paso pesa.

Cuando llego a su puerta, escucho un leve ruido. Como si estuviera moviendo cosas.

—¿Puedo pasar? —pregunto.

—Adelante —responde él, esta vez sin gruñir.

Abro la puerta… y lo veo intentando organizar sus botas militares en el armario.
Mal.
Torpe.
Doblando la espalda de una forma que seguro le va a costar un dolor horrible en unos minutos.

—Eso no deberías hacerlo tú —le digo, acercándome.

—Estoy cansado de que todos hagan cosas por mí —responde sin mirarme.

—Pero para eso estoy aquí.

—No para siempre.

Mi pecho late un poco más fuerte.

Sí.

Porque una parte de mí sabe que tiene razón.

Una parte de mí no quiere que lo esté.

Me aclaro la voz.

—Vamos a empezar la terapia.

—Siempre tan eficiente —dice con un tono extraño.

Me acerco y sus ojos me siguen.
Hoy no evitan mi mirada.
Hoy no está a la defensiva.
Hoy está… observándome.

Demasiado.

—Te ves cansada —dice de repente.

—Pasé la mañana hablando con mi novio —digo, intentando sonar casual.

La expresión de Noah cambia al instante.
Como una sombra que cruza sus ojos.
Como un músculo que se tensa sin permiso.

Ah.
Ahí está.

El roce sutil, tibio, peligroso… de los celos.

—¿Qué quería? —pregunta, como si no le importara.
El problema es que sí le importa.
Demasiado evidente.

—Solo… preguntaba cosas —respondo, evitando decir la palabra “control”.

Noah aprieta la mandíbula.

—Te hizo enojar.

No es una pregunta.
Es un diagnóstico.

—Solo estaba preocupado —miento a medias.

—¿Preocupado? —Noah se ríe sin humor—. Estaba marcando territorio.

Lo miro con sorpresa.

—¿Qué dices?

Él se incorpora despacio, apoyando la espalda contra el cabecero.

—Ese tipo no quiere saber si estás bien. Quiere saber si estás mía.

Mi respiración se traba.
El aire se me queda atorado en el pecho.
Mi pulso late en lugares donde no debería latir.

—No soy de nadie, Noah —respondo, tratando de sonar firme.

—Exacto —dice él con un tono suave, casi peligroso—. Por eso le molesta tanto. Porque tú eres libre.

Mi corazón hace un salto ridículo.

—Y tú… —continúa él, bajando la mirada un segundo antes de regresarla a mis ojos—. Tú no le das indiferencia. Ese hombre lo huele. Huele que aquí hay algo.

—¿Algo? —repito en un susurro.

—Algo que no quiere que exista.

Me trago el aire.
Me arden las mejillas.
Mi cuerpo entero se vuelve un campo eléctrico.

—Noah, estás… estás sacando conclusiones que no—

—Estoy viendo —me interrumpe—. Y lo que veo es que cuando tú entras a esta habitación, él tiembla. Porque sabe que no entras igual cuando hablas con él.

Doy un paso atrás.

—Eso no es cierto.

Él sonríe.
Una sonrisa lenta.
Profunda.
Peligrosa.

—Ariadna… —susurra—. Te escuché llorar por ese audio que te envió.

Trago saliva.

—No estaba llorando.

—Tenías los ojos rojos.

—Estaba… cansada.

Él niega despacio.

—Estabas triste. Porque él no confía en ti. Y tu corazón… tú lo sabes… tu corazón no está completamente ahí.

Me quedo helada.

—No hagas eso —susurro.

—¿Qué cosa? —pregunta él, aún con esa intensidad en la mirada.

—Leerme.

—Es que es fácil —dice, encogiéndose de hombros—. Más fácil que rehabilitarme.

Respiro hondo para no perder el control.

—Vamos a trabajar —digo finalmente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.