Enamorada del hermano de mi mejor amiga

Capitulo 14

CAPÍTULO 14 — A UN MILÍMETRO DEL ERROR

Ariadna

Aprendí algo importante ese día:
el silencio entre Noah y yo podía ser más peligroso que nuestras discusiones.

La casa estaba tranquila, pero no era una tranquilidad buena.
Era esa calma rara que aparece antes de una tormenta, cuando el aire se vuelve denso y la piel se eriza sin motivo aparente.

Yo estaba en su habitación.

No por terapia.
No por trabajo.
Por algo peor: por costumbre.

Habíamos avanzado.
Eso era innegable.

Noah caminaba mejor.
Soportaba más tiempo de pie.
A veces incluso bromeaba—poco, torpemente, como si no recordara del todo cómo se hacía—pero lo intentaba.

Y yo… yo ya no fingía que su cercanía no me afectaba.

Él estaba sentado en el borde de la cama, sin camisa, con una toalla colgándole del hombro. El músculo del brazo se tensó cuando se inclinó para alcanzar la botella de agua.

No miré.
Mentira.
Miré demasiado.

—Deja de fruncir el ceño —dijo sin levantar la vista—. No estoy rompiéndome nada.

—No estoy frunciendo el ceño —respondí.

—Siempre lo haces cuando te preocupas.

—No me preocupo.

Levantó una ceja.

—Eres pésima mintiendo.

Me acerqué con la excusa de revisar la pierna. Me arrodillé frente a él, colocando mis manos con cuidado, profesionalidad forzada… pero el pulso me traicionaba.

—¿Duele aquí? —pregunté, presionando ligeramente.

—No —respondió rápido—. Ahí no.

Moví los dedos un poco más arriba.

—¿Y aquí?

Inhaló con fuerza.

—Ariadna…

Levanté la mirada.

Nuestros ojos chocaron.

No fue un choque violento.
Fue lento.
Espeso.

—¿Aquí sí? —pregunté, pero mi voz ya no sonaba clínica.

—Ahí… —tragó saliva— ahí no debería doler.

Mis manos se detuvieron.

El aire cambió.

Sentí algo raro en el estómago, una mezcla de alerta y electricidad. Como si mi cuerpo entendiera algo antes que mi cabeza.

—Entonces dime dónde —susurré.

—El problema no es la pierna —dijo, más bajo—. El problema es que estás demasiado cerca.

No me moví.

—Estoy haciendo mi trabajo.

—No —negó—. Estás haciendo algo más.

Mi corazón empezó a latir demasiado rápido.

—Noah…

—Mírame —pidió.

Ya lo estaba haciendo.

Tenía los ojos más claros de lo normal, como si la tensión los hubiera limpiado de sombras por un segundo. No estaba enfadado. No estaba a la defensiva.

Estaba… expuesto.

—No deberíamos —dije.

—Lo sé.

—Esto es una pésima idea.

—La peor.

Aun así, ninguno se movió.

Mi respiración se volvió irregular. Podía sentir el calor de su cuerpo, la cercanía, el espacio inexistente entre nosotros.

—Dime que me vaya —le pedí.

No lo hizo.

En lugar de eso, levantó una mano lentamente, como si temiera asustarme, y la apoyó en mi mejilla. No me sostuvo. No me atrapó.

Solo me tocó.

Y ese gesto pequeño me desarmó más que cualquier grito.

—Si te vas ahora —dijo—, voy a pensar en esto todas las noches.

—Eso no es justo.

—Nunca he sido justo contigo.

Mis labios temblaron.

—Noah… yo tengo novio.

—Lo sé.

—Y tú… —mi voz se quebró— tú todavía cargas con demasiados fantasmas.

—También lo sé.

Su pulgar rozó mi piel.
Un roce mínimo.
Devastador.

—No quiero hacerte daño —susurró.

—Ya lo estás haciendo.

—Entonces dime que pare.

No pude.

El espacio entre nosotros se redujo sin que me diera cuenta. Su frente rozó la mía. Cerré los ojos por reflejo.

Sentí su respiración.
Sentí el temblor leve en su mano.
Sentí cómo todo se alineaba de una forma peligrosa.

—Ariadna… —murmuró.

Mis labios estaban a un suspiro de los suyos.

Un milímetro.

Uno solo.

Y entonces—

—¡NOAH!

La puerta se abrió de golpe.

Valentina.

—¡MAMÁ, NO ENTRES! —gritó detrás de ella.

Nos separamos como si nos hubieran lanzado agua helada.

Yo me levanté de un salto.
Noah giró el rostro, pasándose la mano por el cabello, maldiciendo en voz baja.

—¡¿QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ?! —preguntó su mamá desde el pasillo.

—¡NADA! —respondimos al mismo tiempo.

Valentina nos miró.
Nos miró de verdad.

Los ojos abiertos.
La boca torcida.
La expresión exacta de acabo de interrumpir algo que no debía ver.

—Wow —dijo—. Esto… esto fue incómodo.

—Sal —gruñó Noah.

—Con gusto —respondió ella—. Pero solo para que conste… si los hubiera dejado diez segundos más, estaría buscando velas aromáticas ahora mismo.

—VALENTINA —gritó su mamá.

—¡Ya me voy!

La puerta se cerró de golpe.

El silencio que quedó fue distinto.
Cargado.
Ridículo.

Me llevé una mano al rostro.

—Dios mío…

Noah soltó una risa corta. Incrédula.

—Esto no pasó.

—No —respondí—. Definitivamente no.

—Mi hermana jamás me dejará olvidarlo.

—Jamás —confirmé.

Nos miramos.

Y de repente… nos reímos.

Primero él.
Luego yo.

Risas nerviosas, desordenadas, sin glamour alguno. De esas que salen cuando la tensión es tan grande que el cuerpo necesita escapar de alguna forma.

—Casi besamos —dije entre risas.

—Casi cometemos un desastre —respondió.

—Un desastre muy estúpido.

—Totalmente.

Pero ninguno sonaba arrepentido.

Cuando las risas se apagaron, quedó algo distinto flotando entre nosotros.

No era culpa.
No era miedo.

Era la certeza peligrosa de que ese milímetro no iba a desaparecer.

Solo se estaba posponiendo.

—Ariadna… —dijo, serio otra vez.

—No —respondí antes de que hablara—. No ahora.

Asintió.

—Está bien.

Me dirigí a la puerta, con el corazón todavía desbocado.

—Buenas noches, Noah.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.