Ariadna
La mañana después del casi-beso fue insoportablemente normal.
Y eso fue lo peor.
El sol entraba por la ventana como si nada hubiera pasado.
La casa olía a café recién hecho.
Valentina hablaba por teléfono en la cocina, riéndose demasiado fuerte.
Y la mamá de Noah tarareaba una canción vieja mientras acomodaba los platos.
El mundo seguía.
Yo no.
Me vestí despacio, con una presión incómoda en el pecho, repasando una y otra vez ese milímetro que nos separó. Ese instante suspendido en el aire. La forma en que su respiración se mezcló con la mía. Cómo mis labios reaccionaron antes que mi conciencia.
Casi.
Esa palabra me perseguía.
Casi lo beso.
Casi lo arruino todo.
Casi cruzo una línea que no sabía cómo desdibujar después.
Bajé las escaleras intentando parecer tranquila. Profesional. Normal.
—Buenos días —dije.
—Buenos días, Ari —respondió la mamá de Noah con una sonrisa cálida—. ¿Dormiste bien?
—Sí —mentí.
Valentina me miró por encima de la taza.
—Yo no —dijo—. Hay demasiada tensión sexual en esta casa.
—VALENTINA —la reprendió su mamá.
—¿Qué? No dije nombres.
Me senté rápido, con las mejillas ardiendo.
—¿Noah ya bajó? —pregunté, fingiendo interés en el café.
—Está entrenando arriba —respondió Valentina—. O castigándose. No sé. A veces no sé distinguir.
Perfecto.
Mi estómago se encogió.
Subí con pasos lentos, como si cada escalón fuera una advertencia. Cuando llegué al pasillo, escuché el sonido seco de sus muletas golpeando el suelo… y luego nada.
Toqué la puerta.
—Soy yo.
—Lo sé —respondió desde adentro.
Abrí.
Noah estaba de espaldas, con una camiseta negra pegada al cuerpo, apoyado en la pared. Al girarse, nuestras miradas se encontraron… y se esquivaron al mismo tiempo.
Dolió más de lo que esperaba.
—¿Cómo está la pierna hoy? —pregunté, automática.
—Funciona.
—Eso no responde nada.
—Funciona —repitió.
El silencio volvió a instalarse, pesado, incómodo, lleno de cosas no dichas.
—Ayer… —empecé.
—No —me interrumpió—. No ayer.
Me mordí el labio.
—Tenemos que hablarlo.
—¿Para qué? —preguntó, con la mandíbula tensa—. ¿Para fingir que fue un error? ¿Para decir lo obvio?
—Noah, yo tengo novio.
—Lo sé —respondió, más seco que antes.
—Y tú… tú estás en rehabilitación, estás vulnerable, estás—
—No me analices —me cortó—. No ahora.
Respiré hondo.
—No quiero hacerte daño.
—Ya lo dijiste.
—Y tú dijiste que ya lo estaba haciendo.
Levantó la mirada entonces. Directa. Intensa.
—Porque cuando te acercas así —dijo—, me haces olvidar quién soy y lo que perdí. Y eso… eso no es justo para ninguno de los dos.
Sentí el nudo en la garganta.
—Entonces pongamos límites —propuse—. Claros.
—Bien —asintió—. Límites.
—Nada de roces innecesarios.
—Nada de miradas largas.
—Nada de silencios raros.
—Nada de casi-besos —añadió, con una mueca irónica.
Eso me arrancó una sonrisa triste.
—Exacto.
Nos quedamos mirándonos un segundo más.
—Ariadna —dijo, bajando la voz—. No quiero ser el hombre que te complique la vida.
—No quiero que seas eso.
—Entonces seamos solo lo que se supone que somos.
Asentí.
Pero algo en mi pecho gritaba que ya no lo éramos.
La terapia transcurrió tensa.
Correcta.
Fría.
Mis manos eran profesionales, pero mi cuerpo estaba alerta. Cada vez que me acercaba, él se tensaba. Cada vez que se alejaba, algo en mí protestaba.
—Estás cargando demasiado peso en la pierna izquierda —le indiqué.
—Estoy bien.
—No lo estás.
—Siempre dices eso.
—Porque siempre es verdad.
Me miró, cansado.
—¿También lo es para nosotros?
La pregunta quedó suspendida.
—No mezcles las cosas —respondí.
—Yo no las mezclé. Tú entraste a mi habitación.
Me dolió.
—Y tú no me detuviste.
—Porque por una vez no quise ser fuerte.
Eso me desarmó.
Terminé la sesión antes de tiempo.
—Descansa —dije—. Mañana seguimos.
—Claro.
Me giré hacia la puerta.
—Ari.
Me detuve, sin mirarlo.
—Lo de ayer… —dijo—. No me arrepiento.
Cerré los ojos.
—Yo tampoco —susurré—. Y eso es lo que más miedo me da.
Salí sin mirar atrás.
Esa noche, lloré en silencio.
No por culpa.
No por deseo.
Lloré porque entendí algo que no estaba lista para aceptar:
El casi-beso no había sido el problema.
Había sido la prueba.
Y ahora ambos sabíamos que, tarde o temprano, alguno iba a romper esos límites.
Y cuando pasara…
ya no habría marcha atrás.
#705 en Novela contemporánea
#2421 en Novela romántica
#dolor #oculto #corazon, #dolor#perdida #sufrimiento, #dolor#militar
Editado: 16.12.2025