Ariadna
El problema de las mentiras pequeñas es que no nacen solas.
Se multiplican.
No le mentí a Daniel de golpe.
No fue una gran mentira dramática, de esas que se planean frente al espejo.
Fueron detalles. Omisiones. Silencios cómodos.
—¿Cómo te fue hoy? —me preguntó por teléfono esa noche.
—Bien —respondí—. Cansada.
Eso era verdad.
Solo no era toda la verdad.
Daniel era un buen hombre.
Paciente. Atento. Presente.
Y por eso mismo, la culpa me apretaba el pecho cada vez que su voz sonaba tranquila, confiada, segura de un lugar en mi vida que yo ya no sabía si seguía siendo suyo.
—¿Sigues durmiendo en casa de la familia de Noah? —preguntó, como al pasar.
Me quedé quieta.
—Sí —respondí—. Ya sabes, la terapia es más fácil así.
—Claro —dijo—. Tiene sentido.
Pero algo cambió.
Lo sentí.
—¿Y él cómo está? —añadió.
—Mejorando.
—Hablas mucho de él últimamente.
Ahí estaba.
—Es mi paciente, Daniel.
—Lo sé —respondió—. No estoy acusando nada.
Eso fue peor.
—¿Entonces?
—Nada —dijo—. Solo… te noto distinta.
Tragué saliva.
—Distinta cómo.
—Lejos —respondió—. Como si estuvieras aquí, pero pensando en otro lugar.
No supe qué decir.
—Ariadna —continuó—. ¿Hay algo que deba saber?
Cerré los ojos.
—No —mentí.
El silencio al otro lado fue largo.
—Está bien —dijo al final—. Confío en ti.
Colgamos.
Y me sentí como la peor persona del mundo.
Los días siguientes fueron tensos.
Noah y yo cumplíamos los límites… al menos en apariencia.
Nada de roces.
Nada de conversaciones largas.
Nada de miradas que duraran más de lo necesario.
Pero había algo nuevo.
Una incomodidad densa.
Como si ambos estuviéramos conteniendo demasiado.
Valentina fue la primera en notarlo.
—Ustedes están raros —dijo una tarde, sentándose frente a mí—. Más de lo normal.
—No estamos raros.
—Ajá —sonrió—. ¿Y yo soy astronauta?
—Valentina…
—Mira, no me importa lo que esté pasando —dijo—. Pero Noah no estaba así ni siquiera cuando regresó herido.
Eso me heló.
—¿Así cómo?
—Callado, pero tenso. Como si estuviera esperando algo… o evitando algo.
No respondí.
—Solo digo —añadió— que mi hermano no deja entrar a nadie sin pelear primero. Y tú ya estás demasiado adentro.
Me levanté.
—No saques conclusiones.
—Nunca las saco —respondió—. Solo observo.
Maldita sea.
Daniel apareció sin avisar dos días después.
Yo estaba en la sala, revisando unas notas, cuando escuché su voz en la entrada.
—Hola.
Levanté la cabeza de golpe.
—¿Qué haces aquí?
La pregunta sonó peor de lo que quería.
—Vine a verte —dijo—. Pensé que te alegraría.
—Claro —respondí rápido—. Es solo que… no sabía que vendrías.
—Eso es obvio.
Se acercó y me dio un beso en la mejilla.
Yo me quedé rígida.
Y entonces lo vi.
Noah estaba en el pasillo.
Nos miró.
No con rabia.
No con celos evidentes.
Con algo peor: distancia.
—Hola —dijo Daniel, extendiendo la mano—. Tú debes ser Noah.
Noah lo observó un segundo antes de aceptar el apretón.
—Así es.
—Soy Daniel —añadió—. El novio de Ariadna.
La palabra cayó pesada.
Noah asintió.
—Mucho gusto.
Su voz era neutra. Controlada. Militar.
—Gracias por cuidar de ella —continuó Daniel—. Sé que ha estado aquí mucho tiempo.
—No cuido de ella —respondió Noah—. Ella cuida de mí.
Daniel me miró.
—Eso suena… intenso.
El aire se volvió incómodo.
—¿Puedo hablar contigo? —me preguntó Daniel.
Asentí.
Fuimos al jardín.
—¿Desde cuándo él te mira así? —preguntó sin rodeos.
—¿Así cómo?
—Como si le doliera que estés aquí conmigo.
Me quedé muda.
—Ariadna —dijo—. No soy estúpido.
—No está pasando nada.
—Todavía.
Esa palabra me rompió.
—¿Lo amas? —preguntó.
El mundo se detuvo.
—No —respondí rápido.
Demasiado rápido.
Daniel suspiró.
—Entonces dime por qué siento que ya te estoy perdiendo.
Las lágrimas me subieron a los ojos.
—No quiero hacerte daño.
—Eso no es una respuesta.
—Estoy confundida.
—Eso sí lo es.
Se pasó una mano por el cabello.
—No te voy a pedir que elijas ahora —dijo—. Pero necesito honestidad. Pronto.
Asentí, incapaz de hablar.
Cuando volvimos a entrar, Noah ya no estaba.
Solo su ausencia.
Y esa noche entendí algo aterrador:
Noah no estaba luchando por mí.
No estaba interfiriendo.
No estaba compitiendo.
Se estaba apartando.
Y perderlo sin haberlo tenido
empezaba a doler más
que cualquier culpa.
#705 en Novela contemporánea
#2421 en Novela romántica
#dolor #oculto #corazon, #dolor#perdida #sufrimiento, #dolor#militar
Editado: 16.12.2025