Enamorada del hermano de mi mejor amiga

Capitulo 17

CAPÍTULO 17 — CUANDO DECIDIÓ ALEJARSE

Ariadna

Noah no me lo dijo.
No hizo una escena.
No me gritó.
No me pidió espacio con palabras bonitas.

Simplemente… desapareció de mí.

Y esa fue la parte que más dolió.

La primera señal fue mínima. Tan pequeña que casi la ignoro.
Esa mañana entré a su habitación con mis notas, como siempre, y lo encontré ya vestido, de pie, con las muletas apoyadas en la pared.

—Hoy no —dijo antes de que pudiera hablar.

—¿Cómo que no? —pregunté.

—No necesito terapia hoy.

—Noah, eso no es una decisión que tomes solo.

—Claro que lo es —respondió—. Es mi cuerpo.

Suspiré, tratando de mantener la calma.

—Ayer entrenaste de más. Lo sé porque cojeas.

—No es nada.

—No mientas.

Me miró.
No como antes.

No con tensión.
No con electricidad.

Con distancia.

—Prefiero que venga otro fisioterapeuta —dijo.

La frase cayó pesada.

—¿Otro? —repetí—. ¿Desde cuándo?

—Desde ahora.

Sentí un vacío en el estómago.

—¿Hice algo mal?

—No —respondió rápido—. Todo lo contrario.

Eso fue peor.

—Entonces explícate.

Se apoyó contra la pared, evitando mirarme directamente.

—Esto ya no es profesional —dijo—. Y no quiero problemas.

—¿Problemas con quién?

—Con nadie —respondió—. Conmigo.

Me acerqué un paso.

—Noah, mírame.

No lo hizo.

—No voy a seguir así —continuó—. Necesito enfocarme en recuperarme. Sin distracciones.

La palabra me atravesó.

—¿Soy una distracción ahora?

Silencio.

Eso fue respuesta suficiente.

—Si esto tiene que ver con Daniel… —empecé.

—Tiene que ver contigo —me interrumpió—. Y con que no quiero ser el tipo que se mete donde no le corresponde.

Sentí los ojos arder.

—Yo no te pedí que te metieras.

—No —admitió—. Por eso mismo me voy a salir.

Tragué saliva.

—Noah… esto no se soluciona huyendo.

Por fin me miró.

—Para mí sí.

Salí de la habitación con el pecho apretado, sintiendo que algo importante se me escurría entre los dedos.

Los días siguientes fueron un castigo silencioso.

Noah seguía en la casa.
Lo veía pasar por el pasillo.
Escuchaba su risa ocasional con Valentina.
Sentía su presencia constante… pero inaccesible.

Me evitaba.

Si yo entraba a la cocina, él salía.
Si yo hablaba, él se callaba.
Si nuestras miradas coincidían, él apartaba la suya primero.

Y eso… eso me rompía más que cualquier discusión.

Valentina fue la primera en explotar.

—¿Qué hiciste? —me preguntó sin rodeos.

—Nada.

—No me mientas —dijo—. Mi hermano no se congela así sin motivo.

—Está poniendo límites —respondí—. Eso es bueno.

—No —negó—. Eso es miedo.

La palabra se quedó flotando.

—¿Miedo a qué?

Valentina me miró con dureza.

—A perderte.

No respondí.

Porque la verdad era que yo también tenía miedo.
Miedo de elegir.
Miedo de fallar.
Miedo de aceptar algo que no estaba en mis planes.

Y Noah, como siempre, decidió cargar con todo solo.

Una noche lo escuché entrenar en el patio.

Salí descalza, impulsivamente.

—Vas a lastimarte —dije desde la puerta.

No se giró.

—No te metas.

—Eso no es entrenamiento, es castigo.

—Vete, Ariadna.

El uso de mi nombre completo me dolió.

—¿Por qué estás haciendo esto?

—Porque es lo correcto.

—¿Para quién?

—Para ti.

Me acerqué.

—No te pedí que te apartaras.

—Pero yo lo decidí.

—¿Y cuándo pensabas preguntarme qué quiero yo?

Se giró de golpe.

—¿De verdad quieres saberlo? —preguntó, con la voz tensa—. ¿O solo quieres que me quede cerca mientras decides si me eliges o no?

Eso me dejó sin aire.

—No es así…

—Claro que lo es —respondió—. Tienes una vida. Un novio. Un futuro claro.

—Y tú qué —pregunté—. ¿No cuentas?

Me miró largo.
Muy largo.

—Yo soy el error que sería fácil cometer —dijo—. Y no quiero ser eso para ti.

Las lágrimas cayeron sin permiso.

—No soy tan frágil como crees.

—Lo sé —respondió—. Por eso mismo no quiero ser quien te rompa.

Se dio la vuelta.

—Vuelve a la casa —añadió—. Hace frío.

Eso fue todo.

Esa noche no dormí.

Pensé en cada silencio.
Cada mirada evitada.
Cada palabra no dicha.

Y entendí algo con una claridad brutal:

Noah no se estaba alejando porque no sintiera nada.
Se estaba alejando porque sentía demasiado.

Y yo… yo estaba permitiéndolo por miedo a aceptar lo evidente.

Que ya no se trataba de terapia.
Ni de errores.
Ni de casi-besos.

Se trataba de dos personas intentando hacer lo correcto
y lastimándose en el proceso.

Y lo peor de todo…

Era que, si no hacía algo pronto,
Noah iba a desaparecer de mí
sin haberme dado la oportunidad de decirle
que no quería que se fuera.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.