Hay palabras que no se pueden recoger una vez dichas.
No importa si las dijiste en un momento de vulnerabilidad, de cansancio o de verdad absoluta.
Una vez salen… se quedan.
Yo lo supe desde el momento en que cerré la puerta de la habitación de Noah.
No corrí.
No lloré.
No me derrumbé.
Simplemente caminé hasta mi cuarto y me senté en la cama con la espalda recta, como si mi cuerpo aún estuviera en modo profesional, como si no acabara de confesar algo que llevaba semanas creciendo en silencio.
Te quiero.
No te amo.
No quédate conmigo.
No promesas.
Pero aun así… era demasiado.
Esa noche casi no dormí. No porque estuviera pensando en Noah de forma romántica, sino porque mi mente repasaba cada segundo de lo ocurrido: su recaída, su miedo, la forma en que me miró después de escuchar esas palabras. No hubo alivio en su rostro. Hubo pánico.
Y eso me dolió más que cualquier rechazo explícito.
A la mañana siguiente, la casa estaba extrañamente callada. Bajé a la cocina esperando encontrarlo ahí, como otros días, pero no estaba. Su mamá preparaba café, Valentina hablaba por teléfono en voz baja. Nadie me miraba directamente.
—¿Noah…? —pregunté.
—Salió temprano —respondió su mamá—. Dijo que necesitaba aire.
Asentí, aunque por dentro algo se me apretó.
La terapia estaba programada para las diez. Eran las once y media cuando lo escuché entrar. No saludó. No se acercó. Subió directo a su habitación.
Subí tras él, dudando en cada escalón.
Toqué la puerta.
—Noah, soy yo.
—Pasa —respondió, sin emoción.
Estaba sentado en la cama, vestido, con los zapatos puestos, como si no pensara quedarse mucho tiempo. No me miró cuando entré.
—¿Estás bien? —pregunté.
—Sí.
Mentía.
Y los dos lo sabíamos.
—Ayer… —empecé.
—No —me interrumpió—. No hablemos de ayer.
Eso fue un golpe.
—Noah, no podemos fingir que no pasó.
—Yo sí puedo —respondió—. Y necesito hacerlo.
Me acerqué un poco.
—¿Por qué?
Por fin me miró. Sus ojos estaban cansados, pero duros. Como si hubiera levantado un muro durante la noche.
—Porque me dijiste algo que no sé cómo sostener —dijo—. Porque en el momento en que empezamos a sentir, alguien siempre termina perdiendo.
—Eso no es una ley —respondí.
—Para mí sí —replicó—. Mi mejor amigo. Mi novia. Ahora tú.
—No me has perdido —dije.
—Todavía —corrigió.
El silencio se hizo pesado.
—¿Estás alejándote? —pregunté con cuidado.
—Me estoy protegiendo —respondió—. Y también a ti.
Eso me dolió más que si hubiera dicho que no sentía nada.
—No decidiste protegerme cuando gritaste, cuando te derrumbaste, cuando me dejaste verte así —le dije—. Decidiste confiar.
—Y fue un error —respondió con frialdad—. Porque ahora no puedo volver atrás.
Tragué saliva.
—Noah, yo no te pedí nada.
—Eso es lo peor —dijo—. Que no me pediste nada… y aun así lo cambiaste todo.
La terapia ese día fue mecánica. Profesional. Fría. No hubo bromas, no hubo miradas largas, no hubo silencios cómodos. Solo movimientos, correcciones mínimas, distancia.
Y eso dolía más que los gritos.
Valentina me encontró más tarde en el patio.
—Mi hermano está asustado —me dijo—. No de ti. De él mismo.
—Lo sé —respondí.
—No sabe cómo ser algo que no sea fuerte o roto —añadió—. Y contigo… se siente humano.
Asentí, con un nudo en la garganta.
Esa noche, mientras me preparaba para dormir, escuché un golpe seco en el pasillo. Salí rápido. Noah estaba apoyado en la pared, respirando mal. No era una recaída física. Era emocional.
—No puedo —dijo—. No puedo apagar esto.
Me acerqué, pero no lo toqué.
—No tienes que hacerlo —respondí—. Pero tampoco tienes que cargarlo solo.
Me miró, derrotado.
—¿Y si te hago daño? —preguntó—. ¿Y si un día no puedo ser lo que mereces?
—Noah —dije con firmeza—. Yo no estoy aquí por lo que puedes ser. Estoy aquí por lo que eres ahora.
Eso lo quebró.
No lloró.
No gritó.
Solo dejó caer la cabeza contra la pared y cerró los ojos.
—Necesito tiempo —susurró.
—Lo sé —respondí—. Y te lo voy a dar.
Me alejé despacio.
Porque entendí algo doloroso pero necesario:
Amar a alguien no siempre significa acercarse.
A veces significa saber cuándo dar espacio…
aunque duela como si te arrancaran algo del pecho.
Y esa noche, por primera vez desde que llegué a esa casa, me acosté sintiéndome sola.
Pero también… consciente de que había sido honesta.
Y eso, aunque duela,
también es una forma de amor.
#705 en Novela contemporánea
#2421 en Novela romántica
#dolor #oculto #corazon, #dolor#perdida #sufrimiento, #dolor#militar
Editado: 16.12.2025