Hay distancias que no se miden en pasos.
Se miden en silencios.
Y el silencio que Noah y yo empezamos a compartir era distinto a todos los anteriores. No era cómodo, no era protector. Era un silencio tenso, lleno de cosas que ninguno se atrevía a decir por miedo a romper algo que ya estaba fracturado.
O tal vez… por miedo a aceptar que ya lo estaba.
Esa mañana desperté con la sensación de estar de más. No porque alguien me lo hubiera dicho, sino porque el aire mismo parecía empujarme hacia afuera. Me vestí despacio, como si cada prenda fuera una decisión pendiente.
Cuando bajé a la cocina, Noah ya estaba ahí. Sentado. Recto. Correcto. El Noah soldado. El Noah paciente. El Noah que había decidido esconder al hombre que me había dejado ver.
—Buenos días —dijo, sin mirarme.
—Buenos días —respondí.
La mamá de Noah nos observaba desde la estufa, en silencio. Valentina no estaba. Tal vez a propósito.
—Hoy podemos hacer solo ejercicios pasivos —dije—. Si prefieres.
—No —respondió—. Hagamos lo de siempre.
“Lo de siempre”.
Como si lo de siempre aún existiera.
La terapia fue… eficiente. Técnicamente impecable. Emocionalmente devastadora.
Noah seguía cada indicación al pie de la letra. No se quejaba. No bromeaba. No se permitía fallar. Yo lo corregía con cuidado, manteniendo la distancia justa para no parecer fría… ni cercana.
Era agotador.
—Descanso —anuncié al final—. Vas bien.
—Lo sé —respondió.
Eso fue todo.
Cuando guardaba mis cosas, sentí la pregunta ardiendo en la garganta desde hacía días.
—Noah —dije al fin—. ¿Esto es lo que quieres?
Se quedó quieto.
—¿A qué te refieres?
—A esto —respondí—. A tratarme como si nada hubiera pasado.
Se giró hacia mí lentamente.
—Es lo más seguro.
—¿Para quién?
—Para los dos.
Negué con la cabeza.
—No lo es para mí.
Eso pareció sorprenderlo.
—Ariadna…
—No te estoy pidiendo que sientas lo mismo —lo interrumpí—. Te estoy pidiendo que no me borres.
Sus ojos se oscurecieron.
—No te estoy borrando —dijo—. Me estoy conteniendo.
—Eso también duele —respondí—. Y mucho.
Se apoyó en la pared, cansado.
—No sé cómo hacerlo diferente —admitió—. Cada vez que me acerco, siento que voy a perderte. Y cada vez que me alejo… —se quedó callado.
—¿Qué? —pregunté.
—Me pierdo yo —terminó.
Eso me desarmó.
Más tarde, Valentina me encontró en el jardín, sentada en el borde del escalón.
—¿Te vas? —preguntó, directa.
—No lo sé —respondí—. Pero empiezo a pensar que quedarme así… no es justo.
—Para ninguno —asintió—. Mi hermano cree que alejarse es proteger.
—Y yo creo que amar no debería doler así todo el tiempo —dije.
—A veces duele antes de aprender a ser suave —respondió.
Esa noche tomé una decisión que venía evitando.
Hice la maleta.
No grande.
No definitiva.
Solo… honesta.
Metí ropa, mis apuntes, mis cosas. Dejé los objetos que había ido usando como si siempre hubieran sido parte de esa casa. Cuando cerré la cremallera, sentí un vacío extraño, como si cerrara algo más que una maleta.
Toqué la puerta de Noah.
—¿Sí? —respondió.
Entré. Estaba de pie, mirando por la ventana.
—Voy a irme unos días —dije.
Se giró tan rápido que casi me dolió verlo.
—¿Por qué?
—Porque necesito respirar —respondí—. Y porque así, como estamos ahora, me estoy rompiendo un poco.
—No quiero que te vayas —dijo.
—Pero tampoco me quieres aquí —respondí con suavidad.
Se pasó la mano por el rostro.
—No es eso.
—Entonces dime qué es —pedí.
Guardó silencio. Y ese silencio fue la respuesta más clara.
—No te estoy abandonando —añadí—. Voy a volver para la terapia, si tú quieres. Pero necesito recordar quién soy cuando no estoy intentando no sentir.
Sus ojos se llenaron de algo peligroso.
—Si te vas… —empezó.
—Noah —lo interrumpí—. Esto no es un adiós.
Nos quedamos mirándonos. Demasiado cerca. Demasiado frágiles.
Por un segundo pensé que me besaría.
O que me pediría que me quedara.
O que diría algo que cambiara todo.
No lo hizo.
—Cuídate —dijo.
Eso fue peor.
Asentí.
Cuando pasé por la sala, la mamá de Noah me abrazó sin decir nada. Valentina me apretó la mano fuerte.
—No te vayas para siempre —susurró.
—No —respondí—. Pero tampoco puedo quedarme a medias.
Salí de la casa con el corazón apretado, sin saber si estaba haciendo lo correcto.
Porque amar también es saber cuándo alejarse…
aunque el cuerpo te pida quedarte.
Y mientras caminaba, una pregunta me golpeaba con fuerza:
¿Hay amores que solo existen mientras duelen?
¿O solo estamos aprendiendo a no lastimarnos?
#705 en Novela contemporánea
#2421 en Novela romántica
#dolor #oculto #corazon, #dolor#perdida #sufrimiento, #dolor#militar
Editado: 16.12.2025