Enamorada del hermano de mi mejor amiga

Capitulo 28

CAPÍTULO 28 — CUANDO EL MIEDO CEDE

Noah

No estaba preparado para verla entrar por esa puerta.

No después de días imaginándola.
No después de aceptar que su ausencia dolía más que cualquier herida física.

Ariadna estaba ahí. De pie. Con la maleta pequeña colgándole del hombro, los ojos cansados… y el corazón expuesto. Lo supe sin que dijera una sola palabra.

—Hola —dijo.

Mi pecho se contrajo.

—Hola —respondí, con la voz más baja de lo que pretendía.

Nos quedamos mirándonos como si el tiempo hubiera decidido detenerse para darnos una oportunidad más. No corrí hacia ella. No la abracé. No porque no quisiera… sino porque por primera vez entendí que sanar también era no reaccionar desde el impulso.

—¿Puedo pasar? —preguntó.

—Siempre —dije.

Entró. Dejó la maleta a un lado. El silencio volvió, pero ya no era hostil. Era expectante.

—No volví para arreglarte —dijo de pronto—. Ni para que me prometas nada.

Asentí.

—Lo sé.

—Volví porque huir tampoco me estaba sanando.

Eso me golpeó.

—Yo tampoco estoy mejor —admití—. Pero entendí algo.

La miré de frente.

—Alejarte no me protegió. Solo me mostró cuánto me importas.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no lloró.

—Tenía miedo —continué—. De perderte. De fallarte. De no ser suficiente.

—Noah —susurró—, yo nunca te pedí perfección.

Dio un paso más cerca.

—Solo verdad.

El espacio entre nosotros desapareció lentamente. No hubo prisa. No hubo arrebato. Solo dos personas cansadas de contener lo que ya no cabía en el pecho.

—Yo también tengo miedo —confesó—. Pero hoy elegí quedarme.

Algo dentro de mí cedió. No se rompió. Sanó.

—Entonces quédate —dije—. No como obligación. Como decisión.

Levantó la mirada. Estábamos demasiado cerca. Podía sentir su respiración mezclarse con la mía.

—Noah… —murmuró.

Y fue ahí.

No planeado.
No perfecto.
Accidental y absolutamente real.

Nuestros labios se encontraron con torpeza primero, como si no supieran si tenían permiso. Me aparté apenas un segundo, buscándole los ojos, dándole la opción de retroceder.

No lo hizo.

El segundo beso fue distinto. Más lento. Más honesto. No había urgencia, había reconocimiento. Como si por fin estuviéramos diciendo lo que las palabras no alcanzaron.

Nos reímos entre besos, nerviosos, incrédulos.

—Esto… —dije—. Esto da miedo.

—Sí —sonrió—. Pero ya no quiero huir.

La llevé conmigo hasta la cama, sin prisa, sin perder esa risa suave que nos acompañaba. El mundo se redujo a respiraciones, a manos que se encontraban con cuidado, a silencios llenos de consentimiento y ternura.

Y entonces—

—¡¡¡AAAAAHHHH!!!

El grito atravesó la habitación como una bomba.

Nos separamos de golpe.

—¡¡¡DIJE QUE TOCABA LA PUERTA!!! —chilló Valentina desde el umbral—. ¡¡PERO ESTO ES MUCHO MEJOR!!

Ariadna se cubrió el rostro, muerta de risa y vergüenza.

—¡VALENTINA! —gruñí.

—¡MAMÁAAAA! —gritó ella, saltando de emoción—. ¡NOAH ESTÁ VIVO! ¡¡Y ENAMORADO!!

—¡SAL DE AQUÍ! —le lancé una almohada.

—¡LO ESPERÉ AÑOS! —respondió, cerrando la puerta de golpe—. ¡SIGAN! ¡YO AVISO ANTES LA PRÓXIMA!

El silencio volvió.

Ariadna me miró. Yo la miré.

Y entonces… nos reímos.
Reímos fuerte.
Con alivio.
Con vida.

Apoyé la frente contra la suya.

—Gracias por volver —susurré.

—Gracias por quedarte —respondió.

Y por primera vez en mucho tiempo, lo sentí con claridad absoluta:

No estaba sanado.
Pero ya no estaba solo.
Y por primera vez… el futuro no me daba miedo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.