Enamorada del hermano de mi mejor amiga

Capitulo 30

CAPÍTULO 30 — APRENDER A CAMINAR AFUERA

Salir de la casa parecía algo simple.

No lo era.

No para Noah.
No para mí.

La luz del día siempre había estado ahí, esperando, pero cruzar esa puerta significaba exponerse. A las miradas. A los recuerdos. Al mundo que no se detuvo cuando él se rompió por dentro.

—No tienes que hacerlo hoy —le dije, ajustándole la chaqueta.

Él negó con la cabeza.

—Sí tengo —respondió—. No quiero que mi vida siga ocurriendo solo entre estas paredes.

Valentina apareció desde la escalera, grabándonos con el celular sin disimulo.

—Momento histórico —anunció—. Primera salida oficial del señor “ya no me escondo”.

—Valentina… —gruñó Noah.

—Tranquilo —dijo ella—. Mamá dijo que este día llegaría.

La mamá de Noah nos observaba desde la cocina. No dijo nada. Solo asintió, con los ojos brillantes.

Salimos.

El aire fresco nos envolvió y vi cómo Noah respiraba hondo, como si necesitara convencerse de que seguía aquí. La muleta tocó el suelo con firmeza. Un paso. Luego otro.

No iba rápido.
Iba decidido.

Caminamos por la acera del barrio. El mismo que conocía desde niño. El mismo que lo había visto marcharse con uniforme impecable… y regresar roto.

—¿Te duele? —pregunté.

—Un poco —dijo—. Pero ya no me detiene.

Nos cruzamos con la señora Marta, la vecina de toda la vida. Nos miró primero a él… luego a mí… y sonrió.

—Qué gusto verte fuera, Noah.

—Gracias —respondió él—. Estoy mejor.

Ella me guiñó un ojo.

—Se nota.

Seguimos caminando. Cada mirada era una prueba. Cada saludo, un recordatorio de que el mundo sabía. De que el mundo observaba.

—Me están mirando —murmuró.

—Sí —admití—. Pero no con lástima.

Se detuvo un momento. Apoyó más peso en la muleta.

—Durante meses pensé que todos me verían como el que falló.

Lo miré.

—Hoy te ven como el que volvió.

Reanudó la marcha.

En la plaza, un grupo de niños jugaba fútbol. El balón rodó hasta nuestros pies. Noah lo detuvo con cuidado.

Uno de los niños lo reconoció.

—¡Mi papá dice que usted es un héroe!

El silencio cayó.

Noah se agachó apenas, apoyándose.

—No —dijo con calma—. Solo soy alguien que aprendió a levantarse.

El niño sonrió y volvió corriendo con el balón.

Yo sentí el nudo en la garganta.

Seguimos hasta el banco bajo el árbol grande. Noah se sentó, cansado pero orgulloso. Yo me acomodé a su lado. Nuestros hombros se tocaron.

—Antes —dijo—, este lugar me rompía.

—¿Y ahora?

—Ahora… no me duele igual.

Guardó silencio unos segundos.

—Mi mejor amigo murió aquí cerca, el día que nos dieron la noticia. Y mi novia… —tragó saliva—. Pensé que si volvía, el dolor me aplastaría.

Tomé su mano.

—¿Y qué pasó?

—Que no estoy solo —respondió—. Y eso cambia todo.

Un grupo de conocidos pasó. Saludaron. Comentaron lo bien que se le veía. Algunos miraban nuestras manos entrelazadas. Nadie preguntó. Nadie juzgó.

—Nos ven —susurré.

—Que vean —dijo—. Ya no quiero esconder lo que me salva.

Al volver, Noah caminó con más seguridad. Se permitió bromear cuando casi pierde el equilibrio.

—Nota mental —dijo—. No competir con bicicletas todavía.

Reímos.

Valentina nos esperaba en la puerta.

—¿Y? —preguntó—. ¿Sobrevivieron?

—Más que eso —respondió Noah—. Vivimos.

La mamá de Noah apareció detrás.

—Estoy orgullosa de ti —le dijo.

Él la abrazó con cuidado.

Por la noche, nos sentamos en la sala. El cansancio era evidente, pero había luz en sus ojos.

—Gracias por salir conmigo —me dijo.

—Gracias por no rendirte.

Se inclinó, apoyando su frente en la mía.

—Hoy enfrenté algo que me daba miedo.

—¿El dolor?

—El mundo —corrigió—. Y no perdí.

No nos besamos.
Nos quedamos así.
Respirando juntos.

Y supe que ese día no era solo una salida.

Era el comienzo real de su regreso.




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