La llamada llegó cuando menos lo esperaba.
Estaba en la cocina, cortando cebolla —sí, la que Noah no comía y que ahora yo preparaba casi por costumbre—, cuando el teléfono vibró sobre la encimera. Vi el nombre y el pulso se me aceleró.
Hospital Militar.
Contesté con el cuchillo aún en la mano.
—¿Ariadna? —dijo una voz conocida—. Te llamamos por tu solicitud.
Sentí que el aire se me iba del pecho.
—Sí —respondí—. Dígame.
Noah estaba en la sala, haciendo ejercicios de equilibrio. Lo vi de reojo. Concentrado. Avanzando.
—Tenemos una plaza disponible para el programa de médicos militares —continuó la voz—. Inicio en seis semanas. Queríamos saber si sigues interesada.
Seis semanas.
El número cayó como una piedra.
—¿Seis…? —repetí—. Sí. Gracias. Necesito… pensarlo. ¿Puedo confirmar mañana?
—Claro. Esperamos tu respuesta.
Colgué.
La cocina quedó en silencio. El cuchillo seguía en mi mano. La cebolla, a medio cortar. Yo… detenida.
Seis semanas.
Entrar al ejército era algo que había querido desde siempre. Una vocación. Un llamado. Y ahora, cuando por fin estaba ahí… mi pecho se llenó de dudas.
—¿Todo bien? —preguntó Noah desde la puerta.
Levanté la vista. Me vio la cara.
—¿Quién era? —insistió, acercándose con la muleta.
Tragué saliva.
—El Hospital Militar.
Se quedó quieto.
—¿Y?
—Me aceptaron —dije—. Para el programa. Empieza en seis semanas.
El silencio se estiró entre nosotros. Yo esperaba algo. Cualquier cosa. Una mueca. Una retirada. Un “entiendo si te vas”.
No ocurrió.
—Eso es… —dijo finalmente—. Es grande.
—Sí.
—¿Estás feliz?
Ahí fue donde me rompí.
—No lo sé —admití—. Y eso me asusta.
Dejé el cuchillo. Me apoyé en la encimera.
—Siempre quise esto —continué—. Y ahora siento que… si digo que sí, te dejo. Si digo que no, me abandono a mí.
Noah dio un paso más cerca. Lento. Seguro.
—Ven —dijo.
Negué con la cabeza.
—No quiero que sientas que tienes que ser fuerte otra vez por mí.
—No lo soy por ti —respondió—. Lo soy contigo.
Tomó una silla y se sentó frente a mí. Me miró sin prisa.
—Mírame —pidió.
Lo hice.
—Cuando te conocí —dijo—, pensé que el amor era aguantar sin decir nada. Luego creí que era irse antes de perder más. Y ahora…
Hizo una pausa.
—Ahora creo que amar también es no pedirle al otro que se haga pequeño para quedarse.
Las lágrimas me nublaron la vista.
—Tengo miedo de irme y que todo esto se caiga —confesé—. Tengo miedo de quedarme y resentirlo.
—Yo también tengo miedo —dijo—. Pero no quiero que el miedo decida por nosotros.
Respiró hondo.
—Si te vas, quiero que sea porque elegiste crecer. No porque te ataste a mí.
—¿Y tú? —pregunté—. ¿Y si recaés? ¿Si me necesitas?
—Te necesitaré siempre —respondió—. Pero no como muleta. Como hogar al que volver.
Esa frase me atravesó.
—No quiero perderte —dije, en un hilo de voz.
—No me pierdes —afirmó—. Me llevas contigo.
Me levanté y caminé hasta él. Me arrodillé para quedar a su altura. Apoyé la frente en su pecho.
—No sabía que podía doler tanto elegir algo bueno.
—Eso es porque estás viva —susurró.
Me abrazó. Firme. Presente. Sin urgencia.
Valentina apareció en la puerta, vio la escena y, por una vez, no hizo ningún comentario. Solo sonrió y se fue en silencio.
Más tarde, salimos a caminar un poco. El atardecer pintaba el cielo de naranja. Noah avanzaba con más soltura. Yo lo observaba, intentando memorizar cada detalle.
—¿Sabes qué? —dijo de pronto.
—¿Qué?
—Hoy fui yo quien te sostuvo.
Sonreí, con lágrimas secas en las mejillas.
—Y lo hiciste bien.
—Estoy aprendiendo —respondió—. Ya no solo a caminar… a quedarme cuando duele.
Nos sentamos en el banco de siempre. El mismo. El que antes lo quebraba.
—Mañana responderé —dije—. No hoy.
—Me parece justo.
—Gracias por no pedirme que me quede.
—Gracias por no irte sin decirme lo que sientes.
Nos miramos. El mundo seguía ahí. Complejo. Imperfecto. Real.
Y por primera vez entendí que el amor que sana no es el que promete que nada dolerá…
sino el que se queda cuando duele distinto.
✨
#705 en Novela contemporánea
#2421 en Novela romántica
#dolor #oculto #corazon, #dolor#perdida #sufrimiento, #dolor#militar
Editado: 16.12.2025