Mercy
¡Gordita, gordita! ¿Qué le pasa a ese descerebrado? Gordita, su abuela, fíjese.
Hoy no fue mi día definitivamente, y por culpa de ese sujeto poco agradable, llorón. “Mi auto, mi auto”, léase con voz de imitación barata. Por culpa de ese me he quedado sin cena.
Llegué a mi modesto departamento; es lo único que puedo pagarme: una habitación con un baño y una cocina, ya da al menos para mí.
—Hola, Luna, hola encanto de mamá —era mi gato, mi única compañía, ese animal peludo que me recibía todos los días refregándose contra mi pierna, pidiendo cariño, amor y un poco de atención. Creo que yo también podría ser un gato, solo quiero comida y un poco de atención; al menos comida tengo.
—Ven aquí —la sujeté pegándola a mi rostro.
—¿Qué hiciste hoy en todo el día? ¿Me extrañaste?
Oh, cosita linda, sí, claro que extrañó a su mami.
—Veamos qué hay de cenar para ti, porque tu madre se ha quedado sin cena por culpa de un perro, y no, tranquila —extendí mi brazo hacia Luna, luego de bajarla de nuevo al suelo—, tranquila, Luna, que no es un perro de verdad, era solo un humano.
Le puse en su tazón para su cena y yo solo me dirigí a mi pequeña habitación para lanzar un zapato a un rincón y el otro al lado opuesto. No entiendo por qué hago eso si mañana me despertaré buscando desesperada el otro par de mi zapato.
Me saqué las lentillas colocándolas en su frasquito y luego me metí a bañar, no sin antes observarme en el espejo y ver mis ojos chuecos. Hice un puchero con mis labios intentando entender cuál fue el propósito de la vida al ponerme estos ojos.
Creo que ese loco sujeto tiene razón y debería ponerme a dieta. Algunas veces no me siento bien conmigo misma, pero no puedo dejar de comer mis ricos tacos. Y la vida es tan corta para privarse de cosas.
Escribí un par de mensajes con mi hermano, quien me avisó que mamá se puso malita hoy. Ella se preocupa por mí todo el tiempo y eso no le hace nada bien. Intentaré viajar el otro fin de semana para poder verla, solo que con este tema del señor García todo está muy tenso. No me imagino lo que me espera cuando su hijo asuma la presidencia. Espero que no sea un sujeto arrogante y maltratador, pero si es hijo del señor García, de seguro es igual de amable y bueno que él. Generalmente, los hijos son el reflejo de los padres.
Al día siguiente llegué muy temprano al trabajo, como es costumbre. Amo la puntualidad; es más, siempre llego quince minutos antes a cualquier lugar al que voy. Odio la gente impuntual.
—Buenos días, Mercy —saludó el señor García al llegar, siempre con una sonrisa que adorna su rostro. Es un hombre de cincuenta años bien conservado y muy atractivo. Unos años más encima y unos kilos menos, y volver a nacer en otro cuerpo tal vez me hubiera dado ventaja con él y podría haberlo conquistado, pero como el destino dijo: no, tú no naciste para triunfar, pues aquí estoy, conformándome con su saludo y su sonrisa matutina.
—Buenos días, señor García, ¿cómo amaneció?
—Estupendo, Mercy. ¿Puedes traerme mi café y pasar a mi oficina? Necesito hablar contigo, es importante —agregó, y solo suspiré hondo regalándole luego una sonrisa.
—Por supuesto, señor, ya en seguida se lo llevo y mi hermoso cuerpecito también estará allí en segundos —dije, y él solo rió negando mientras caminaba hacia su oficina.
—¿Qué haría sin ti, Mercy? —dijo abriendo la puerta. Yo solo sonreí poniéndome de pie.
—Esas palabras me gustaría escuchar de un hombre apuesto de unos veintitantos años jurándome amor eterno —me despabilé para ir por el café de mi jefe y luego caminé con prisa hasta su oficina.
—Aquí está, señor, con permiso —le entregué su café y tomé asiento frente a él.
—¿Para qué soy buena? ¿Me va a despedir? —pregunté preocupada, en tanto él solo se carcajeó recostándose en su silla.
—Tu mente vuela, Mercy, y no, de ninguna manera estás despedida. Quiero hablarte de otra cosa.
—Uf, menos mal —dije llevando mi mano al pecho.
Luego tragué grueso; ya sabía por dónde iba. Era admirable que, con cáncer, él todavía siga con esa gran sonrisa.
—Me voy a retirar, Mercy —dijo en tono serio y solo me observó para ver mi reacción. Yo solo agaché la cabeza jugando con mis manos sobre mis piernas.
—Eso sí que es una mala noticia —até a decir.
—Así es, Mercy, pero es necesario mi retiro. Estoy enfermo —agregó. Solo parpadeé mirándolo.
—Mercy, no quiero que nadie se entere de esto que te voy a contar porque lo que menos quiero es la lástima de la gente. Solo tú y unos pocos lo saben —apoyó sus manos entrelazadas sobre la mesa.
—Tengo cáncer —dijo, y yo agaché la cabeza apenada, dolida. En verdad le tengo cariño, mucho cariño.
—Lo siento, señor —dije intentando contener mis lágrimas.
—¿Puedo darle un abrazo? —pregunté sin más. Él solo asintió sonriendo. Me levanté y solo lo abracé.
—Eres una buena muchacha, Mercy. Te quiero como a una hija. Creo que te mereces toda la felicidad del mundo, mereces a alguien que te ame mucho —sí, yo también creo que merezco a alguien que me ame mucho, de preferencia alguien que tenga dinero, mucho dinero. Me separé de él nuevamente y ya no pude evitar que las lágrimas salieran por montones.
Las sequé con el dorso de la mano y volví a sentarme en la silla frente a su mesa.
—Todo estará bien, ya lo verá, señor. Se va a recuperar y volverá a la empresa.
—Ojalá tuviera tu optimismo, Mercy, pero generalmente las personas con cáncer no se curan, y más si tienen edad como yo.
—Tonterías, usted es aún muy joven, tiene toda una vida para dar. Su esposa lo necesita.
Asintió con una sonrisa dibujada en una fina línea en su rostro.
—Bien, Mercy, continuemos. Dejemos de lado las cosas dolorosas. Como sabes, yo me retiro y alguien debe ocupar mi lugar.
Asentí y ahí estaba mi miedo.
—En un par de días mi hijo asumirá la presidencia y es ahí donde tú juegas un papel fundamental.
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Editado: 17.05.2022